lunes, 17 de agosto de 2009

CAZADOR.

El veterano cazador llegó a la ciudad de Sierra Alta cuando caía la séptima hora del veinte de Agosto, en esos momentos que el astro rey parece perder sus fuerzas y atosigado por el cansancio comienza a preparar la retirada.
Prácticamente entró en el pueblo a los albores de la nueva noche, en pocos instantes se mostraría majestuosa y brillante.
Acaso fuera la mejor hora para su deporte preferido, la caza. De todas los momentos del día, era la noche el instante que prefería para desarrollar la tarea.
Pudo haber llegado a la mañana y disfrutar de la geografía del lugar, pero no estilaba dedicar demasiado tiempo a sus divertimentos, prefería realizar la cacería pronto y retornar sin demora.
Por eso jamás llegaba ni tarde ni temprano, lo hacía en el momento justo en que sabía a su presa más vulnerable.
Sin mucho cambio de indumentaria y solo con las herramientas necesarias salió presuroso al posible punto de encuentro con su trofeo de faena.
A las afueras de la ciudad, cercano a un río que reflejaba las luces de la noche y donde cada tanto los pescadores se arrimaban a probar suerte con sus cañas.
Por fortuna para experimentado cazador esa noche estaba tranquila, en cuanto a concurrencia.
Se detuvo junto a una roca, aguardó cobijado en la nocturnidad, si algo le acompañaba en sus largas travesías era su paciencia a la hora de esperar a sus víctimas.
Podía permanecer inmóvil durante horas aguardando cual estatua, sin que nadie notara su presencia.
Sabía que cualquier sonido, hasta el más mínimo ruido espantaría a su eventual trofeo y en aquella noche como en todas la pesquisa debería ser exitosa.
No importaba la dilatación temporal si se completaba la empresa.
Él no se jactaba de ello, pero era sabedor de que pocas presas habían conseguido burlar su paso, hecho que daba muestras de su implacable profesionalismo.
La calma a la hora de la prórroga había dado sus frutos, finalmente cuando era grande la noche, cerca de la orilla del río finalmente avizoró lo que aguardaba.
El contacto visual, le inyectó aún más tranquilidad otorgándole confianza y mayores probabilidades de logro.
De modo que sin inquietar la silenciosa calma, avanzó sigilosamente, como levitando para evitar ser visto ni oído, lentamente caminó, seguro.
La mirada fija en su presa, la mano firme que no le temblaba, cuando supo frágil a su damnificado, decidió que ya era hora de atacar y esa noche como tantas y tantas el cazador se alzó con el trofeo.
Cuando la mañana llegó a la apacible Cierra Alta, pequeño pueblo dónde los habitantes no eran muy numerosos, la trágica noticia corrió como reguero de pólvora, uno de los más antiguos y respetados miembros de la comunidad había dejado de existir.

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