domingo, 17 de agosto de 2014

HISTORIAS QUE MERECEN SER CONTADAS...

Entonces se desnudó para mi, me contó que había amado y sufrido, dijo que lo hizo con creciente intensidad, sin reparos ni medidas  y con  alocado delirio.
Cuando le pedí que se vistiese ya no existían prendas para cubrir su desnudez.
Me desperté y ahí estaba, con cada palabra aun retumbando en mis oídos, de una historia que había hecho amanecer  y que me halló inspirado con la primera luz.
Me dejo una carta que decía:
Esta historia que te regalé ya es tuya, tratala bien, querela, mirala con ojos de alocado soñador, como yo la viví.
Compartila, enseñala, cargala de emotividad con tu impronta, que se conozca, merece ser contada. No escatimes ni una lagrima, ni una carcajada, en definitiva, así esta entramado el camino de la felicidad. Jamás aprendí a poner a resguardo mi corazón y eso me paso factura.
transmitila desde mi piel, desde mis pensamientos, hacete cautivo de mis sentimientos para narrarla, no dejes librada la interpretación, la confesión que lograste  arrancarme supo justificarse por todos mis sentidos.
Perdoná  las lágrimas, a caso sea tu pago por haberme hecho viajar al pasado, lo haría mil veces y lo volvería a vivir, con la misma intensidad, con la misma fuerza, poniendo todo mi corazón y toda mi alma.
De esa manera ama una mujer.
Me dijo que abrazó la cordura, solo cuando ya no pudo más, soportar el peso de la locura y cuando la noche, la más oscura y penetrante se convirtió en su contenedora.
Se acercó hasta mí, tomó mis mejillas, me dio un beso tibio en la frente y se marchó.
Me dejó el recuerdo de sus pupilas mirándome tras los húmedos vidrios, aquellos ojos que me suplicaban que hiciese justicia con la terrible historia que me arrojó, me pedía auxilio desesperado, que fuese yo quien inclinara la balanza a su favor.
En el aire quedó una fragancia de azahares, un boleto arrugado sobre la mesa de luz y un cenicero desbordado de colillas que habían visto consumirse la noche, hasta el alba.
Se fue abandonándome a mi suerte, con un sinfín de interrogantes, con más dudas que certezas y con la tarea a cuestas de documentar sus vivencias.

Nunca más la volví a ver, ya ni la recuerdo, tampoco su nombre, pero cada vez que llega hasta mi ese perfume de azahares vuelvo a revivir aquella noche y es entonces que logro vivenciar su relato.