sábado, 29 de agosto de 2009

PLETORICA PASION.

Generalmente cuando llegaba la noche se mostraba reticente al sueño, los recuerdos tan bellos lo anclaban a su realidad.
Se servía un poco de vino y se arrimaba hasta la ventana a contemplar la nocturnidad.
La historia de amor en la que se había visto inserto no lo liberaba, a ella dedicaba pensamientos, nostalgias y suspiros, profundos, tan grandes como la madrugada que golpeteaba sus sienes, mas él estaba impávido sin reaccionar.
Habían sido solamente quince días, pero de esos que se viven a pleno, había comprometido por entero su alma y su cuerpo en aquella relación que lo había sumido en un enamoramiento que aún lo cautivaba.
La pintoresca ciudad de Maldonado, punto de encuentro de turistas extranjeros, había sido el marco del encuentro veraniego que logró potenciar aún más los calores de la época y rubricar historia en sus cotideaneidades.
Sus vidas habían confluido en aquel hermoso natural durante el encuentro, que se extendió más de lo pactado.
Pero como todo lo lindo un día tocó el punto final y entonces cada uno debió seguir su destino.
La vida los había encontrado cuando ya tenían su vida, sus compromisos, sus realidades, ese destiempo que tanto deploran los amantes y la pregunta tan recurrente se repetía.
- ¿Por qué no habrás llegado a mi vida hace diez o quince años?
Como arena en un puño, intentaban retener el tiempo de encuentro que avanzaba fugazmente, los minutos devoraban las horas y éstas los días.
El fuego que se gestara con el encuentro consumía el tiempo y se hacía más fuerte, acrecentándose en cada noche, en los amaneceres. Cuando el sol los despertaba abrazados sin ninguna otra intención que permanecer junto al ser amado.
Esos acalorados instantes que arrancaban roces de piel y sábanas, humanidades transpiradas, amalgamadas intensamente intentando saciar esa sed que va más allá de lo imaginable, ahí cuando los besos y las caricias se vuelven escasos para ser regalados
Que lejanos parecían estar aquellos momentos de entrega incontenible, ahora que observaba a través de los cristales aquella hermosa costa que se dibujaba aún más impresionante alumbrada por la luna.
Que dejo de profunda tristeza asolaba si espíritu, entonces sumergía sus angustias en la copa que parecía haberse vuelto su única aliada en aquellas desoladoras madrugadas.
Historió en su memoria y nunca recordó haber amado así, de aquella manera, ni con aquella intensidad. Prueba de ello era el dolor que provocaba la necesidad de compañía, de aquella compañía.
Entonces no había consuelo, nada lograba llenar aquellos vacíos, ni apoderarse de su mente tan solo unos cuantos minutos.
Cuando la cristalina copa vio escurrir la última gota, se recostó hacia atrás sobre su cómodo asiento, perdió su vista en un punto indefinido, tomó su celular, lo abrió...
Al instante volvió a cerrarlo, ya no podía extraerle más momentos a aquel hermoso tiempo, las cosas debían seguir su curso, sus vidas tenían que sobrevivir a aquel alocado encuentro y continuar.
Socialmente nadie iba a aceptar que perdurara aquel amor tan puro y hermoso, mucho menos tratándose de dos hombres.

PESADA CARGA.

Amarillentas y grises imágenes de tiempos pasados. Con los bordes resquebrajados por el paso de los años.
Aguardaban para ser devoradas por el fuego, en el interior de aquella valija marrón de cueros arrugados y desteñidos.
Cuando las rojas brazas desprendían calor, Angel se arrimó hasta la enorme boca de la estufa y lentamente comenzó a lanzar las viejas fotos a la hoguera.
Una a una como un ritual, las observaba, pensaba y recordaba antes de enviarlas con las rojas llamas, que parecían bestias hambrientas, esperando para engullir todo cuanto se presentara a su paso.
Conscientemente estaba enterrando su pasado, todo lo que había vivido volvía a su mente cual proyección al contemplar cada una, eran pedacitos de vida que se habían inmortalizado, al ser capturados por aquella máquina.
Los rostros que le observaban desde aquellos documentos históricos, eran queridos y muy añorados, ya no estaban en su vida...Ninguno de ellos.
Las mujeres con grandes sombreros y adornos, largos guantes que llegaban hasta los codos, vestidos largos y anchos, hablaban de una antigüedad remota.
Los hombres con los cortos cabellos engominados, trajes negros con rallas verticales, fino bigote y sombrero de la época.
Muchas de ellas habían sido atacadas por la humedad, se tornaba dificultando el intento de visibilidad, aún así a pesar de estar adheridas unas a otras, cuidadosamente las desmontaba para poder echarles la ojeada final antes de destruirlas.
Las despiadadas llamas continuaban engordando y no cesaban en su afán destructivo, poco les importaba si aquellas imágenes eran recientes o si tenían setenta u ochenta años, todas eran masticadas de la misma manera, con la misma ferocidad y sin miramientos.
Finalmente entró la madrugada y se hizo grande la noche, el rocío comenzó a regar los pastos en el exterior y el frío reinó.
Cuando las astillas cesaron de arder hasta la última foto había sido quemada, ni un solo vestigio del pasado perduró, todas, una a una habían sido alimento del fuego y Ángel logró dormirse, junto al calor, sobre la gruesa alfombra verde.
Llevaba su pasado como pesada mochila sobre sus hombros, siempre presente, hubiera preferido no tener tanta memoria, no saber, no ver.
Envejecía de golpe con tantos recuerdos golpeteando las puertas de sus pensamientos, fue que decidió deshacerse de todos ellos.
Al fin y al cabo decidió que no necesitaba tanta historia un chico de solo diecisiete años.

lunes, 17 de agosto de 2009

LA PIEL DEL LOBO.



Al igual que los árboles, los floridos jardines, los verdes pastos frescos, los médanos casi a flor de agua en las zonas poco profundas de la playa amarilla, punto de encuentro de los veraniegos días de calor, aquella terrorífica crónica formaba parte del folklore popular.
Los más viejos del pueblo, aquellos que andaban con la espalda encorvada y peinaban canas, alguna vez que otra en noches de guitarreada y canto amenizaban la tertulia con aquellas historias que según ellos, eran reales.
Y los que atestiguaban aquellos relatos verdaderamente lo creían, porque quienes los narraban los cargaban de fuerza y vigor.
Aquellas andanzas aunque rozaran el asombro o sembraran mantos de incredulidad se volvían reales, a la luz del calor de las brazas, cuando las gargantas de los cantores estaban ya cansadas y la pausa obligaba.
La leyenda había crecido arraigada en las cuerdas de las guitarras, en él boca a boca, había sido legado a las generaciones nuevas y la misma gente la había mantenido tangible. De todos las exposiciones fantásticas que encumbraban los relatos de los paisanos, era sin duda la existencia del lobizón la más relevante, cargada de misticismo y por sobre todas por un gran realismo.
Antonio Giménez había nacido y crecido en Villa Lobos, aquella ciudad costera del interior.
Precisamente había heredado su nombre de ésta popular creencia, lo que en otras partes del mundo se definía como el “hombre lobo”.
Era una persona muy respetuosa de las creencias pueblerinas y le cabría el rótulo de cristiano, al menos a la hora de ir a misa los domingos.
Lo cierto es que no contaba con la virtud de la fe para las cuestiones religiosas, aún así quería asegurarse un lugar en el paraíso a la hora del adiós.
Cuando en un pueblo se comienzan a tejer suspicacias en torno a una persona, se empieza a temer, a ver al individuo con otros ojos, podría decirse que pasa a ser culpable sin siquiera haber tenido un juicio.
Esto aconteció con Miguel, un nuevo carpintero que había llegado al pueblo, pisando los cuarenta años, vivía solo, era ermitaño, casi nunca se lo veía andar la calle.
Este raro comportamiento llamaba mucho la atención.
¿Porqué este hombre vivía solo y alejado del mundo sin familia?
Los más atrevidos indagadores locales, aquellos que investigaban hasta el grupo sanguíneo de los recién llegados, lograron recabar información respecto al nuevo y extraño personaje.
Miguel había sido expulsado de su pueblo de origen, entre otras cosas por ser el mayor de siete hermanos, hecho este que disipaba cualquier tipo de duda, claro que nadie corroboró la veracidad de estas noticias.
Si ayudaba a alimentar el morbo y a sostener aún más lo que se imaginaba los comentarios eran fidedignos, poco importaban las fuentes.
Sin derecho a la auto defensa el carpintero estaba ya bajo la lupa del pueblo, lo evitaban, nadie se le acercaba y en las noches de cantina con la garganta regada por alguna bebida blanca los contertulios refiriéndose a él, dejaban escapar aquella palabra maldita: “ lobizón”.
Entonces la espeluznante leyenda volvía a la vida.
De inmediato se acercaban hasta el baúl de los recuerdos para extraer de él todo lo relacionado a la maldición.
El séptimo hijo varón, cuando vea la luna llena, se convertirá en lobizón, bestia descomunal, similar a un lobo de tamañas similitudes.
Ser sediento de sangre, enviado del mismísimo infierno, que no hallará la paz solo hasta que una bala de plata se aloje en su corazón.
El antiguo relato contaba además que aquel que fuera capaz de liberar el espíritu apresado en el cuerpo del hombre maldito, entraría en el cielo sin necesidad de pasar por el purgatorio.
El solo hecho de librar al mundo de esta amenaza lo ponía en lugar privilegiado a los ojos del altísimo.
Una de esas noches en que el alcohol de adueña de la atmósfera, el tema de encuentro de los vecinos era la nueva amenaza que se cernía sobre Villa Lobos.
Don Antonio Gutiérrez era sin duda en el pueblo el más indicado para levantar el estandarte de la lucha y ante el asombro de todos los presentes se comprometió a acabar con aquella amenaza.
Así fue entonces que la primera noche de luna llena decidió dar cumplimiento a su juramento.
Dio ordenes estrictas a su esposa que no abriera la puerta bajo ningún concepto, tomó su escopeta y sabiendo que aquella empresa podía costarle la vida salió rumbo a la casa del hombre, quería ser el primero en ver manifestarse al enviado del diablo y mandarlo de regreso al abismo.
Arma en mano, se apostó a unos cuantos metros de la casa, estaba solo, nadie se animó a seguir su paso, todos mantenían oración por el valiente Antonio.
Desde allí la vista era precaria, no podía acercarse más o estaría muy expuesto.
Una luz mortecina se desprendía del interior de la vivienda, desde lejos logró ver al hombre en su interior, pareció caer al suelo, cautivo por un desmayo.
Lo había perdido de vista, al instante pudo advertir algo peludo y descomunalmente grande incorporarse. Jamás había visto un animal tan grande.
No era producto de la exageración lo que se comentaba
Su corazón pareció detenerse ante aquella horrible visión, sabía que la historia era real, ahora solo debía cumplir su misión.
Desde su ubicación perdió de vista la fiera, se acercó, lentamente y tembloroso... Ya no estaba, la enorme bestia había salido por atrás y se dispuso a buscarlo en la inmensidad de la noche...
Luego de varias horas, concluyó que el lobizón se había escapado... Pero no la próxima vez... Pensó.
Durante varias lunas Antonio siguió el rastro del lobo sin poder darle alcance.
Parecía que la endemoniada fiera cobraba inteligencia para eludir la persecución.
Todos los artilugios conocidos eran puestos en práctica por el improvisado cazador, ajos, agua bendita, grandes tramperos, pero no había éxito.
Así pasaron algunas lunas sin que el cazador intentara nada, hasta que una noche decidió volver al ruedo.
Esta vez decidido a terminar con el lobizón...
La luna era alta, a metros de la casa, logró ver la conversión desde fuera, como tantas veces antes, esta vez se acercó más...
El lobo se había escabullido de nuevo, enlutado por el manto nocturno.
El cazador rompió en furia y decidido avanzó hacia la vivienda tumbando la puerta con un furibundo punta pie.
Al abrirse la hoja de pesada madera... Mayúsculo fue su asombro al ver entre las sombras y tomar con sus manos una piel oscura y atiborrada de pelos.
En aquellas noches de luna llena, aquel lobo que no era tal, se convertía en bestia salvaje dando violentas envestidas a la esposa de Antonio que se extasiaba de placer aplacando los intensos calores del deseo, mientras escondían historias de amantes, ocultándolas entre las páginas cargadas de mítica que alimentaba la creencia popular.

CAZADOR.

El veterano cazador llegó a la ciudad de Sierra Alta cuando caía la séptima hora del veinte de Agosto, en esos momentos que el astro rey parece perder sus fuerzas y atosigado por el cansancio comienza a preparar la retirada.
Prácticamente entró en el pueblo a los albores de la nueva noche, en pocos instantes se mostraría majestuosa y brillante.
Acaso fuera la mejor hora para su deporte preferido, la caza. De todas los momentos del día, era la noche el instante que prefería para desarrollar la tarea.
Pudo haber llegado a la mañana y disfrutar de la geografía del lugar, pero no estilaba dedicar demasiado tiempo a sus divertimentos, prefería realizar la cacería pronto y retornar sin demora.
Por eso jamás llegaba ni tarde ni temprano, lo hacía en el momento justo en que sabía a su presa más vulnerable.
Sin mucho cambio de indumentaria y solo con las herramientas necesarias salió presuroso al posible punto de encuentro con su trofeo de faena.
A las afueras de la ciudad, cercano a un río que reflejaba las luces de la noche y donde cada tanto los pescadores se arrimaban a probar suerte con sus cañas.
Por fortuna para experimentado cazador esa noche estaba tranquila, en cuanto a concurrencia.
Se detuvo junto a una roca, aguardó cobijado en la nocturnidad, si algo le acompañaba en sus largas travesías era su paciencia a la hora de esperar a sus víctimas.
Podía permanecer inmóvil durante horas aguardando cual estatua, sin que nadie notara su presencia.
Sabía que cualquier sonido, hasta el más mínimo ruido espantaría a su eventual trofeo y en aquella noche como en todas la pesquisa debería ser exitosa.
No importaba la dilatación temporal si se completaba la empresa.
Él no se jactaba de ello, pero era sabedor de que pocas presas habían conseguido burlar su paso, hecho que daba muestras de su implacable profesionalismo.
La calma a la hora de la prórroga había dado sus frutos, finalmente cuando era grande la noche, cerca de la orilla del río finalmente avizoró lo que aguardaba.
El contacto visual, le inyectó aún más tranquilidad otorgándole confianza y mayores probabilidades de logro.
De modo que sin inquietar la silenciosa calma, avanzó sigilosamente, como levitando para evitar ser visto ni oído, lentamente caminó, seguro.
La mirada fija en su presa, la mano firme que no le temblaba, cuando supo frágil a su damnificado, decidió que ya era hora de atacar y esa noche como tantas y tantas el cazador se alzó con el trofeo.
Cuando la mañana llegó a la apacible Cierra Alta, pequeño pueblo dónde los habitantes no eran muy numerosos, la trágica noticia corrió como reguero de pólvora, uno de los más antiguos y respetados miembros de la comunidad había dejado de existir.

martes, 11 de agosto de 2009

NATURALEZA VIVA.

Luis Angel Hernández había tenido la suerte de ser seleccionado como nuevo guardia de seguridad del museo municipal de la ciudad, entre muchos aspirantes.
El viejo cuidador que lo antecedía había perdido la razón y fue cesado de su cargo, estando incluso bajo atención profesional. Conjeturaron que tantos años trabajando durante la noche habían vuelto endeble su razonamiento y estaba a los albores de la locura. Su demencia era elocuente, permanentemente hablaba cosas sin sentido.
Durante una de las primeras noches, estando de recorrida, con la luz de su linterna, Luis Angel logró ver en el piso un objeto que brillaba, se detuvo, dirigiéndose hasta él.
Lo tomó, era un facón, de afilada hoja y empuñadura en metal, le resultó extraño pues en aquella zona sólo se exponían pinturas, por tanto no habían antigüedades.
Continuó la recorrida con el extraño objeto en sus manos, justo frente a una de las pinturas: "evocación ecuestre" vio asomarse en el piso bajo una roja alfombra lo que parecía ser el borde de un papel, lo levantó.
Instintivamente iluminó con su luz la pintura, había algo extraño en el gaucho, que era el personaje central de la misma... A su cintura, el pintoresco hombre tenía una funda vacía... En la cual podía alojarse perfectamente el facón que Luis tenía en sus manos.
Al terminar la recorrida abrió el papel que recogiera del piso y se dispuso a leer, contenía unas cuantas líneas...
A quien corresponda:
Cuando llegaba la noche y el museo apagaba sus luces, liberaba sus custodias y cerraba sus puertas, se respiraba un aire de tranquilidad y paz.
Entonces es ese momento los espíritus que anidaban en las pinturas se escapaban de sus lienzos y salían a recorrer el lugar.
Habían dado vida a las obras durante el día y ahora en la soledad y lejos de las miradas de los visitantes, comenzaban a desprenderse de los cuadros.
El brillante piso lograba reflejarlos, parecía estar encendido cuando la luz lunar se proyectaba desde el exterior a través de los gruesos vidrios.
Cuando la madrugada era ya crecida no existía nada que los detuviera en su alocado accionar casi increíble.
Yo los veía, al principio me escondía, desde lejos escudriñaba, con el tiempo notaron mi presencia, aún así se mostraban indiferentes a mis incrédulas miradas.
Cuando los fenómenos iniciaron lograban aterrarme, desde el rincón pegado a mi silla, ni siquiera me animaba a encender la linterna para ver más allá de lo que mis ojos eran capaces de captar, con la mortecina luz natural. Sentía el aroma de las flores del cuadro del paisaje, el canto de los pájaros como si estuvieran trinando aquí dentro, junto a mí.
Lograba sentir el aroma y el sonido del mar, cual si me encontrara parado justo en medio de una playa con el viento costero acariciando mi rostro, aterrado.
Una noche de esas en que las pinturas habían soltado sus riendas, el viejo, el que está sentado sobre un caballo en la pintura que está en el ala norte, vestido de gaucho, con la camisa amarillenta raída, con chiripá y sombrero y sus dedos fuera del calzado, facón a la cintura, con cabellera y barba blanca, pañuelo al cuello, se acercó hasta mí.
Mi corazón pareció detenerse en aquel instante, momento en que ya le había quitado el crédito a mis ojos, me dijo con aire paternal...
- No se asuste mijo, liberamos las tensiones del día. El realismo de las obras se sustenta con nuestra presencia, por eso los visitantes logran maravillarse con ellas, porque viven... A través de nosotros cobran vida...
El viejo continuó hablando, más yo no quise continuar escuchando aquellas excusas explicando lo inexplicable, comencé a correr por el largo pasillo, hasta encontrar la salida...


Cuando el nuevo día abría sus ojos, el extraño cuchillo formaba parte de la pintura, a la cintura del gaucho.
Sobre la oficina central del museo, esta misiva descansaba en el escritorio central, junto a una carta de renuncia, fechada al día, firmada por Luis Angel Hernández.
Ambas cartas desaparecieron, no fuera a ser que el nuevo eventual guardia también se contagiara de aquella locura colectiva.

lunes, 10 de agosto de 2009

EL VIAJANTE.

Al principio se mostraba indeciso, inseguro.
Sentía que le faltaban fuerzas para iniciar el largo viaje. Lograron convencerlo, alentándolo.
En un nuevo mundo que debes conocer... Le dijeron.
Entre miedos, inseguridades y temor por lo desconocido finalmente accedió, había aprendido a escuchar consejos, sobre todo de los que amaba y era consciente que la misma sensación de tristeza que él sentía al partir, los demás lo tendrían por su ausencia.
De todas maneras con la resolución ya tomada, esa noche, la anterior al viaje fue diferente, estaba ansioso y nervioso, no lograba dormirse y tampoco quería.
Decidió mantener un diálogo con el jefe de su orden, quien le encomendara la tarea.
Una vez finalizado el encuentro pareció estar más tranquilo, las palabras del sabio maestre habían aquietado su espíritu temeroso y se fue a su cuarto a intentar descansar para emprender la marcha al día siguiente.
Una estrella, la más brillante llamó su atención, estaba colgada del cielo, logró verlo desde la ventana de su dormitorio y se perdió en ella observándola largamente.
Paz y tranquilidad halló en aquel instante, acaso las fuerzas que necesitaba para la empresa.
Entre quiero y no puedo, con la ansiedad como aliada finalmente se durmió, un sueño entre cortado y poco profundo, aunque a fin de cuentas estaba descansando, a las afueras todos velaban su sueño, iban a extrañarlo en demasía.
Despertó en pleno viaje, ya no había retorno, destinó el tiempo subsiguiente a recordar y despedir a través de su pensamiento a todos sus seres queridos que con tanto afecto le habían despedido.
La tecnología que le acompañaba era muy buena y atendía a todas sus necesidades físicas, buen alimento, comunicación, oxígeno y calor.
Amenizaba sus largas horas de viaje esperanzando su corazón a las nuevas emociones venideras, decidió que ya debía desechar los temores, que el camino seguía su curso y de nada valía el arrepentimiento.
Así pasaron los días...
Hasta que finalmente supo que el largo viaje estaba arribando a su término, abandonaría aquel habitáculo que le acompañara durante la cruzada.
Se sintió nervioso, tenso, con algo de miedo, pero feliz, muy feliz, en ese instante recordó a todos.
Ya lograba ver la luz, y escuchar voces, el silencioso entorno del interior había sido roto, grandes y blancas manos le recibieron, estaba ya en casa.
Alegrías, risas y llantos compartidos...
Una vez más el milagroso viaje de la vida llegaba a destino.
Suavidad y calor, ternura y amor encontró en el pecho del ser que lo recibía, el mismo ángel que durante nueve lunas aguardó la llegada del viajante.

EL PARQUE DE LOS ROSALES.

Él rubio, con ojos claros y una límpida mirada, con mejillas rozagantes, aparejadas a dos grandes manzanas, de las jugosas, esas que se tornan irresistibles al tacto.
Ella, morocha blanca, grandes ojos color café, cejas y pestañas bien definidas, de hermosa y larga cabellera negra,.
Lacia, en ocasiones trenzada para evitar los indeseables bichitos, que su madre combatía sin descanso.
Habían cruzado un par de veces la mirada, solo ese contacto, el único. Aún así el solo hecho de acariciarse las miradas, desprendía sonrisas en ellos convirtiéndolo en miradas cómplices, de dos pequeños que permanecían alejados.
El parque de los rosales estaba muy cercano a la escuela, apenas tres cuadras, al sur. Era este el lugar dónde los niños soltaban la alegría que habían contenido dentro de las aulas.
Era el punto del encuentro a la hora de finalizar la jornada. Adornadas con juegos que hacían el divertimento de los pequeños, espacioso y verde, cargado de árboles que rebozaban sus copas de pájaros, amenizando la estadía.
Jugaban, saltaban, reían, corrían, era el premio después de la tarea diaria y eran ellos privilegiados al tener aquel hermoso espacio que los mancomunaba con la naturaleza.
También distendía a los acompañantes de los pequeños, mateando, charlando, o simplemente compartiendo un paseo.
El árbol más grande, el más frondoso y de grueso tronco se erguía impresionante a los ojos de los niños a escasos metros de la jaula de los monos, que no era otra cosa que fierros soldados cual cubos donde los niños trepaban, agilizando sus dotes de primates. Los más atrevidos lograban llegar a la cima.
La parte trasera del enorme gigante natural contenía un hueco, muy profundo, hacía las veces de escondite a la hora de los juegos, pues solo los pequeños podían acceder en él.
Una de esas tardes cuando la primavera comienza a abrir sus ojos y a llenar de vida el entorno natural, luego del letargo invernal, volvió a tomar vida el hermoso parque.
Él notó que ella lo miraba y comenzó a caminar rodeando la plaza, a los instantes volvía a verla y lograba ver la mirada de la pequeña, entonces se escondió en el interior del hueco y allí permaneció un buen rato.
Hurgó en su bolsillo hasta encontrar una navaja que utilizaba para pelar manzanas y decididamente escribió en aquel tronco... " Me gustas mucho..."
Como para sensibilizar aún más las miradas adultas y que no quedaran dudas que la frase tan cargada de afecto había salido de una manito muy pequeña, tenía faltas de ortografía.
Abandonó el árbol mirando hacia donde unos instantes se encontraba la pequeña... Pero ya no estaba. Rodeó todo el parque, buscándola, pero se había ido y decidió regresar.
A los pocos días el chico volvió, la tarde estaba gris, el parque desolado y como esperando respuesta a aquel mensaje lanzado al vacío, se internó en el árbol y bajo su escritura encontró otra como respuesta... " Y tú también".
La vergüenza que invadió su cuerpo fue tal, que decidió evitar intercambiar miradas, al menos hasta que el terror lo abandonara.
Sobrevinieron las estaciones, pasaron los días, los meses, los años, pasó la vida...
Hasta que una tarde cargada con aroma a primavera recién amanecida, él volvió, regresó con su espíritu cargado con bagajes de lindos recuerdos.
Se había aventurado a volver al árbol del mensaje, cuando observó el interior pudo ver el mensaje y la respuesta, aún permanecían impresos a pesar del paso del tiempo.
Aún recuerdo el dolor que me causó tu escritura al abrir mi corteza.
Resonó una voz como de ultratumba. Es el árbol pensó... Me está hablando.
¿Puede ser qué me esté hablando a mí?
- El paso del tiempo y las historias que he presenciado a la sobra de mis frondosas ramas, me han humanizado.
Si, soy yo quien te habla.
Sin buscarle demasiada explicación a lo sucedido, presuroso se animó a preguntar...
- ¿Ella ha venido?
- Todas las primaveras, sin faltar, ha venido y ha entonado hermosas canciones de niños bajo mi copa... Esperándote.
- ¿Vendrá?
- Siempre vuelve.
- ¿Pero como podré reconocerla ahora?
- Podrás reconocerla cuando se acerque, porque la has conocido con tus ojos más puros.
No alcanzaba a caer la tarde cuando el árbol vio desprenderse hacia lo alto dos fugaces estelas de luz, que giraban una entorno a la otra, parecían danzar mientras cobraban altura...
El viejo y cansino añoso de madera pareció sonreírse bajo el último destello de sol primaveral mientras pensaba...
Valió la pena, tanto tiempo de espera...

sábado, 8 de agosto de 2009

CORAZONES VIRTUALES.



No se permitía pensar demasiado en nadie, cuando alguien intentaba ingresar tozudamente a su mente, automáticamente pasaba a convertirse en un potencial enemigo, un agresor de su intimidad, privacidad y era desechado.
Alguna historia que otra que mejor no recordar habían ido generando esta impenetrable coraza con una resistencia sobre humana.
Pero como a todos alguna vez nos ha pasado, en esas noches que la luna está alta y brillante, nos detenemos a observar esa bella postal nocturna y la muralla inexpugnable frente a nuestra incredulidad se va descascarando.
Una de esas noches seducida por el espíritu de la soledad Paula vio colapsar todos sus mecanismos de defensa y se encontró desnuda frente a su destino, entregada, sin capacidad de reacción.
Es claro que este cambio tan brusco, esa suerte de revolución no aconteció de la mano de la inmediatez, por el contrario resultó lento y progresivo.
Uno de los más modernos y tecnológicos buscadores de almas solitarias la había cautivado.
Nada más oculto que la soledad de su habitación, nada más íntimo que su micro mundo, ahí donde nadie podía poner un pie porque carecía de invitación.
Con todo el peso de su enorme soledad a cuestas y el ataque incesante de la nostalgia, aquella noche protegida bajo el amparo de la virtualidad informática se hizo propicia para la llegada de una nueva amistad.
En esas noches donde nada importa, solo prima la avidez de un alma triste en busca de compañía, aunque no pase mas allá de compartir una cuántas líneas y con un poco de atrevimiento mutuo hasta alguna imagen animada.
Cuando apoyó la cabeza en la almohada al final de la charla y se dispuso a pasar raya a fin de jornada, concluyó que el afortunado encuentro había sido más que agradable y con las angustias disipadas logró dormirse.
Cuando llegó el lunes y se vio al espejo, la imagen de dama de hierro había vuelto a apoderarse de ella y así los días subsiguientes hasta el próximo encuentro.
Sobrevinieron los días y las charlas, las historias... Entonces Paula descubrió que su pesada y gruesa armadura había sido vulnerada.
Por alguno de los rinconcitos abiertos por el deterioro temporal se había colado como un halo de luz y estaba inserto en ella, lo presentía, la angustiaba, pero la hacía feliz.
Una de esas tardes, mientras esperaba la llegada de su nuevo amigo decidió enterrar los recuerdos, las angustias del pasado. Fue hasta su habitación y se maquilló como nunca, con nuevos colores esperanzadores, esos que no ofrecen los cosméticos.
Lapidó los grises recuerdos que traían hacia ella los fantasmas del pasado y se entregó plenamente.
Se ofreció a ese sentimiento que tanto le había costado aceptar, esa extraña y hermosa sensación que aceleraba su pulso y la cargaba de felicidad cuando llegaba la visita esperada.
Luego de meses de tiempos compartidos y muchos momentos hermosos, inevitablemente llegaba los que los dos imaginaban, iban a confluir en un encuentro.
La etapa virtual se cerraba, para dar comienzo al amor tangible, ese que escribe historias de roces de piel, de húmedos besos cómplices, que te impulsan al abismo de la demencia.
Con la imperiosa necesidad de que el encuentro fuera sorpresivo, único y novedoso, durante todo ese período no se habían mostrado, salvaguardo sus rostros.
Solamente a través de las letras se habían conocido, respetado, encariñado, añorado y amado, de las bocas de los mismos protagonistas se habían desprendido pensamientos como el del verdadero amor.
Las letras, la compañía y el tiempo.
Cargada con una gran locura aderenalínica Paula estaba ya finalizando su viaje de largos tres días de recorrido, distancia que separaba su ciudad con la de su enamorado.
En sus blancas y delicadas manos un papel con nombres de calles, intersecciones y el nombre de un bar.
Faltaban solo un par de calles, el vehículo avanzaba presuroso, mas ella imaginaba que iba en carreta tirada por caballos.
Había explotado en expectación, sus manos se tornaron sudorosas, su corazón palpitaba alocadamente, el final del camino estaba próximo, ya no había vuelta atrás.
Cerró los ojos para imaginarlo, solo quería ver su rostro, la mirada del amor de su vida, aquel hombre que había sido capaz de enamorarla solo con su escritura, con el deslizar de sus dedos por el teclado, regalando y recibiendo caricias desde tan lejos.
Entró al bar, observó hacia la ubicación de la mesa convenida... Estaba vacía.
Imaginó haber llegado antes a su encuentro, se dirigió a la mesa y al sentarse pudo ver a su lado a un hombre.
Un sujeto que poco o nada tenía que ver con la descripción de su amor. Camisa, pantalón y zapatos negros, al igual que un sombrero que reposaba sobre su blanquecina frente.
Que amor descomunal e incontenible habían desarrollado aquellas dos solitarias almas para hacer que la implacable muerte en persona, tomara ubicación en la mesa para excusarse por haber cancelado obligatoriamente el encuentro de los enamorados.

Pablo Fagúndez



viernes, 19 de junio de 2009

245 AÑOS...








Cae la noche en la ciudad de San Felipe y Santiago de Montvideo.
Mas, este diecinueve de Junio no es un día más.
Tras los enormes muros de la joven ciudad sureña, los pobladores se preparan a finalizar la jornada.
No lo saben, no lo imaginan, tampoco los sospechan, pero a partir de este día un nuevo viento de agitación comenzará a gestarse desde su seno.
Iniciará como suave brisa, como los tenues y fríos vientos que soplan desde el junio otoñal, cuando cobre vigor y entereza serán incontenibles.
Llegará para sacudir cada uno de los rincones de Banda Oriental, anidará en la historia presente y futura.
Logrará perpetuarse con bríos de gloria y las generaciones venideras reconocerán en ese viento indomable e implacable, un pampero libertario que unificará voluntades, e irá derrumbando muros.
Esta ciudad que ya apaga sus luces y se apresta para pernoctar, no es capaz de advertir que en este día, llamado a ser el punto bisagra de su existencia, les ha nacido un guía.
Se aproxima el momento en que esta tierra con dependencia española comenzará a reclamar identidad, cultura, tierra y nombre propio.
Ese pequeño que ahora es amamantado, acunado y protegido por sus familiares, prontamente incitará las mentes de los criollos con una idea republicana teñida de azul, blanca grandeza estimulará su espíritu y roja será la sangre derramada para sostener estas utopías libertarias.
Oleadas tricolores desatarán su furia rumbo al sur, avanzando tierra tras tierra, persiguiendo y aterrorizando al godo que temblará al haber excitado su enojo.
No habrá lugar donde esconderse cuando el Jefe de los Orientales decididamente logre avizorar su destino.
Ese caudillo sin parangón que la fortuita y sabia naturaleza acaba de reglarles en este día, echará por tierra la heterogeneidad social, no habrá raza que exista en estas tierras que no se una a la causa.
Él pintará sus caras con colores aguerridos, les hará soñar libertad, orientalidad y federación.
Cuando sean patria andante, él los llevará a cuestas por los sinuosos caminos que conducen al norte, nadie querrá separase de su sombra protectora, luminosa y contenedora.
Cuando devenga el tiempo del cobarde traidor y a sus espaldas golpeteen las tristes realidades de la derrota su pueblo seguirá sus pasos.
En la noche más oscura, en la más profunda incertidumbre, a su lado habrá esperanzas, porque nada existirá que logre doblegar su espíritu.
Será mejor para ellos morir de pié, porque él les infundirá en sus mentes y corazones que no han nacidos para ser esclavos, y ante ningún invasor se rendirán.
Cuando el exilio lo llame, se alejará, otras tierras lejanas verán sus amaneceres, el tiempo teñirá sus cabellos de blanco y las arrugas acompasarán su fisonomía.
Regresará a su tierra, ya inmortalizado y este pueblo que ahora descansa tras los muros, saldrá a recibirle, le nombrarán padre de la Patria y sus hijos orgullosos recorrerán cada una de las páginas que escribió e imprimió en el colectivo popular.

Quisiera poder regalarte otro final, quisiera poder contarte al oído que ese bendito sueño de libertad, motivo de tus desvelos... Es real.
Que ni la lucha, ni la entrega fueron en vano.
Que esta atmósfera rebosante de vientos independentistas que generaste, hoy se respira en plenitud.
Que el logro ha dejado de ser utópico, e inexorablemente tiene tus colores grabados, tus frases y tus hechos.
Quisiera que Blanes me regalara una pintura, mostrándote en la plaza central rodeados por tus compatriotas, de una américa unificada, haciéndote eco de sus voluntades.
Con ese pueblo, tu pueblo, con el que desarrollaron esa seducción mutua que los amalgamó durante toda tu existencia, la vívida y la mítica.


Estas amarillentas líneas, cargadas con aquel peso historico y vigente, están dedicadas a los orientales de Artigas que un día desafiando la niebla, el frío y la lluvia, se convocaron en el corazón de Montevideo.
En nuestra querida plaza Independencia para decirle: No.
A cada uno de esos pétalos, de la rosa oriental que unificaron sus corazones en repudio al traslado de los restos de nuestro único jefe.
Y en lo personal el agradecimiento por haberme hecho vivir uno de los momentos más emotivos de mi existencia.
Nadie sabe que rumbo tendrán los planes actuales, todo hace pensar que seguirán su curso, aún a espaldas de los designios del soberano.
Lo que sí sé, y en aquella fría mañana se impregnó en mi espiritu, es saber que no existe decreto gubernamental que logre sacar de nuestros corazones al Protector de los Pueblo Libres.



Los jinetes de Artigas cabalgan al sur, han escuchado el llamado de su Jefe.
Y vos... ¿Te vas a quedar en casa?...
18 de Julio de 2009. Marcha Presente mi General.

domingo, 19 de abril de 2009

Seres de luz.

Cuando la pequeña, descalza atravesó el umbral de la ciudadela, le asombró encontrar tanto vacío en su interior.
Los pocos árboles que se erguían sobre el árido terreno, carente de verdes pastos, eran maderas afinadas que no despertaban vida desde sus ramas.
En sus copas, no anidaban las aves y tampoco proyectaban refrescante sombra hacia el suelo.
Los intensos colores y perfume de las flores no armonizaban el camino, ni los sonidos particulares de la noche
Aquel páramo desolado solo otorgaba un desalentador entorno.
La pequeña que inyectaba al exterior el calor, color y alegría de su interior, no podía, parecía que su alma se entristecía cada vez más a su paso, al internarse en el lugar.
La noche fue doblegada por la luz matinal, pero aquel amanecer no tenia los rojizos colores que anteceden al nuevo día.
No contenía la luminosidad de los plateados rayos solares que bajaban a la tierra, era una claridad opaca, falta de fuerza, de color de vida.
La niña continuó su cansina marcha, hasta divisar un empedrado camino que se desprendía del reseco suelo.
Avanzó, salieron a su encuentro un grupo de niños, numeroso. Las pequeñas caritas le rodearon.
Aquella niña mujer de once años, que mixturaba su presente entre ingenuidad y joven madurez tenía un ángel especial con los niños pequeños.
Lograba imantarlos con su espíritu guía y contenedor, se sentían protegidos, aquel par de hermosos y grandes ojos irradiaban confianza y eran luceros encendidos.
Aquel grupo infantil no distaba del resto de los pequeños, al verla no lograron separarse de ella y a medida que el camino se extendía a sus pies, cada vez eran más y más los niños que se sumaban en procesión a su marcha lenta pero segura.
Se volvió a verlos, eran muchísimos, cuando les observó notó que existían características comunes en todos ellos.
Sus caras estaban tristes, sus ojos vidriosos, en casos llorosos, como tormenta que encapota el cielo, así se mostraban sus rostros.
No eran felices, no había risas, ni algarabía, ni juegos, aquellos niños parecían personas mayores carentes de alegría, desilusionadas, entregadas, atormentadas.
Cuando se atrevió a hablar y preguntar quienes eran y porque la seguían.
Las ensombrecidas caras la miraron como queriendo sacar respuestas de sus resecos labios.
Pero no, no podían por más que se angustiaran por no poder, no hablaban.
Aquellos chicos eran completamente mudos, ninguno era capaz de emitir sonido.
Sus angustiantes miradas hablaban por ellos, dejando ver que su presente no era venturoso.
La niña se entristeció aún más la ver aquel espectáculo de silencio y continuó la marcha con aquel mar de chicos a sus espaldas, que maduraban el camino, en silencio, en calma, pero todos y cada uno de ellos en completa soledad.
Al final del empedrado trayecto, el silencio fue quebrantado, una voz le habló, era muy silenciosa, casi imperceptible a sus oídos, entonces se volvió para ver cual de aquellos niños podía hablar.
Hasta ella se presentó un pequeño que no tenía más de cinco años, con sus ojos bien celestes y rubios cabellos que adornaban cual corona su cabeza.
- ¿Porqué lloras pequeña? Le dijo.
- Porque he andado caminos muy largos y he visto todo desolado y triste y estos niños me siguen esperando que los lleve a un lugar mejor y yo no puedo guiarlos donde no puedo llegar, porque no sé.
- El hombre ha llenado este lugar de sombras, ha devastado los verdes prados, ha matado la vida que crecía en su entorno.
Ha hecho este lugar desolado y triste. Estos niños no escuchan ni hablan porque no están preparados para vivir de este modo.
El hombre, ha desterrado todo vestigio de amor, que reinaba aquí.
- Pero ellos no tienen culpa, yo quiero ayudarlos.
- Solo un alma capaz de generar y otorgar amor puede hacerlo, un espíritu tan puro e inocente, que entienda el valor de la vida y pueda honrarla, lo hará.
Solo esas personas tienen la herramienta para ayudar a estos niños y saben como usarla.
Son seres de luz que han sido creados para alumbrar en medio de la oscuridad.
Sigue tu camino pequeña, no puedes hacer nada, ni siquiera yo, nada puedo hacer con tanto odio reinante.
- ¿Quién eres tu? Preguntó la pequeña.
- No importa, si es posible que encuentre algún sitio donde reine el amor, me mostraré y el mundo me conocerá, pero ya no existe ese sentimiento tan puro en estos lugares.
Cuando dijo esto se perdió entre la muchedumbre de tristes caritas que como mar se agolpaban rodeando a la niña.
Ella levantó la vista al cielo y como la cascada que baja por la montaña, de sus hermosos ojos comenzaron a brotar cristalinas lágrimas.
A pesar de la pena que tenía por la impotencia no quería que los niños notaran su llanto y la vieran desilusionada, así que continuó la marcha y a su espalda los niños también lo hicieron.
Sólo el silencio se oía y las pisadas del innumerable éxodo que compartía el trayecto de la pequeña.
Con sus lágrimas brotantes, pensó que no podía rendirse, no por los chicos, que no existía nada más hermoso que verlos felices, decidió que nada ensombrecería su alma y que encontraría el camino.
Entonces cuando esperanzó su espíritu, reconoció su propósito y continuando la marcha aún con sus pies cansados, entre abrió sus labios y comenzó a cantar, primero pálidamente.
Lentamente comenzó a subir su tono de voz.
En aquel lapidario silencio, aquellas notas de su boca se desprendían como armoniosas melodías que comenzaron a dañar la oscuridad.
El apacible sonido además de inundar todo de luz, logró introducirse por los oídos del resto de los caminantes que se animaron a gesticular sus labios y acompañar la dulce canción que entonaba la pequeña.
De pronto era un coro unificado el que cantaba, todos tomados de la mano, con sus frentes en alto, la sonrisa se apoderó de sus rostros y comenzaron a danzar continuando el paso de la pequeña que no acallaba su dulce voz.
Al angelical coro, se sumaron los cantos de los pájaros, el sonido de las aguas, los resecos árboles se fueron vistiendo con verdes follajes y los áridos suelos se tapizaron con frescos pastos.
El exquisito aroma de las coloridas flores que comenzaron a brotar endulzaron todo le lugar.
El mágico sonido de la niña, estaba dando vida, regalaba amor y lo contagiaba, logró expandirlo por todo el valle y el sol brilló en lo alto.
Así se perdió el coro cantante y danzante en el horizonte, el brillante astro desde lo alto se maravilló con tanta belleza y prometió a la niña que ese lugar sería sagrado y en su honor sería nombrado.
Nunca se supo que fue de aquella niña, tampoco se sabe su nombre.
Dicen que aún anda los caminos, iluminando los senderos con su canto y regalando la apacible dulzura de su voz cargada de vida.
Lo que sí se sabe, es que en aquel páramo, antes triste y desolado, una noche, una joven madre, vio nacer a su hijo, un niño que irradiaba luz.
Cuentan que muchos lo veneraron como si fuera un Dios.
Aquel lugar, llevó por nombre: Belén.


La música que logre arrancarse de las páginas de este relato está íntegramente dedicada a mi hija .
Le regalo a ella la melodía que se oculta tras las palabras que conforman el relato, porque una vez la pequeña inspiró en mi la invención de éste cuento.
Que fue gestado y alumbrado dentro del corazón de la hija y su padre.
Por y para Belén Fagúndez.

Pablo Fagúndez.

lunes, 13 de abril de 2009

AMANTES.

Estoy jugando con fuego, se dijo.
Él sabía que embarcarse en aquella demencia podía dejarlo atrapado como al ratón tras su cebo.
Su espíritu estaba mal herido y su pensamiento pletórico de ella, sin quererlo y sin notarlo respiraba a ella, olía a ella.
Sudaba su pensamiento, el próximo paso sería irreversible, si continuaba no habría vuelta atrás, no para un alma que no podía preservarse del amor, a pesar de su dureza, su entereza y su creencia personal.
No había conseguido encontrar las armas que le permitieran liberarse de aquello que rondaba su mente.
Todos aquellos pensamientos prohibidos que tomaban diferentes rutas confluían en solo punto, ella.
Llegó al hotel, entusiasmado, como estudiante el primer día de clase, pidió una habitación, el tercer piso le aguardaba.
Casi tan presuroso como llegó, tomó la llave e inició la marcha rumbo al ascensor.
El corto trayecto de viaje lo halló de frente al espejo, con la algarabía dibujada en sus labios, el interminable tiempo de espera estaba llegando a su fin.
Por un momento cruzó por su mente el "después", entonces se volvió para no verse reflejado, como si le pidiera a su imagen que no propusiera interrogantes de las cuales no tenía respuestas.
Consultó su reloj, para que aquellos pensamientos punzantes se alejaran, quince minutos pasaban de las diez.
La cita que estaba pautada para las once.
Sabía que la espera sería larga. Cuando se hubo duchado, con las gotas de agua cayendo sobre sus hombros se dispuso a buscar ubicación en la cama.
Corrió la roja cortina, antes de hacerlo, observó la inmensidad de la noche, de la ciudad que ya se preparaba para descansar, contempló las mil estrellas que titilaban frente a sus ojos, oxigenó de aire sus pulmones.
Encendió un cigarrillo para amenizar la espera, el silencio reinaba. Solo él, sus recuerdos, el azul del cigarrillo elevándose, perdiéndose en el techo.
Cuando la colilla ya casi quemaba sus dedos, volvió a la realidad, se inclinó para apagar prácticamente el filtro que aún humeaba, logró ver sobre la mesa de luz algo escrito.
Había dos iniciales, H y D, enmarcadas en un corazón, y debajo esgrimía: " JAMAS TE OLVIDARE", rayado sobre la mesa, como si alguien lo hubiera escrito con la imperiosa necesidad de que perdurara sobre aquella lustrosa madera.
Sin duda estigma de una noche de pasión oculta, cuantas cosas encerraban aquellos escritos deficientes y desprolijos.
Dos letras, un corazón deformado y un breve texto, con un dejo de despedida provisoria o permanente, eso estaría en el corazón de los amantes, atrevidos, desafiantes del amor que habían perdido la razón embrigándose con la copa del deseo y habían sido derrotados.
¿Que enlutados recuerdos atarían aquellas mentes?
Mientras rondaban esas incertidumbres por su cabeza sintió dos golpes en la puerta. Incapaz de quebrantar el silencio, aguardó.
El pestillo de la puerta fue accionado desde el exterior, la tenue luz que ofrecía la luna le ayudó a comprender que aquel rostro que sigilosamente se acercaba hacia la cama, era el que había añorado, soñado y extrañado largamente.
Se arrodilló sobre el lecho para no perder detalle de la delicada fisonomía que veía caer desde sus sienes una enrulada mata de pelo que armonizaba aún más, el lineamiento de un rostro casi perfecto.
Y aún en la penumbra divisar el brillo intransferible de unos ojos ávidos por verlo.
Él, con la cara externa de la mano izquierda acarició aquellas ondulaciones marcadas en la suave cabellera, y luego fueron ambas palmas.
Subiendo desde la punta de los cabellos, hasta morir en el rostro, hasta posar sus yemas en la fina y delicada piel el rostro, para con sus pulgares recorrer sus comisuras hasta morir en el punto céntrico de los labios.
Supo que era ella, entonces sobrevino un largo abrazo, llevando muy suavemente la mano abierta hacia la base de la nuca de su visitante nocturna que había llegado a iluminar su solitaria nocturnidad.
Le enorme luna que brillaba desde lo alto conformando un terceto cómplice además de brinadar cansina luminosidad, otorgando a aquel interior un romanticismo supremo e indescriptible, prometía no quebrantar el silencio y esconder como tesoro el secreto pecaminoso que les estaba carcomiendo los cuerpos y las mentes.
Los ropajes que los cubrían ya formaban parte de la geografía de aquella pintura, que bien podía lograr inspirar a los pinceles más encumbrados.
Los besos prohibidos que habían rezagado el tiempo estaban llegando a destino, uno a uno y las caricias.
Las caricias que recorrían aquellos cuerpos, los abrazos apretados que se adeudaban, se liberaron sin medida
Cada uno de los poros de sus humanidades, ahora unificadas, parecían ser volcanes preparándose para erupcionar, gigantes naturales que parecían haber vuelto a despertar del letargo con el roce de la piel añorada.
Con una suavidad inusitada apenas se divisaba el movimiento pélvico bajo las delicadas sábanas, desde la distancia podían verse como caricias, como dulces palabras, melodiosas músicas que sólo lograban arrancar inaudibles quejidos placenteros de boca de los amantes.
Nada más ceremonioso, nunca algo tan protocolar.
Simulando dos cuerpos de cristal amándose, cuidándose, protegiéndose.
El momento de la explosión natural los halló amalgamados, unidos, transpirados, gozosos.
La brisa nocturna desde el exterior acarició la cortina naturalmente, como si nada pasara, ignorando completamente que en el interior de aquellas paredes el pacto vedado, silencioso de amor a escondidas se había cerrado...
Alocadamente su móvil rompió en alocada música, él despertó, buscó con sus ojos a la inspiradora de la noche, a quien compartiera su cama.
A nadie halló, estaba solo...
Desconcertado cerró la tapa del celular al leer el mensaje que le ofrecía excusas desesperadas, por no haber podido venir a la cita.

lunes, 6 de abril de 2009

Despierta enero.

Desde lejos podía divisarse como una mancha rosada entre el verde el paisaje.
Pero aquel elemento de rosado color penetrante distaba mucho de ser un elemento geográfico más.
Era una casa, una hermosa casa, a la cual sus habitantes habían querido enmarcar con aquel color, contrastante del entorno.
Presentando un techo marrón a dos aguas, otra edificación pequeña se erguía a su costado, lo que bien pudo haber sido el establo, esgrimiendo la misma tonalidad.
La vivienda estaba ubicada justo sobre la montaña, desde ella lograba verse la inmensidad del paisaje, y en esas mañanas tan cálidas, el dorado el sol espejándose en las aguas de un río que atravesaba el verde paraje.
María Inés decidió reposar sobre la elevación lindera a la vivienda y desde ahí maravillarse contemplando todo cuanto se presentaba frente a ella.
En aquella mañana luminosa del nuevo Enero recién nacido, aún en pañales.
Podía sentir la frescura del rocío alojado en los pastizales humectando las plantas de sus pies y las palmas de sus manos.
Aquel punto era el ideal, para tener todo el panorama al alcance de la vista, desde allí podía ver a sus nietos jugando, del otro lado, correteando tras la pelota.
Los enormes árboles que otorgaban sombra y frescura desprendían de sus altas copas los trinos de las aves respirando libertad.
La adoración de María Inés era sin duda el enorme y añoso castaño que majestuoso se levantaba a unos treinta metros con incomparable esplendor.
Tantos momentos mágicos y maravillosos había compartido en plena felicidad bajo el gigante que no era más que otro miembro de la familia.
En su tronco grueso de corteza marrón grisácea había sido estampada a facón la promesa de eterno amor que le jurara su amado Carlos.
Renovando el juramento cada vez que reposaban a la sombra del gigante añoso, como insignia marcada a fuego a flor e piel por dos enamorados.
A sus sombra, sus hijos habían dado los primeros pasos y se habían columpiado en sus ramas, regalando diversión y sonrisas.
Y todos aquellos momentos enmarcados en aquel entorno tan natural.
El disfrute era tal, que el tiempo parecía duplicar su avance, entonces entre me quedo y me voy, el día fue dando paso a la tarde.
María Inés decidió que era tiempo de volver y ahí nomás despegó sus blanquecinos pies de los verdes pastos y levitando abandonó el lugar, su lugar con la promesa del pronto reencuentro...
Cuantas almas ancladas en este espacio andarán buscando anidar en estas tangibles historias de vida.
Buscarán ser contenidas en esos lugares donde amaron y fueron amadas,
Donde sintieron, sufrieron, se esperanzaron, cuidaron, amamantaron y generaron vida.
¿No has sentido a tus almas queridas sobrevolar esos lugares donde fueron felices?
No es necesario que las veas, es posible sentirlas, como el viento, como la música, como los rayos de sol impactando tu rostro.
Andan deambulando los amaneceres, haciéndolos más hermosos, pintando con sus intensos rojos, la magnificencia de los atardeceres.
¿No los escuchas?
Han hecho nido en las dulces voces de tus hijos, en la infinita ingenuidad de sus profundas miradas
Ahí andan, tras tus pasos, Cuidándote, apuntalándote, conteniéndote.
Cuando venga la noche, se harán canción de cuna para velar tu sueño.
Cuando te encuentres dormido, arroparán la desnudez de tus hombros y besarán tu tibia frente.
Frescos perfumes de jazmines infundirán, en la soledad de tu madrugada, rumbo al amanecer.
Ese calor tan inmenso que supo contenernos con tanta intensidad, nunca desapareció, el destino lo ha convertido en estímulo de vida.
¿Solos?
Creo que nunca lo estamos,
Basta con acercarse a aquellos lugares donde esas llamaradas ya extinguidas, alguna vez ardieron la vida.

Pablo Fagúndez

viernes, 3 de abril de 2009

ALADA LIBERTAD.

En un castillo muy lejano, hace muchos muchos años vivía una princesa,
Joven y hermosa, sumamente atractiva, con un espíritu aniñado y ávido de libertad.
Su condición de princesa la mantenía a las sombras del encierro de los altos muros.
Jamás bajo ningún concepto podía salir de allí y menos conocer el ámbito pueblerino ni sus alrededores.
Largamente anhelaba tomar su caballo más veloz y hacerse libre sobre sus ancas, romper aquellas cadenas que la mantenían cautiva.
No existía noche que no la sorprendiera al amparo de su pena y apresada por la angustia, era recurrente en ella pasar semanas enteras en su cuarto, sin querer ver, ni hablar con nadie.
La desolación y la tristeza reinaba en una vida tan corta y a pesar de resistir cada nuevo día que despertaba en su ventana estaba ya doblegando su capacidad, su resistencia.
Pensamientos sombríos atacaban su alma, ideas morbosas se apoderaban de su mente, buscaba una liberación.
Los numerosos intentos que había ensayado habían fracasado o las eventualidades los habían truncado.
El Rey, su padre, no tenía dos opiniones al respecto, la realeza debía tomar su privilegiado lugar y no andar mostrándose en público compartiendo la ciudad de la gente común.
Esta situación tan tensa había generado asperezas en la relación padre e hija y ocasionado alejamientos, el diálogo entre ambos era casi nulo.
Hasta los mensajes meramente protocolares eran tratados por emisarios del Rey y no personalmente como solía ser.
-"Debe asumir y respetar su condición de princesa y obrar en consecuencia", fueron prácticamente las últimas palabras de su padre, harto de los intentos de evasión de la joven.
Si estos incidentes reales llegaban a traspasar los muros al exterior, sería una vergüenza.
El Rey no quería exponerse a la humillación generalizada.
Dos guardias de la entera confianza real habían sido apostados en los pasillos que daban acceso al dormitorio de la princesa.
Los uniformados se habían convertido en la sombra de la niña mujer que ya había perdido hasta los derechos de caminar libremente por el interior de la impresionante edificación.
Tanto era el descontento del Rey que hasta había pensado en romper una tradición anual del Reino en la cual se ofrecía una gran fiesta de disfraces, a la que eran partícipes todos los nobles del Reino y los adyacentes.
Cuando el miembro encargado de las relaciones comerciales previno al Rey que era sumamente necesaria la fiesta anual para los vínculos, el soberano modificó su postura.
La fiesta se realizaría como todos los años, pero con atento cuidado en el accionar de la muchacha, pues sería el momento propicio para intentar una vez más escapar.
Todas o casi todas las miradas estarían fijas en la princesa, que por supuesto intentaría escabullirse por el primer rincón que pudiese.
La princesa decidió escapar esa misma noche, en medio de la fiesta, cuando los acordes musicales alegraran la madrugada y el baile hubiera seducido a los invitados.
Entonces sería el momento propicio para echan a andar su alocada aventura de fuga.
Desatendería una vez más los designios de su padre, pero esta vez, en medio de todos, ante la mirada de toda la concurrencia, se iría para siempre de aquella cárcel de piedra.
Pero sabía que no tenía chance de irse, no sin ser vista, fríamente decidió que para poder escaparse debía abandonar su cuerpo, sólo así burlaría a sus perseguidores.
El día llegó, lo que comenzó siendo una demencial idea, era un propósito concreto,
Cuando la noche era alta y la melodiosa armonía musical lograba liberar el espíritu danzante de la concurrencia, en el exterior, se vio en medio de la oscuridad el cuerpo de una hermosa joven, cubierta por blancas vestiduras, lanzarse al vacío desde lo alto de la última torre.
Descendía fugazmente, como pájaro herido, como alma desolada habitando el cuerpo de un ave sin alas, ansiando libertad.
La hermosa luna pareció volverse para no ser un testigo más de la tragedia, en el momento del impacto, todos cuantos estaban en tierra aún cautivos por la envolvente música, rompieron en grito desgarrador y generalizado.
Dejaron de lado los acordes y los disfraces, la sangre había enlutado el festejo.
La luz solar llegó hasta ella y despertó, miró su entorno reconociendo el interior de su habitación, se sintió rara, diferente, distinta.
Una apacible voz le habló y volvió la vista a la ventana. Era un hombre de muy delicadas facciones y cuerpo rozando la perfección, con una mirada cálida y contenedora.
De sus espaldas se desprendían un par de hermosas y grandes alas.
El ser resplandecía ante la luz solar.
-
Princesa, una vez más has desobedecido a tu padre.
- ¿Porqué sigo entre estos muros? Apresada.
- No son los humanos los que deciden cuando irse y volver. Debes quedarte aquí encerrada hasta que se decida que hacer contigo.
- No quiero estar acá, es injusto, yo decidí marcharme, por eso salté.
- No es a mi a quien debes darle explicaciones, ahora debo marcharme.
- No, explícame porque mi vida tuvo que ser un encierro. ¿Qué mal hice?

El ser alado se detuvo a pensar por un momento, luego marchó hacia la ventana y extendió sus alas, antes de iniciar el vuelo...
- Sígueme princesa, toma mi mano, te mostraré lo que quieres ver.
Ambos emprendieron el vuelo, bajo el cielo celeste, carente de nubes, nada para ella era diferente, todo se veía igual, solo que ahora si estaba volando.
Verdes prados se presentaron ante sus ojos y alcanzó a divisar una pequeña vivienda en madera, muy humilde y a las afueras, un anciano reposando sobre una mecedora, con ropajes raídos y sombrero de paja sobre su testa, descalzo.
- ¿Quién es? Preguntó la princesa.

Sabiéndolo un campesino común y añoso.
- Eres tú princesa, en tu historia anterior.
- Era pobre, pero libre, en mi vida pasada... Era libre.
- Tú si, pero... No necesitas mis alas, baja y entra en la posada, ahí están tus respuestas.
La princesa bajó suspendida en los aires, al ingresar a la precaria vivienda observó que en su interior no había sillas, ni mesas, ni camas...
Sólo pájaros, cientos de ellos, miles. Hermosos y coloridos, con diversos plumajes.
Las entristecidas aves parecieron observar el paso de la muchacha entre los barrotes de grueso alambre que conformaban la integridad, de las numerosas jaulas que los contenían.


Pablo Fagúndez.

lunes, 30 de marzo de 2009

ACCIDENTE.

El departamento de Loreto, esta inserto en el americano país sureño de Perú, en el pueblo de Belén, el pequeño Santiago atravesaba la noche a caballo, abriendo sendero en la oscuridad.
El noble animal, sabía y podía dar respuestas a los requerimientos del joven jinete que cual rayo avanzaba.
Su rostro esgrimía gestos de preocupación y desconsuelo.
La visión a pocos metros era precaria, peligroso continuar a aquella velocidad, aún así la rauda cabalgata no cesaba en intensidad.
Mirada seria, vista al frente, cara de hombrecito pequeño que había visto pasar recientemente su séptimo cumpleaños.
Continuando el oscuro sendero desprendió cristalinas lágrimas de sus ojos, la tristeza se había aliado a él.
Acicateado por el miedo tomó su caballo en plena noche para salir disparado en busca de su madre, que por motivos de trabajo estaba a unos cuantos kilómetros de su hogar.
El motivo de la improvista partida de Santiago, era preocupante y urgente.
Mientras mantenían juegos con su hermana, un par de años mayor que él, tuvo la desgracia de no medir un golpe y su hermana cayó al piso.
Cuando el pequeño se arrimó para disculparse y asistirla, logró ver la sangre y pareció enloquecer.
Iba cargado de culpas, llorando la indescriptible angustia de haber lastimado a su hermana mientras compartían juegos.
No le preocupaba la soberana paliza que le daría su madre, ni el interminable sermón, sólo pensaba en su hermana, caída y sangrando y su sangre se helaba.
Pensó que podía haberla matado, o tal vez si lo había hecho.
Pero él no quería aquel desenlace terrible, nunca pensó que la situación generara la incertidumbre que corría por sus venas, muriendo en sus pensamientos, aterrando al pequeño.
Si estaba muerta nadie le creería, que el accidente había sido circunstancial, si se moría como el viejo Venancio, ya nunca más volvería a verla, ni a compartir juegos.
Ya no podría rezar con ella antes de dormir, ni compartir los desayunos.
¿Qué haría solo con su madre tan lejos?
El instante del desafortunado accidente volvían recurrente a su mente, entonces parecía que el caballo no avanzaba, su madre estaba cada vez más lejos.
El frío de la noche se hacía sentir en su pequeña figura carente de abrigo pues la salida había sido presurosa.
El frío, el miedo, la angustia y la culpa de pensar a su hermana muerta calaron hondo en el pequeño, que se desmayó casi llegando a la localidad donde estaba su madre...
Santiago despertó, con calor en su cuerpo, estaba en su casa.
Observó la cama de su hermana y la halló vacía, entonces recordó todo, nuevamente se ensombreció su espíritu y saltó de su lecho, cuando ingresó a la habitación de su madre, la halló dormida, abrazada a la pequeña.
La mujer presintiendo a Santiago despertó, le miró y extendió los brazos invitándole a compartir la cama.
El pequeño con el llanto creciente se abalanzó hacia ella.
Mamá yo no quise lastimarla, te lo juro...
No lo has hecho pequeño.
Con la infinita paz que solo las madres son capaces de transitar y transmitir, besó y abrazó fuertemente a su Santiago.
Se sintió muy orgullosa de él y con sus ojos también lagrimeantes de alegría y felicidad, buscó las palabras adecuadas para que comprendiera su hijo, que naturalmente su hermana se había convertido en señorita.

Pablo Fagúndez

EL VIAJE

Zapatos negros acordonados, impecablemente lustrados, medias nuevas relucientes y también oscuras, muriendo a la altura de las rodillas.
El traje del mismo color, con exquisitos detalles de terminación, estaba inserto en tendencias del momento, en cuanto a moda masculina.
Verdadero ejemplo de elegancia y porte, lo cargaba de prestancia, dándole un toque señorial.
Era un saco recto de dos botones, presentaba pequeñas solapas y se usaba cerrado ya que era muy amplio a su frente y los detalles tanto de camisa como de corbata jamás pasaban inadvertidos.
Las mangas a la altura de las muñecas presentaban dos botones dorados y sobresaliendo una blanca camisa de seda.
La inmaculada prenda, presentaba unos detalles a su pecho, unas delicadas franjas afinadas de color celeste, muy atenuado que corrían perpendiculares a la carrera de botones.
Lo elegante y distinguido que había querido, lo había logrado con creces, si quería llamar la atención durante el viaje, había encontrado la indumentaria apropiada.
Era una persona sumamente coqueta, por tanto para que el círculo encajara perfectamente, los detalles del rostro no podían faltar.
El delicado bigote, prolijamente adaptado a su rostro, acompañado por la vestidura impresionaba, marcaba claramente un estilo de caballero aristocrático.
Pronto llegarían los invitados para saludarle y despedirle, el viaje había surgido casi de improvisto, pero no era, Don Anselmo una persona de viajar sin despedirse.
Era una reunión para nada austera, por el contrario, dejaba de manifiesto el alocado esmero de su anfitrión por que los invitados se marcharan satisfechos.
La confitería había llegado, la comida estaba pronta para agasajar a todos.
A las afueras el mayordomo y el hijo de Anselmo ultimaban los retoques definitivos.
-¿Está todo pronto?
-Si, el señor no ha descuidado ni un solo detalle.
El velatorio será inolvidable y todo un suceso social.

Pablo Fagúndez

Fútbol, pasión y fe.

Cuando Osvaldo Ruiz fue nombrado técnico de la selección, el grueso de la parcialidad celeste rebosaba de alegría y aprobación. El joven elemento directriz había realizado una más que destacada actuación en el extranjero y su exitoso trabajo por cierto, venía de la mano de los resultados deportivos.
Sus equipos, ganaban, gustaban y divertían, arrancaban aplausos y colmaban las parcialidades.
Pero como muchas veces el destino es esquivo a las realizaciones personales, cuando quiso lograr el mismo resultado en su seleccionado nacional, la realidad le era esquiva.
Sin la claridad de la cual hacían brillo los equipos de Osvaldo, fue perdiendo oportunidades de clasificar, hasta que llegó a su última parada, el partido definitorio.
En él se jugaba todo o nada, incluso su permanencia frente al primer equipo celeste.
La opinión pública para ese entonces se mostraba dividida en cuanto a opinión. Muchos sostenían que su trabajo como entrenador celeste había fracasado y debía dejar el cargo.
Otros por el contrario desbordaban en cuota de optimismo y estaban plenamente convencidos que al final del camino se suscitaría ese cambio de rumbo que llevara a nuestro equipo a la victoria.
Lo cierto era que Osvaldo había perdido el tino del timón, estaba inmerso en la desesperanza y lo peor que había perdido la fe en él y en sus dirigidos.
Los goles, los que mandaban en el fútbol, no llegaban. Parecía que las pelotas no querían entrar en las porterías como si un ensombrecido manto cubriera todo lo relacionado al seleccionado.
En un campeonato extenso, el entrenador había probado un sinfín de delanteros. A pesar de estar pasando por buenos momentos ninguno colmaba las expectativas, aquello parecía un embrujo.
Tanto tiempo repiqueteó esta idea en los pensamientos de Osvaldo, que finalmente se decidió a consultar a una vidente, en la más absoluta de las reservas.
La mujer que tenía el mágico don de ver el futuro, no era una "brujita" nueva, ni recién llegada.
Era una, plenamente consolidada y muy respetada dentro de su comunidad pues sus premoniciones en más de un noventa por ciento de los casos, eran certeras.
Breve y terminante fue la visión de la previsora mujer, quien con sus palabras devolvió la esperanza al desilusionado entrenador, que sentía sobre sus espaldas la presión de ganar ese último enfrentamiento, como yunque.
-"Tito" Acosta... Marcará un gol en ese partido final.
Fue la frase que se desprendió de los labios de la anciana mujer, como balbuceo, mientras permanecía en estado de vigilia.
Alberto "Tito" Costa, era un delantero uruguayo que había sabido llevarse muy bien con la pelota y en todas las redes estampaba su marca. Pero hacía más de dos años que no tenía equipo, su preparación no era la mejor para definir un partido de esta naturaleza, bajo el marco de alta competición deportiva, igualmente fue convocado por el técnico para sumarse a filas celestes.
Osvaldo abrazaba aquella esperanza y no iba a permanecer de brazos cruzados sin intentarlo.
El especializado núcleo de periodistas deportivos dispararon duramente contra el entrenador, con motivos más que elocuentes.
Era imposible que un goleador que hacía más de dos años que no participaba en eventos de esta naturaleza diera resultados, a un combinado con un presente deficitario.
El gran día llegó.
Las cuatro tribunas del estadio rugían a rabiar cuando la camiseta celeste hizo su ingreso por el verde césped, el majestuoso gigante de cemento pareció temblar, el pueblo entero daba recibimiento a su equipo que saludaba, brazos en alto en el centro de la cancha.
Equipo que estaba en deuda con su gente, pero el hincha celeste renovaba esperanzas a cada partido, a pesar del debe, se engendraba la comunión, la fe se recargaba, la gente esperaba a su equipo victorioso.
Como si lo persiguieran desde atrás dando latigazos, el tiempo corría veloz, presuroso, implacablemente.
No llegaba el gol, para un equipo que no tenía más esperanzas que ganar o ganar.
Se consumió el primer tiempo, pasó el descanso y los actores volvieron a escena.
El técnico no había perdido esperanzas, " Tito" tenía ganas, estaba entonado, marchaba sobre la cancha con paso victorioso, se mostraba como león aguardando el momento indicado para dar el golpe de suerte.
Faltaba muy poco para que expirara el tiempo reglamentario, cuando un envío cruzado desde la izquierda colapsó contra el pecho de "Tito" Acosta, la pelota pareció paralizarse en el aire una fracción de segundo.
El estadio se paró, cuando el balón comenzó el descenso esperando el latigazo del veterano jugador, el furibundo disparo, cargado de expectación se estrelló contra el palo izquierdo.
El hincha no podía creerlo, el grito fue generalizado, se tomaban las cabezas.
El juego colectivo del equipo había sido bastante mediocre, Tito estaba exhausto, los balones no le llegaban, tenía que retroceder a buscarlos y las corridas eran abrumadoras.
Dos minutos y la historia estaría cerrada, Osvaldo esperaba junto a la línea de cal, en silencio, atrapado por el nerviosismo generalizado que contagiaba la tribuna.
"Tito" retrocedió para iniciar una de las últimas jugadas de su equipo, estaba abandonado su área cuando vio venir como bólido un marcador enemigo rumbo a él.
Por unos instantes se sintió inseguro, temió perder la pelota en su zona defensiva, estaba muy cansado...
Entonces sin volver la vista, prefirió apoyarse en su arquero.
Tal vez no midió la potencia, o no le entró bien a ese balón.
El desesperado intento del portero par a evitar el gol en su propia puerta fue inútil, a pesar de que se estirara sobre el césped cuan largo era.
Todos los ojos del estadio, incluyendo los de Osvaldo vieron la pelota, casi en cámara lenta ingresar contra el palo derecho.

Pablo Fagúndez



viernes, 27 de marzo de 2009

Hasta siempre.

Ignorados por las civilizaciones linderas, los Soropáies levantaban su edificación en la parte selvática, para el resto del universo pensante podían definirse como salvajes.
Internamente era un grupo socializado y los integrantes de la comunidad tenían valores muy bien definidos de respeto mutuo con sus semejantes, incluso con el medio natural.
Eran sabedores que debían cuidar el entorno que los había contenido.
Dentro de los peligros que conllevaba vivir en un medio tan salvaje, acaso el más temido, era el animal más peligroso y acosador. El león.
Los descomunales felinos, se veían en la zona, acaso no con la asiduidad de antaño, pero el peligro estaba asechante, latente.
El soropai no era hombre de amedrentarse, por el contrario, andaba los senderos con su valentía a cuestas a pesar de los peligros que pudiesen eventualmente surgir.
La prueba de fuego y el generador de rango dentro de la tribu, era la caza del león, aquel que fuera capaz de regresar con la cabeza de un felino, sería digno de admiración y miembro destacado dentro de la comunidad.
Las hordas expedicionarias se armaban con los elementos más jóvenes del grupo, ocho o diez, se lanzaban a la ventura.
Unos pocos regresarían, muchas veces sin éxito, en otras ocasiones no se volvía a tener noticias de los cazadores.
Las mujeres y los ancianos permanecían en oración deseando el pronto retorno de los atrevidos indígenas, retadores del rey de la selva.
La noche anterior a la partida, la piel de los integrantes de la hueste aventurera era untada por inciensos y hierbas que habían sido molidas con antelación, después se los dejaba descansar plácidamente.
Para muchos sería la última noche, al amparo de su tribu.
Adul, era el mayor del grupo, sería ésta su segunda caza, había retornado una vez con un reducido grupo de hombres. Aquel día jamás lograría olvidarlo.
Adul había perdido a su hermano mayor de la manera más injusta.
Aún recordaba la escena desgarradora, de hallar a su hermano apresado por dos leones, mientras le devoraban vivo. Testigo del descomunal dolor y viendo su cuerpo quebrado y cercenado decidió acabar con su sufrimiento y arrojó su lanza, no contra los leones, si no al pecho de su hermano, acabando con su dolorosa agonía.
Según la creencia de esta cultura indígena, un solo ser sobre la tierra esa tan valiente como el soropai, el león.
Los más viejos incluso sostenían que los espíritus de los guerreros caídos anidaban, reencarnación mediante en las figuras físicas de los felinos.
Al igual que en noches anteriores, en la última antes de salir a la caza, Adul soñó con su hermano.
La figura de su inseparable compañero no le abandonaba se mostraba real y tangible frente a él, esgrimiendo en su pecho la herida provocada por el lanzazo de su hermano.
Despertó, antes que el nuevo día se mostrara, el joven salió corriendo para ver al viejo indígena que aconsejaba los jóvenes para hacerlo partícipe de aquella visión.
El viejo cauto y mesurado entendió que el espíritu del hombre había buscado asilo en el felino y que en algún lugar del trayecto se presentaría ante su hermano.
Pero le previno que aquella imagen que encontraría poco a o nada tenía que ver son su valeroso hermano, de modo que cuando lo viera le diera muerte sin miramientos.
Para Adul era presagio de reencuentro y se sintió feliz.
El grupo partió en medio de deseos de éxito y la comunidad a pleno mantuvo vigilia por la valiente expedición.
Al morir la tarde pocos hombres estaban aún con vida, muchos de ellos heridos, habían sido atacados por una manada de leones.
Las bestias hambrientas no demorarían en darles captura a los tres hombres que continuaban la marcha.
Para que alguien lograra sobrevivir optaron por separase, la manada seguiría solo a uno.
Adul, solitariamente continuó la marcha por el sinuoso y húmedo terreno selvático.
Avizoró una presencia, tras de él, se volvió. No había nada.
Pero continuaba sintiendo una mirada que taladraba sus espaldas, se detuvo y aguardó, lanza en mano.
Finalmente tras un grupo de frondosos árboles, le vio aparecer.
Era un león descomunal, una fiera con proporciones inimaginables.
El hombre no retrocedió, se mantuvo firme, con la vista adelante, el animal continuaba su marcha sin prisa, entonces entrecruzaron miradas.
El hombre alcanzó a reconocer aquellos ojos como una dulce mirada tantas veces observada y largamente añorada.
A su frente y en el pecho el león presentaba una herida, como de lanza.
Un estigma delator de que el viejo soropai era sabedor de lo que ocurría.
La sabia naturaleza le había otorgado nueva identidad a su hermano.
El león se detuvo, le observó...
Adul reconoció aquella mirada inequívocamente, se sintió feliz y gozoso.
EL sol se proyectaba sobre la cristalina agua de la cascada que constantemente baja, cuando otro de los expedicionarios logró ver al León casi sobre Adul, entonces se lanzó en desesperada corrida, con intenciones de socorrer al muchacho.
En un hecho valeroso e indescriptible, se posó frente a la bestia arrojando un grito estridente y heroico.
Adul tomó la lanza, como mucho tiempo atrás, apuntó a la fiera que continuaba mirando al otro hombre sin iniciar el enfrentamiento.
Por la mente de Adul pasaron mil cosas, no quería abandonar a su compañero de cacería, pero tampoco cegar una vez más la vida de su hermano.
Deseó convertirse en pájaro, alzar el vuelo para no tener que pasar por el mismo destino.
Abrió los brazos y se lanzó al vacío acompañando la cascada.
La tribu aún hoy prosigue con sus tradicionales cazas de león, pero ahora la misma se ha tornado mucho más dificultosa.
Cuentan los pocos que han logrado regresar, que ya no se ven a las bestias solitariamente por la enmarañada selva, desde aquel día andan caminando los verdes suelos de a dos, cuidándose el uno al otro.
De a dos... Como dos hermanos.


Pablo Fagúndez.

jueves, 26 de marzo de 2009

APUESTA

El frío de la madrugada calaba los huesos y el fuerte viento invernal hacía inclinar las grandes copas de los árboles, unas gotas pequeñas y muy heladas comenzaron a desprenderse desde lo alto para caer en la tierra.Como el viento se mostraba persistente habían cerrado todas las puertas y ventanas.Aquella cantina a mitad de la campaña y la noche, albergaban en su interior a unas quince almas que observaban en silencio y expectantes aquella partida de naipes entre los dos hombres que disputaban, desafío mediante, a una mujer.Ella aguardaba sin emitir sonido, su destino era quedarse con uno de los dos.Lo decidirían la suerte de las cartas, solamente con una mano.El nerviosismo interno era acaparador, por un instante el tétrico frío parecía haberse marchado, cada tanto el viento soplaba desde las afueras, para recordar a los parroquianos que el invierno estaba instalado y que había llegado para no irse.La lluvia cobrando vigor, se mostraba ahora más inmensa y amenazante azotando los vidrios laterales.La concentración de los contrincantes era perpetua, solo se miraban a la cara, apenas ojeando sus cartas, el resto parecía ni respirar.Solo el constante embate del agua se escuchaba como fondo y la expectación crecía.Pensaban cada movimiento, cada jugada, cada carta arrojada a la mesa era como una moneda al vacío, la suerte de ellos se alojaba en cada naipe, no podía haber yerros, había que tomarse el tiempo para hacer la mejor elección.Los concursantes no reparaban en ello y antes de la jugada, se empinaban garganta abajo generosos tragos de caña que lograban estabilizar la temperatura corporal y sacarlos un poco de la realidad.La mujer aguardaba su suerte y comenzaba ya a impacientarse a sabiendas de que la resolución no llegaba.A medida que el mazo de cartas iba perdiendo cuerpo y peso la transpiración de los disputantes comenzaba a caer, deslizándose por sus frentes.Quedaban los instantes finales, la puja se estaba decidiendo en aquel recinto, al abrigo de la lluvia y la helada.La tensión cobraba ahora puntos elevadísimos, nadie quería perder detalle del encarnizado enfrentamiento entre aquellos dos hombres que habían decido probar suerte echando a la diosa fortuna el destino de aquella mujer.Finalmente el movimiento definitorio... Llegó.La última carta en juego decidiría al victorioso y dejaría sin asunto al perdedor, las demás personas siguieron con la vista aquel naipe esclarecedor...El hombre victorioso, apresuradamente se llevó a la boca aquella botella de licor, la suerte le había iluminado, su éxito le alegraba.Todos cuantos compartían el lugar volvieron sus ojos hacia la puerta.Desde el portal, la blanquecina muerte se iba del brazo del derrotado, que con la cabeza erguida y la mirada fija, era sabedor de que él mismo había edificado su destino.

CASITA DE MUÑECAS.

Era sumamente dificultoso poder entrar a la habitación de Florencia, porque el sinfín de muñecas que tenía estaban dispersas por todo el lugar.
Pero no se hallaban tiradas ni mal tratadas, por el contrario, el sub mundo de cada una de ellas era imperturbable y respetado a rajatabla.
Tal vez faltaba lugar para la ocupante humana, pero no para ellas. Con sus vestidos impecablemente presentados y sus cabellos lavados, inmaculados rostros de aquellas chicas de fantasía que compartían su vida con Florencia.
Pues ellas vivían eso era innegable.
La inmensa casa de las muñecas que estaba ubicada de manera céntrica al cuarto, había sido creada con su estructura en madera y estaba recubierta impecablemente desde el exterior.
Tan espaciosa era que la niña de trece años podía hasta dormir en su interior sin problemas de espacio reducido.
Pero cada una de las muñecas tenían personalidad propia, no todas gustaban del encierro.
Celeste era muy retraída, por tanto le gustaba la tranquilidad del interior, pocas veces salía,
Cinthia por el contrario era la más reacia al encierro, ella gustaba de la libertad y rara vez se la veía en cautiverio.
Ceci era la más chica, acaso por eso sumamente desprotegida, tenía la necesidad imperiosa de siempre encontrar refugio en los brazos de su dueña, y eventualmente por las noches compartir la cama de Florencia.
A las demás muñecas no les molestaba que esto pasara, pues reconocían en Ceci que estaba carente de afecto.
Florencia la protegía y la cuidaba. Pero cada una de ellas era especial e importante.
Cuando alguna se encontraba triste o deprimida, tal vez enferma, la niña permanecía toda la noche al amparo de ellas, podía pasar sin dormir, pero el cuidado de las muñecas era lo medular.
-Te digo que no es normal que la niña viva para sus muñecas.
Solo existe para ellas, su vida gira en torno a eso, cree que esas cosas tienen vida.
-Es natural en una niña.

-Niña que no es tal, es adolescente, no tiene los gustos de las chicas de su edad, no mira televisión, no escucha música, no sale. Siempre está ahí atrapada con esa estúpida ilusión de sus muñecas.
-
Es cierto, le dedica más tiempo que otras niñas, pero no hay nada de anormal en eso.
-Es mi hija, cuando yo era pequeña también me dedicaba a mis muñecas, lo heredó de su madre.

-No alimentes más la fantasía de un mundo inexistente, ha generado una burbuja entorno a esa casa y no piensa abrir los ojos al mundo exterior. Debería verla un profesional.
-Estás loco, nuestra hija es normal, solo adora sus muñecas.
Los días y los meses avanzaban sin cambios, la postura de la pequeña era cada vez más firme en sostener que las muñecas tenían vida.
Cuando su tía, hermana de su madre, retornó de un prolongado viaje por tierras Europeas, conocedora del gusto de la pequeña, trajo una hermosa muñequilla para su sobrina.
Era extremadamente bella, cabello rizado rubio, grandes ojos celestes, parpadeantes, delicadas manos, arropada dentro de un hermoso vestido rosado, con cinta a la cintura y lustrados zapatitos negros.
Hasta su rostro parecía ser real, gesticulador, se veía real.
La pequeña no demoró en integrarla a su sociedad de muñecas, pronto tenía su lugar dentro de la comunidad y para que la bienvenida fuese completa, la cobijó en su cama las primeras noches.
Princesa, la llamó. El nombre era el apropiado para la muñeca más hermosa.
El preocupado padre de Florencia continuaba escrutando a su hija, el denodado interés por su ejército inanimado crispaba sus nervios, la decisión de ver un sicólogo cada vez cobraba más vigor.
Cuando Florencia y su madre regresaban de las compras vespertinas la pequeña rompió en llanto al ingresar a su dormitorio.
La madre alertada por los desesperados llantos de la pequeña se apresuró hasta llegar al dormitorio.
Hallaron a la muñeca nueva, con su cabello desprolijamente cortado, su vestido manchado, estaba maltratada y arrojada a un rincón.
-Fueron ellas mamá, están celosas de Princesa. Dijo la pequeña ahogada por el llanto.
-Siempre me preocupo por ellas. ¿Porqué son así? ¿Porqué?.
La madre abrazó a la pequeña, intentando contener su llanto. Pero no encontraba las palabras para aplacar la angustia de Florencia.
Cuando regresó su padre y estuvo al tanto de las cosas, reaccionó de manera hostil contra su esposa por alimentar las fantásticas historias de su hija.
Entonces decidió que era ya hora...
Al día siguiente tomó a Florencia y marchó rumbo al sanatorio. El silencio reinó durante el viaje. Ni un solo comentario se hizo respecto a la descabellada idea de que las muñecas arremetieran contra Princesa.
El padre pensó que su pobre hija tenía serios problemas mentales y se culpaba por no haberlo notado antes, imaginó que la pequeña en manos de uno de los mejores médicos de la ciudad, tendría alguna esperanza.
Una vez finalizada la primera cita entre Florencia y el afamado médico, el padre sumamente preocupado y expectante se acercó para conocer la primera visión del facultativo.
Deseaba con todas sus fuerzas equivocarse y que la niña tuviera un tratamiento que lograra normalizarla.
-Doctor... Le escucho atentamente.
-He tenido una profunda charla con Florencia...
Su hija está perfectamente bien, lo que debe hacer usted prontamente, es enseñar a las muñecas a compartir y respetar la vida social y a no agredir a los nuevos integrantes.


Pablo Fagúndez.

miércoles, 25 de marzo de 2009

UN SEGUNDO DE IRA.

La porción de cielo que lograba divisarse entre los barrotes mostraba una luna muy grande y luminosa.
Variando el ángulo de observación podía ver estrellas que encapotaban el cielo, solía pasar horas contemplando los astros titilantes.
Claro que estando en cautiverio no hay demasiadas cosas para hacer y aquello que llegue al alma para reconfortarla debe ser bienvenido.
Ricardo estaba apresado bajo cargo de homicidio, había pasado largos años contemplando aquel desolador escenario, escuchando por las noches el deambular de las ratas y oliendo aquellos hedores nauseabundos que traía consigo la corriente ventosa, cuando una puerta era abierta hacia el exterior.
Escuchaba risotadas cada tanto, del resto de los presos, casi siempre lamentos y llantos, gritos cargados de desolación que clamaban libertad.
Él ya se había adaptado a formar parte de aquel entorno, era una cosa más dentro de todas las cosas, no contrastaba, su aspecto era tan tétrico y espantoso como todo lo que podía verse en el interior de aquellas celdas.
Poco le importaba el medio, a un espíritu que vivía apresado por la culpa, reviviendo a cada instante aquel trágico momento que había devenido con la confinación carcelaria.
Atormentado en todo momento por el dolor sin equivalente, de haber cegado una vida y cuyo arrepentimiento fue casi automático.
¿Qué cosa le habría llevado a disparar aquel fusil? Nunca logró saberlo. Se conformaba pensando que las armas las carga el diablo, y es él mismo el que induce a utilizarlas, te inyecta la furia en el cuerpo y es en ese maldito segundo que se pierde la razón y se hipotecan dos vidas.
Una al descanso eterno y otra a la soledad del encierro.
Muchas veces quiso morir antes de seguir con aquel castigo tan inhumano, ahora le reconfortaba pensar que la libertad estaba próxima y ese estímulo le ayudaba a continuar.
La vida social de Ricardo dentro del sistema carcelario era prácticamente inexistente.
Quién venía todas las noches a verle, sin faltar nunca a la cita era su víctima.
Aprovechaba las horas de sueño de su matador para presentarse frente a él, con sus grandes ojos reclamando por su vida.
Exigiendo a su asesino una respuesta coherente y convincente de porque había decidido acabar con todo lo que tenía y con lo que pudo haber conseguido.
Ricardo clamaba, que le dejara tranquilo, que el hecho desgraciado no había sido programado, que el destino había querido aquel desenlace...
Despertando brusca y aterradamente, envuelto en sudor y rompiendo en llanto, clamando que le dejara dormir, que ya no lo molestara, que no volviera a sus sueños.
Los reclusos de las celdas contiguas escuchaban todas las noches sus ataques de llanto y dolor, al borde de la locura, e intentaban calmarle.
- Ricardo, es sólo un sueño.
- Cálmate.
- Falta muy poco para que seas libre.
Estaba sumamente desmejorado y débil, apenas si comía, no tenía otras actividades más que ver por la ventana durante los largos anocheceres de insomnio la blancura lunar y cuestionarse porque la vida se le había tornado tan injusta y desoladora.
Añoraba una mujer, aún respiraba su recuerdo a pesar de la lejanía temporal, hasta su memoria llegaban nostalgias de noches acaloradas al amparo de sus brazos, desnudos amaneceres, acompañados de caricias y besos desmedidos.
Promesas de amor, que nunca pudieron cumplirse, planes de futuro común, sueños mal edificados, que colapsaron cuando el destino sin miramientos se expidió.
El tiempo se hace más lento cuando se está privado de libertad, luego de muchos años, la noche final de encarcelamiento había llegado y Ricardo estaba feliz.
Durmió apaciblemente sin visitas esa madrugada, tal vez había encontrado la paz al saber que al otro día sería libre.
Aún así logró dormirse pensando.
¿Por qué un segundo de ira hipotecaba una vida?
La noche estaba ya marchándose, la claridad ganaba terreno cuando Ricardo despertó, al ver la luz, saboreando el primer sorbo de libertad en su boca.
Adiós al encierro, a su tortura, a sus visitas de ultratumba.
Mientras pensaba que había agotado todos los recursos para convencer a su víctima de su profundo arrepentimiento, la llave accionó la cerradura de su celda, casi sin darse cuenta, estaba abierta.
La libertad estaba al alcance de su mano.
Cuando la filosa y pesada hoja del hacha, cayó pesadamente sobre el cuello de Ricardo, la muchedumbre aplaudió victoriosa, otro asesino había sido ajusticiado y ejecutado.

martes, 10 de marzo de 2009

COLORES

- ¿Qué color es el más lindo, abuela?
- Todos los colores son hermosos, cada uno tiene su encanto, los hay opacos y atenuados, pero también vivos y bien definidos, esos que inyectan luminosidad, son festivos, capaces de cambiarte el ánimo.
- ¿Y a vos, cuál te gusta más?
- El verde, a mi me gusta, el verde, es de los más vivos.
Es el que más utiliza la naturaleza, está presente en los árboles, las plantas, las flores.
Es ese color, el de la esperanza. Te aseguro que es distantemente, el más bello.
Pero ya falta muy poco para que puedas descubrirlo por ti misma...

La señora Anunciación, con sus ochenta y siete años a cuestas, avizoraba en un futuro bastante cercano una sola certidumbre, estar con vida para presenciar que su pequeña nieta de tan solo catorce años fuera capaz de ver, acción que desde su nacimiento, estaba trunca.
Para que esta loca y esperanzadora aventura se echara andar, su abuela había realizado hasta lo imposible porque su nieta viajara al extranjero a fin de conseguir la tan anhelada visión.
Cautivos por un endeble pasar económico, la señora además de empeñar todo cuanto tenía de valor, había organizado festivales benéficos, bailes, rifas y hasta se había atrevido a presentarse en alguna radio, que le permitiera difundir, el testimonio vivo, de su desesperado emprendimiento.
Muchas puertas se cerraron, otras jamás se abrieron, a pesar de todo, nunca quebrantó su esperanzada fe.
Conseguir aquella suma de dinero, se lo había fijado como un propósito concreto y así fue, aún con más esfuerzo, trabajo, dedicación y tiempo.
El fin justificaría toda la entrega, cuando tuviera los boletos en sus manos.
Los médicos de la pequeña Andrea, no fueron esperanzadores, por el contrario, lapidaron cualquier amanecer venturoso, no había remedio, no para la pequeña.
La única esperanza era operarse en el extranjero.
La partida inició, lágrimas mediante, Andrea y su madre dijeron adiós antes de marcharse, prometiendo un retorno exitoso.
Anunciación, aguardó largos meses esa carta que le transmitiera la certeza de que la intervención había sido favorable, que su nieta finalmente podía ver.
Pero cuando el destino se muestra tozudo y los tiempos se acortan, poco importan los designios de los mortales.
Una apacible y hermosa noche de enero, la muerte entró por la ventana entre abierta de Anunciación, llevándose con ella su último suspiro de vida.
Cuando la tardía carta llegó, el padre de la joven se animó a abrir el sobre, a pesar de no ser su destinatario.

Abuelita:
Nada ha sido en vano, gracias por tu esfuerzo, tu entrega, tu amor y esa denodada lucha.
Ahora que estoy aquí, al final del camino, voy a confesarte que ya no me importa conocer los otros colores, me quedo con el que me regalaste, el que me hiciste entender que era el más hermoso,
No necesito los ojos, puedo sentir, el viento matinal, el sonido del mar, el canto de los pájaros y saber que indefectiblemente es tu hermoso verde el que está impreso en cada uno de ellos.
Ese verde que lograste plasmar en mi corazón, que fue el motor para que hoy esté acá diciéndote,
me quedo con ese verde que me hiciste conocer a través de tus palabras.

martes, 3 de marzo de 2009

MIS ATREVIDAS ALMAS

No las busques, no las llames. No intentes contactarlas.
Se han ido, se han marchado de una vez y para siempre.
De un tirón lo han hecho, como el amanecer que desborda de luz, quebrantando la oscuridad nocturna, que se ve vencida y derrotada ante la majestuosa claridad y a pesar de los intentos de supervivencia, cuando llega la hora, desaparece, se pierde, se muere.
Pero no quiero hablar de muerte ahora, sería redundar en una palabra tan hermética, tan lapidaria, carente de esperanzas.
En esta hora en que la tristeza me acompaña, se ha aliado a mí y pretende no abandonarme.
Ha decidido revolotear sobre mis sienes y susurrarme al oído de tiempos perdidos, frases inconclusas, momentos que nunca llegaron.
Tiempo que les debo y me debo y que vuelven a mi memoria como oleadas de recuerdos, ahora que escucho una dulce melodía y siento la necesidad imperiosa de mis almas queridas.
Esos espíritus que han rubricado heroísmo, porque se han animado a dar el gran paso, han embarcado en dirección a la inmortalidad de otros puertos, seguramente a su llegada habría una muchedumbre de almas aguardándolos.
Anoche mientras intentaba explicar lo inexplicable y por otro lado me consolaba con palabras de aliento, historiaba en mí aquellos años gloriosos.
Entonces no pensas en lo efímero de todo, vivís la vida como viene, sin muchos planteamientos profundos.
Un día te das cuenta que cada minuto compartido es un regalo divino, que cuando el tiempo se acorta y querés retenerlo, vivís en carne propia la impotencia humana de ver como la llama se va apagando día a día.
Ahora no voy a escribir ningún cuento, no tengo ganas, prefiero quedarme al amparo de mis recuerdos, retrotraerme a esas vívidas historias, volar en el tiempo a aquellos lugares donde fui feliz y no lo sabía.
Ahí donde quisiera volver y sin embargo no puedo, si intentara ir, encontraría todas las luces apagadas.
Prefiero cerrar los ojos y volver, con el pensamiento a cuando esos luceros, que tanto amé y hoy están en oscuridad, eran llamarada que sabía contenerme, hacerme sentir querido.
Quisiera volver, un veinticuatro de diciembre a la tarde, a mi querida ciudad de "Las Piedras" a la cual hace tanto que no voy y a la que no creo volver porque me niego a matar estos recuerdos.
Esas Navidades que lograron arraigarse en mi alma, donde nos juntábamos todos y las vivíamos a pleno, entonces era una fiesta familiar y no tenía más preocupaciones que asegurarme la pirotecnia para después de las doce y ubicarme en un buen lugar cercano al arbolito a la hora de recibir los regalos.
Porque en aquellas mágicas noches nadie quedaba zapatero, había regalos para todos.
El viejito barbón de rojas vestiduras, a pesar de las carencias, albergaba en su costal los chiches envueltos con tanto amor e ilusión, que con tanta facilidad destruíamos por no poder cegar la sed de impaciencia de los niños.
Los chicos éramos los mas privilegiados, aún recuerdo llegar a aquel amplio comedor de la casita humilde de mi tío abuelo y ver aquel árbol inmenso, rebosante de luces y adornos, más grande aún a mis ojos, porque entonces lo veía desde abajo, aún no levantaba mucho del piso.
El reloj se disparaba y comenzaba la cuenta regresiva rumbo a las doce.
Entre el humo de la fogata roja que veía consumirse los brasas y el perfumado aroma de las carnes que reposaban sobre la parrilla, se armaba la ronda... Si me parece estar ahí, viendo aquellos rostros felices, ahora mismo, que el llanto intenta escaparse de mis ojos vidriosos.
Me veo correteando a la sombra de mi hermana Susana, junto con Marcelo y Juan Carlos y los hijos de los vecinos que se hacían yunta junto a nosotros esperando las doce campanadas.
Y corríamos y jugábamos y planeábamos y hacíamos... Cada tanto me dispersaba del grupo y me iba corriendo dónde estaba mi madre, para preguntarle la hora.
Todavía falta mucho... Me decía, llevando la vista a la muñeca, entonces volvía al grupo para continuar jugando.
Puedo ver a mi viejo con un sombrero de ala ancha, simulando un payador con tonada mejicana, haciendo chistes... Creo que nunca más lo vi montando semejante parodia para tanta gente, pero era feliz.
El tiempo había devenido, estabamos próximos al nacimiento, la Navidad llegaba a nuestras puertas, yo lo vivía como real, en algún lugar el lucero brillaba aunque no lograba verlo, porque solamente el nacimiento de un Dios podría lograr algo de tamaña magnitud, reunirnos a todos.
Entonces mi tío Amaro, el abuelo que me dio la vida, porque no conocí a los míos, con sus lentes de gruesas armazones negras, comenzaba a nombrar uno a uno, para que fuéramos bajo el árbol a retirar el regalito.
Y los rostros colmaban de expectación, aún el de los grandes que esperaban ansiosos su presente navideño.
Mamá, mi adorada Estrellita, te amo, adonde sea que estés, mi tío Amaro, Inés, Tona, el Nene, mi tío Orestes, mi primo Marcelo, mi abuelita Felicia, todos los primos, tíos, sus familias, aquel grupo festivo que daba inicio al tiempo navideño.
Este recuerdo debe ser, así lo decidí, un mensaje emocionado y cargado de agradecimiento a todas mis almas queridas que se atrevieron a cruzar el sendero, esa ciudadela imaginaria y luminosa que algún día me verá traspasarla con mi bagaje de sueños y frustraciones y despedidas, pero espero que feliz.
Esas brújulas que hoy desprenden lágrimas, van a estar aguardándome cuando mi barco toque puerto y celebraremos juntos, una vez más, las Navidades, los años nuevos o simplemente el tan anhelado reencuentro.
A mi hermano Juan, mi madre Estrellita, mi abuela Felicia, mi primo Marcelo, Mi tía Tona y mi tío Nene, por todos esos años de felicidad, por todo este tiempo, por todos los momentos hermosos que atesoro, que van a acompañarme durante toda mi vida y por ese reencuentro.
Gracias, solo pido que me esperen, a pesar del tiempo y la distancia,
Cuando concluya mi tarea partiré presuroso a su encuentro.