martes, 11 de agosto de 2009

NATURALEZA VIVA.

Luis Angel Hernández había tenido la suerte de ser seleccionado como nuevo guardia de seguridad del museo municipal de la ciudad, entre muchos aspirantes.
El viejo cuidador que lo antecedía había perdido la razón y fue cesado de su cargo, estando incluso bajo atención profesional. Conjeturaron que tantos años trabajando durante la noche habían vuelto endeble su razonamiento y estaba a los albores de la locura. Su demencia era elocuente, permanentemente hablaba cosas sin sentido.
Durante una de las primeras noches, estando de recorrida, con la luz de su linterna, Luis Angel logró ver en el piso un objeto que brillaba, se detuvo, dirigiéndose hasta él.
Lo tomó, era un facón, de afilada hoja y empuñadura en metal, le resultó extraño pues en aquella zona sólo se exponían pinturas, por tanto no habían antigüedades.
Continuó la recorrida con el extraño objeto en sus manos, justo frente a una de las pinturas: "evocación ecuestre" vio asomarse en el piso bajo una roja alfombra lo que parecía ser el borde de un papel, lo levantó.
Instintivamente iluminó con su luz la pintura, había algo extraño en el gaucho, que era el personaje central de la misma... A su cintura, el pintoresco hombre tenía una funda vacía... En la cual podía alojarse perfectamente el facón que Luis tenía en sus manos.
Al terminar la recorrida abrió el papel que recogiera del piso y se dispuso a leer, contenía unas cuantas líneas...
A quien corresponda:
Cuando llegaba la noche y el museo apagaba sus luces, liberaba sus custodias y cerraba sus puertas, se respiraba un aire de tranquilidad y paz.
Entonces es ese momento los espíritus que anidaban en las pinturas se escapaban de sus lienzos y salían a recorrer el lugar.
Habían dado vida a las obras durante el día y ahora en la soledad y lejos de las miradas de los visitantes, comenzaban a desprenderse de los cuadros.
El brillante piso lograba reflejarlos, parecía estar encendido cuando la luz lunar se proyectaba desde el exterior a través de los gruesos vidrios.
Cuando la madrugada era ya crecida no existía nada que los detuviera en su alocado accionar casi increíble.
Yo los veía, al principio me escondía, desde lejos escudriñaba, con el tiempo notaron mi presencia, aún así se mostraban indiferentes a mis incrédulas miradas.
Cuando los fenómenos iniciaron lograban aterrarme, desde el rincón pegado a mi silla, ni siquiera me animaba a encender la linterna para ver más allá de lo que mis ojos eran capaces de captar, con la mortecina luz natural. Sentía el aroma de las flores del cuadro del paisaje, el canto de los pájaros como si estuvieran trinando aquí dentro, junto a mí.
Lograba sentir el aroma y el sonido del mar, cual si me encontrara parado justo en medio de una playa con el viento costero acariciando mi rostro, aterrado.
Una noche de esas en que las pinturas habían soltado sus riendas, el viejo, el que está sentado sobre un caballo en la pintura que está en el ala norte, vestido de gaucho, con la camisa amarillenta raída, con chiripá y sombrero y sus dedos fuera del calzado, facón a la cintura, con cabellera y barba blanca, pañuelo al cuello, se acercó hasta mí.
Mi corazón pareció detenerse en aquel instante, momento en que ya le había quitado el crédito a mis ojos, me dijo con aire paternal...
- No se asuste mijo, liberamos las tensiones del día. El realismo de las obras se sustenta con nuestra presencia, por eso los visitantes logran maravillarse con ellas, porque viven... A través de nosotros cobran vida...
El viejo continuó hablando, más yo no quise continuar escuchando aquellas excusas explicando lo inexplicable, comencé a correr por el largo pasillo, hasta encontrar la salida...


Cuando el nuevo día abría sus ojos, el extraño cuchillo formaba parte de la pintura, a la cintura del gaucho.
Sobre la oficina central del museo, esta misiva descansaba en el escritorio central, junto a una carta de renuncia, fechada al día, firmada por Luis Angel Hernández.
Ambas cartas desaparecieron, no fuera a ser que el nuevo eventual guardia también se contagiara de aquella locura colectiva.

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