lunes, 30 de marzo de 2009

ACCIDENTE.

El departamento de Loreto, esta inserto en el americano país sureño de Perú, en el pueblo de Belén, el pequeño Santiago atravesaba la noche a caballo, abriendo sendero en la oscuridad.
El noble animal, sabía y podía dar respuestas a los requerimientos del joven jinete que cual rayo avanzaba.
Su rostro esgrimía gestos de preocupación y desconsuelo.
La visión a pocos metros era precaria, peligroso continuar a aquella velocidad, aún así la rauda cabalgata no cesaba en intensidad.
Mirada seria, vista al frente, cara de hombrecito pequeño que había visto pasar recientemente su séptimo cumpleaños.
Continuando el oscuro sendero desprendió cristalinas lágrimas de sus ojos, la tristeza se había aliado a él.
Acicateado por el miedo tomó su caballo en plena noche para salir disparado en busca de su madre, que por motivos de trabajo estaba a unos cuantos kilómetros de su hogar.
El motivo de la improvista partida de Santiago, era preocupante y urgente.
Mientras mantenían juegos con su hermana, un par de años mayor que él, tuvo la desgracia de no medir un golpe y su hermana cayó al piso.
Cuando el pequeño se arrimó para disculparse y asistirla, logró ver la sangre y pareció enloquecer.
Iba cargado de culpas, llorando la indescriptible angustia de haber lastimado a su hermana mientras compartían juegos.
No le preocupaba la soberana paliza que le daría su madre, ni el interminable sermón, sólo pensaba en su hermana, caída y sangrando y su sangre se helaba.
Pensó que podía haberla matado, o tal vez si lo había hecho.
Pero él no quería aquel desenlace terrible, nunca pensó que la situación generara la incertidumbre que corría por sus venas, muriendo en sus pensamientos, aterrando al pequeño.
Si estaba muerta nadie le creería, que el accidente había sido circunstancial, si se moría como el viejo Venancio, ya nunca más volvería a verla, ni a compartir juegos.
Ya no podría rezar con ella antes de dormir, ni compartir los desayunos.
¿Qué haría solo con su madre tan lejos?
El instante del desafortunado accidente volvían recurrente a su mente, entonces parecía que el caballo no avanzaba, su madre estaba cada vez más lejos.
El frío de la noche se hacía sentir en su pequeña figura carente de abrigo pues la salida había sido presurosa.
El frío, el miedo, la angustia y la culpa de pensar a su hermana muerta calaron hondo en el pequeño, que se desmayó casi llegando a la localidad donde estaba su madre...
Santiago despertó, con calor en su cuerpo, estaba en su casa.
Observó la cama de su hermana y la halló vacía, entonces recordó todo, nuevamente se ensombreció su espíritu y saltó de su lecho, cuando ingresó a la habitación de su madre, la halló dormida, abrazada a la pequeña.
La mujer presintiendo a Santiago despertó, le miró y extendió los brazos invitándole a compartir la cama.
El pequeño con el llanto creciente se abalanzó hacia ella.
Mamá yo no quise lastimarla, te lo juro...
No lo has hecho pequeño.
Con la infinita paz que solo las madres son capaces de transitar y transmitir, besó y abrazó fuertemente a su Santiago.
Se sintió muy orgullosa de él y con sus ojos también lagrimeantes de alegría y felicidad, buscó las palabras adecuadas para que comprendiera su hijo, que naturalmente su hermana se había convertido en señorita.

Pablo Fagúndez

EL VIAJE

Zapatos negros acordonados, impecablemente lustrados, medias nuevas relucientes y también oscuras, muriendo a la altura de las rodillas.
El traje del mismo color, con exquisitos detalles de terminación, estaba inserto en tendencias del momento, en cuanto a moda masculina.
Verdadero ejemplo de elegancia y porte, lo cargaba de prestancia, dándole un toque señorial.
Era un saco recto de dos botones, presentaba pequeñas solapas y se usaba cerrado ya que era muy amplio a su frente y los detalles tanto de camisa como de corbata jamás pasaban inadvertidos.
Las mangas a la altura de las muñecas presentaban dos botones dorados y sobresaliendo una blanca camisa de seda.
La inmaculada prenda, presentaba unos detalles a su pecho, unas delicadas franjas afinadas de color celeste, muy atenuado que corrían perpendiculares a la carrera de botones.
Lo elegante y distinguido que había querido, lo había logrado con creces, si quería llamar la atención durante el viaje, había encontrado la indumentaria apropiada.
Era una persona sumamente coqueta, por tanto para que el círculo encajara perfectamente, los detalles del rostro no podían faltar.
El delicado bigote, prolijamente adaptado a su rostro, acompañado por la vestidura impresionaba, marcaba claramente un estilo de caballero aristocrático.
Pronto llegarían los invitados para saludarle y despedirle, el viaje había surgido casi de improvisto, pero no era, Don Anselmo una persona de viajar sin despedirse.
Era una reunión para nada austera, por el contrario, dejaba de manifiesto el alocado esmero de su anfitrión por que los invitados se marcharan satisfechos.
La confitería había llegado, la comida estaba pronta para agasajar a todos.
A las afueras el mayordomo y el hijo de Anselmo ultimaban los retoques definitivos.
-¿Está todo pronto?
-Si, el señor no ha descuidado ni un solo detalle.
El velatorio será inolvidable y todo un suceso social.

Pablo Fagúndez

Fútbol, pasión y fe.

Cuando Osvaldo Ruiz fue nombrado técnico de la selección, el grueso de la parcialidad celeste rebosaba de alegría y aprobación. El joven elemento directriz había realizado una más que destacada actuación en el extranjero y su exitoso trabajo por cierto, venía de la mano de los resultados deportivos.
Sus equipos, ganaban, gustaban y divertían, arrancaban aplausos y colmaban las parcialidades.
Pero como muchas veces el destino es esquivo a las realizaciones personales, cuando quiso lograr el mismo resultado en su seleccionado nacional, la realidad le era esquiva.
Sin la claridad de la cual hacían brillo los equipos de Osvaldo, fue perdiendo oportunidades de clasificar, hasta que llegó a su última parada, el partido definitorio.
En él se jugaba todo o nada, incluso su permanencia frente al primer equipo celeste.
La opinión pública para ese entonces se mostraba dividida en cuanto a opinión. Muchos sostenían que su trabajo como entrenador celeste había fracasado y debía dejar el cargo.
Otros por el contrario desbordaban en cuota de optimismo y estaban plenamente convencidos que al final del camino se suscitaría ese cambio de rumbo que llevara a nuestro equipo a la victoria.
Lo cierto era que Osvaldo había perdido el tino del timón, estaba inmerso en la desesperanza y lo peor que había perdido la fe en él y en sus dirigidos.
Los goles, los que mandaban en el fútbol, no llegaban. Parecía que las pelotas no querían entrar en las porterías como si un ensombrecido manto cubriera todo lo relacionado al seleccionado.
En un campeonato extenso, el entrenador había probado un sinfín de delanteros. A pesar de estar pasando por buenos momentos ninguno colmaba las expectativas, aquello parecía un embrujo.
Tanto tiempo repiqueteó esta idea en los pensamientos de Osvaldo, que finalmente se decidió a consultar a una vidente, en la más absoluta de las reservas.
La mujer que tenía el mágico don de ver el futuro, no era una "brujita" nueva, ni recién llegada.
Era una, plenamente consolidada y muy respetada dentro de su comunidad pues sus premoniciones en más de un noventa por ciento de los casos, eran certeras.
Breve y terminante fue la visión de la previsora mujer, quien con sus palabras devolvió la esperanza al desilusionado entrenador, que sentía sobre sus espaldas la presión de ganar ese último enfrentamiento, como yunque.
-"Tito" Acosta... Marcará un gol en ese partido final.
Fue la frase que se desprendió de los labios de la anciana mujer, como balbuceo, mientras permanecía en estado de vigilia.
Alberto "Tito" Costa, era un delantero uruguayo que había sabido llevarse muy bien con la pelota y en todas las redes estampaba su marca. Pero hacía más de dos años que no tenía equipo, su preparación no era la mejor para definir un partido de esta naturaleza, bajo el marco de alta competición deportiva, igualmente fue convocado por el técnico para sumarse a filas celestes.
Osvaldo abrazaba aquella esperanza y no iba a permanecer de brazos cruzados sin intentarlo.
El especializado núcleo de periodistas deportivos dispararon duramente contra el entrenador, con motivos más que elocuentes.
Era imposible que un goleador que hacía más de dos años que no participaba en eventos de esta naturaleza diera resultados, a un combinado con un presente deficitario.
El gran día llegó.
Las cuatro tribunas del estadio rugían a rabiar cuando la camiseta celeste hizo su ingreso por el verde césped, el majestuoso gigante de cemento pareció temblar, el pueblo entero daba recibimiento a su equipo que saludaba, brazos en alto en el centro de la cancha.
Equipo que estaba en deuda con su gente, pero el hincha celeste renovaba esperanzas a cada partido, a pesar del debe, se engendraba la comunión, la fe se recargaba, la gente esperaba a su equipo victorioso.
Como si lo persiguieran desde atrás dando latigazos, el tiempo corría veloz, presuroso, implacablemente.
No llegaba el gol, para un equipo que no tenía más esperanzas que ganar o ganar.
Se consumió el primer tiempo, pasó el descanso y los actores volvieron a escena.
El técnico no había perdido esperanzas, " Tito" tenía ganas, estaba entonado, marchaba sobre la cancha con paso victorioso, se mostraba como león aguardando el momento indicado para dar el golpe de suerte.
Faltaba muy poco para que expirara el tiempo reglamentario, cuando un envío cruzado desde la izquierda colapsó contra el pecho de "Tito" Acosta, la pelota pareció paralizarse en el aire una fracción de segundo.
El estadio se paró, cuando el balón comenzó el descenso esperando el latigazo del veterano jugador, el furibundo disparo, cargado de expectación se estrelló contra el palo izquierdo.
El hincha no podía creerlo, el grito fue generalizado, se tomaban las cabezas.
El juego colectivo del equipo había sido bastante mediocre, Tito estaba exhausto, los balones no le llegaban, tenía que retroceder a buscarlos y las corridas eran abrumadoras.
Dos minutos y la historia estaría cerrada, Osvaldo esperaba junto a la línea de cal, en silencio, atrapado por el nerviosismo generalizado que contagiaba la tribuna.
"Tito" retrocedió para iniciar una de las últimas jugadas de su equipo, estaba abandonado su área cuando vio venir como bólido un marcador enemigo rumbo a él.
Por unos instantes se sintió inseguro, temió perder la pelota en su zona defensiva, estaba muy cansado...
Entonces sin volver la vista, prefirió apoyarse en su arquero.
Tal vez no midió la potencia, o no le entró bien a ese balón.
El desesperado intento del portero par a evitar el gol en su propia puerta fue inútil, a pesar de que se estirara sobre el césped cuan largo era.
Todos los ojos del estadio, incluyendo los de Osvaldo vieron la pelota, casi en cámara lenta ingresar contra el palo derecho.

Pablo Fagúndez



viernes, 27 de marzo de 2009

Hasta siempre.

Ignorados por las civilizaciones linderas, los Soropáies levantaban su edificación en la parte selvática, para el resto del universo pensante podían definirse como salvajes.
Internamente era un grupo socializado y los integrantes de la comunidad tenían valores muy bien definidos de respeto mutuo con sus semejantes, incluso con el medio natural.
Eran sabedores que debían cuidar el entorno que los había contenido.
Dentro de los peligros que conllevaba vivir en un medio tan salvaje, acaso el más temido, era el animal más peligroso y acosador. El león.
Los descomunales felinos, se veían en la zona, acaso no con la asiduidad de antaño, pero el peligro estaba asechante, latente.
El soropai no era hombre de amedrentarse, por el contrario, andaba los senderos con su valentía a cuestas a pesar de los peligros que pudiesen eventualmente surgir.
La prueba de fuego y el generador de rango dentro de la tribu, era la caza del león, aquel que fuera capaz de regresar con la cabeza de un felino, sería digno de admiración y miembro destacado dentro de la comunidad.
Las hordas expedicionarias se armaban con los elementos más jóvenes del grupo, ocho o diez, se lanzaban a la ventura.
Unos pocos regresarían, muchas veces sin éxito, en otras ocasiones no se volvía a tener noticias de los cazadores.
Las mujeres y los ancianos permanecían en oración deseando el pronto retorno de los atrevidos indígenas, retadores del rey de la selva.
La noche anterior a la partida, la piel de los integrantes de la hueste aventurera era untada por inciensos y hierbas que habían sido molidas con antelación, después se los dejaba descansar plácidamente.
Para muchos sería la última noche, al amparo de su tribu.
Adul, era el mayor del grupo, sería ésta su segunda caza, había retornado una vez con un reducido grupo de hombres. Aquel día jamás lograría olvidarlo.
Adul había perdido a su hermano mayor de la manera más injusta.
Aún recordaba la escena desgarradora, de hallar a su hermano apresado por dos leones, mientras le devoraban vivo. Testigo del descomunal dolor y viendo su cuerpo quebrado y cercenado decidió acabar con su sufrimiento y arrojó su lanza, no contra los leones, si no al pecho de su hermano, acabando con su dolorosa agonía.
Según la creencia de esta cultura indígena, un solo ser sobre la tierra esa tan valiente como el soropai, el león.
Los más viejos incluso sostenían que los espíritus de los guerreros caídos anidaban, reencarnación mediante en las figuras físicas de los felinos.
Al igual que en noches anteriores, en la última antes de salir a la caza, Adul soñó con su hermano.
La figura de su inseparable compañero no le abandonaba se mostraba real y tangible frente a él, esgrimiendo en su pecho la herida provocada por el lanzazo de su hermano.
Despertó, antes que el nuevo día se mostrara, el joven salió corriendo para ver al viejo indígena que aconsejaba los jóvenes para hacerlo partícipe de aquella visión.
El viejo cauto y mesurado entendió que el espíritu del hombre había buscado asilo en el felino y que en algún lugar del trayecto se presentaría ante su hermano.
Pero le previno que aquella imagen que encontraría poco a o nada tenía que ver son su valeroso hermano, de modo que cuando lo viera le diera muerte sin miramientos.
Para Adul era presagio de reencuentro y se sintió feliz.
El grupo partió en medio de deseos de éxito y la comunidad a pleno mantuvo vigilia por la valiente expedición.
Al morir la tarde pocos hombres estaban aún con vida, muchos de ellos heridos, habían sido atacados por una manada de leones.
Las bestias hambrientas no demorarían en darles captura a los tres hombres que continuaban la marcha.
Para que alguien lograra sobrevivir optaron por separase, la manada seguiría solo a uno.
Adul, solitariamente continuó la marcha por el sinuoso y húmedo terreno selvático.
Avizoró una presencia, tras de él, se volvió. No había nada.
Pero continuaba sintiendo una mirada que taladraba sus espaldas, se detuvo y aguardó, lanza en mano.
Finalmente tras un grupo de frondosos árboles, le vio aparecer.
Era un león descomunal, una fiera con proporciones inimaginables.
El hombre no retrocedió, se mantuvo firme, con la vista adelante, el animal continuaba su marcha sin prisa, entonces entrecruzaron miradas.
El hombre alcanzó a reconocer aquellos ojos como una dulce mirada tantas veces observada y largamente añorada.
A su frente y en el pecho el león presentaba una herida, como de lanza.
Un estigma delator de que el viejo soropai era sabedor de lo que ocurría.
La sabia naturaleza le había otorgado nueva identidad a su hermano.
El león se detuvo, le observó...
Adul reconoció aquella mirada inequívocamente, se sintió feliz y gozoso.
EL sol se proyectaba sobre la cristalina agua de la cascada que constantemente baja, cuando otro de los expedicionarios logró ver al León casi sobre Adul, entonces se lanzó en desesperada corrida, con intenciones de socorrer al muchacho.
En un hecho valeroso e indescriptible, se posó frente a la bestia arrojando un grito estridente y heroico.
Adul tomó la lanza, como mucho tiempo atrás, apuntó a la fiera que continuaba mirando al otro hombre sin iniciar el enfrentamiento.
Por la mente de Adul pasaron mil cosas, no quería abandonar a su compañero de cacería, pero tampoco cegar una vez más la vida de su hermano.
Deseó convertirse en pájaro, alzar el vuelo para no tener que pasar por el mismo destino.
Abrió los brazos y se lanzó al vacío acompañando la cascada.
La tribu aún hoy prosigue con sus tradicionales cazas de león, pero ahora la misma se ha tornado mucho más dificultosa.
Cuentan los pocos que han logrado regresar, que ya no se ven a las bestias solitariamente por la enmarañada selva, desde aquel día andan caminando los verdes suelos de a dos, cuidándose el uno al otro.
De a dos... Como dos hermanos.


Pablo Fagúndez.

jueves, 26 de marzo de 2009

APUESTA

El frío de la madrugada calaba los huesos y el fuerte viento invernal hacía inclinar las grandes copas de los árboles, unas gotas pequeñas y muy heladas comenzaron a desprenderse desde lo alto para caer en la tierra.Como el viento se mostraba persistente habían cerrado todas las puertas y ventanas.Aquella cantina a mitad de la campaña y la noche, albergaban en su interior a unas quince almas que observaban en silencio y expectantes aquella partida de naipes entre los dos hombres que disputaban, desafío mediante, a una mujer.Ella aguardaba sin emitir sonido, su destino era quedarse con uno de los dos.Lo decidirían la suerte de las cartas, solamente con una mano.El nerviosismo interno era acaparador, por un instante el tétrico frío parecía haberse marchado, cada tanto el viento soplaba desde las afueras, para recordar a los parroquianos que el invierno estaba instalado y que había llegado para no irse.La lluvia cobrando vigor, se mostraba ahora más inmensa y amenazante azotando los vidrios laterales.La concentración de los contrincantes era perpetua, solo se miraban a la cara, apenas ojeando sus cartas, el resto parecía ni respirar.Solo el constante embate del agua se escuchaba como fondo y la expectación crecía.Pensaban cada movimiento, cada jugada, cada carta arrojada a la mesa era como una moneda al vacío, la suerte de ellos se alojaba en cada naipe, no podía haber yerros, había que tomarse el tiempo para hacer la mejor elección.Los concursantes no reparaban en ello y antes de la jugada, se empinaban garganta abajo generosos tragos de caña que lograban estabilizar la temperatura corporal y sacarlos un poco de la realidad.La mujer aguardaba su suerte y comenzaba ya a impacientarse a sabiendas de que la resolución no llegaba.A medida que el mazo de cartas iba perdiendo cuerpo y peso la transpiración de los disputantes comenzaba a caer, deslizándose por sus frentes.Quedaban los instantes finales, la puja se estaba decidiendo en aquel recinto, al abrigo de la lluvia y la helada.La tensión cobraba ahora puntos elevadísimos, nadie quería perder detalle del encarnizado enfrentamiento entre aquellos dos hombres que habían decido probar suerte echando a la diosa fortuna el destino de aquella mujer.Finalmente el movimiento definitorio... Llegó.La última carta en juego decidiría al victorioso y dejaría sin asunto al perdedor, las demás personas siguieron con la vista aquel naipe esclarecedor...El hombre victorioso, apresuradamente se llevó a la boca aquella botella de licor, la suerte le había iluminado, su éxito le alegraba.Todos cuantos compartían el lugar volvieron sus ojos hacia la puerta.Desde el portal, la blanquecina muerte se iba del brazo del derrotado, que con la cabeza erguida y la mirada fija, era sabedor de que él mismo había edificado su destino.

CASITA DE MUÑECAS.

Era sumamente dificultoso poder entrar a la habitación de Florencia, porque el sinfín de muñecas que tenía estaban dispersas por todo el lugar.
Pero no se hallaban tiradas ni mal tratadas, por el contrario, el sub mundo de cada una de ellas era imperturbable y respetado a rajatabla.
Tal vez faltaba lugar para la ocupante humana, pero no para ellas. Con sus vestidos impecablemente presentados y sus cabellos lavados, inmaculados rostros de aquellas chicas de fantasía que compartían su vida con Florencia.
Pues ellas vivían eso era innegable.
La inmensa casa de las muñecas que estaba ubicada de manera céntrica al cuarto, había sido creada con su estructura en madera y estaba recubierta impecablemente desde el exterior.
Tan espaciosa era que la niña de trece años podía hasta dormir en su interior sin problemas de espacio reducido.
Pero cada una de las muñecas tenían personalidad propia, no todas gustaban del encierro.
Celeste era muy retraída, por tanto le gustaba la tranquilidad del interior, pocas veces salía,
Cinthia por el contrario era la más reacia al encierro, ella gustaba de la libertad y rara vez se la veía en cautiverio.
Ceci era la más chica, acaso por eso sumamente desprotegida, tenía la necesidad imperiosa de siempre encontrar refugio en los brazos de su dueña, y eventualmente por las noches compartir la cama de Florencia.
A las demás muñecas no les molestaba que esto pasara, pues reconocían en Ceci que estaba carente de afecto.
Florencia la protegía y la cuidaba. Pero cada una de ellas era especial e importante.
Cuando alguna se encontraba triste o deprimida, tal vez enferma, la niña permanecía toda la noche al amparo de ellas, podía pasar sin dormir, pero el cuidado de las muñecas era lo medular.
-Te digo que no es normal que la niña viva para sus muñecas.
Solo existe para ellas, su vida gira en torno a eso, cree que esas cosas tienen vida.
-Es natural en una niña.

-Niña que no es tal, es adolescente, no tiene los gustos de las chicas de su edad, no mira televisión, no escucha música, no sale. Siempre está ahí atrapada con esa estúpida ilusión de sus muñecas.
-
Es cierto, le dedica más tiempo que otras niñas, pero no hay nada de anormal en eso.
-Es mi hija, cuando yo era pequeña también me dedicaba a mis muñecas, lo heredó de su madre.

-No alimentes más la fantasía de un mundo inexistente, ha generado una burbuja entorno a esa casa y no piensa abrir los ojos al mundo exterior. Debería verla un profesional.
-Estás loco, nuestra hija es normal, solo adora sus muñecas.
Los días y los meses avanzaban sin cambios, la postura de la pequeña era cada vez más firme en sostener que las muñecas tenían vida.
Cuando su tía, hermana de su madre, retornó de un prolongado viaje por tierras Europeas, conocedora del gusto de la pequeña, trajo una hermosa muñequilla para su sobrina.
Era extremadamente bella, cabello rizado rubio, grandes ojos celestes, parpadeantes, delicadas manos, arropada dentro de un hermoso vestido rosado, con cinta a la cintura y lustrados zapatitos negros.
Hasta su rostro parecía ser real, gesticulador, se veía real.
La pequeña no demoró en integrarla a su sociedad de muñecas, pronto tenía su lugar dentro de la comunidad y para que la bienvenida fuese completa, la cobijó en su cama las primeras noches.
Princesa, la llamó. El nombre era el apropiado para la muñeca más hermosa.
El preocupado padre de Florencia continuaba escrutando a su hija, el denodado interés por su ejército inanimado crispaba sus nervios, la decisión de ver un sicólogo cada vez cobraba más vigor.
Cuando Florencia y su madre regresaban de las compras vespertinas la pequeña rompió en llanto al ingresar a su dormitorio.
La madre alertada por los desesperados llantos de la pequeña se apresuró hasta llegar al dormitorio.
Hallaron a la muñeca nueva, con su cabello desprolijamente cortado, su vestido manchado, estaba maltratada y arrojada a un rincón.
-Fueron ellas mamá, están celosas de Princesa. Dijo la pequeña ahogada por el llanto.
-Siempre me preocupo por ellas. ¿Porqué son así? ¿Porqué?.
La madre abrazó a la pequeña, intentando contener su llanto. Pero no encontraba las palabras para aplacar la angustia de Florencia.
Cuando regresó su padre y estuvo al tanto de las cosas, reaccionó de manera hostil contra su esposa por alimentar las fantásticas historias de su hija.
Entonces decidió que era ya hora...
Al día siguiente tomó a Florencia y marchó rumbo al sanatorio. El silencio reinó durante el viaje. Ni un solo comentario se hizo respecto a la descabellada idea de que las muñecas arremetieran contra Princesa.
El padre pensó que su pobre hija tenía serios problemas mentales y se culpaba por no haberlo notado antes, imaginó que la pequeña en manos de uno de los mejores médicos de la ciudad, tendría alguna esperanza.
Una vez finalizada la primera cita entre Florencia y el afamado médico, el padre sumamente preocupado y expectante se acercó para conocer la primera visión del facultativo.
Deseaba con todas sus fuerzas equivocarse y que la niña tuviera un tratamiento que lograra normalizarla.
-Doctor... Le escucho atentamente.
-He tenido una profunda charla con Florencia...
Su hija está perfectamente bien, lo que debe hacer usted prontamente, es enseñar a las muñecas a compartir y respetar la vida social y a no agredir a los nuevos integrantes.


Pablo Fagúndez.

miércoles, 25 de marzo de 2009

UN SEGUNDO DE IRA.

La porción de cielo que lograba divisarse entre los barrotes mostraba una luna muy grande y luminosa.
Variando el ángulo de observación podía ver estrellas que encapotaban el cielo, solía pasar horas contemplando los astros titilantes.
Claro que estando en cautiverio no hay demasiadas cosas para hacer y aquello que llegue al alma para reconfortarla debe ser bienvenido.
Ricardo estaba apresado bajo cargo de homicidio, había pasado largos años contemplando aquel desolador escenario, escuchando por las noches el deambular de las ratas y oliendo aquellos hedores nauseabundos que traía consigo la corriente ventosa, cuando una puerta era abierta hacia el exterior.
Escuchaba risotadas cada tanto, del resto de los presos, casi siempre lamentos y llantos, gritos cargados de desolación que clamaban libertad.
Él ya se había adaptado a formar parte de aquel entorno, era una cosa más dentro de todas las cosas, no contrastaba, su aspecto era tan tétrico y espantoso como todo lo que podía verse en el interior de aquellas celdas.
Poco le importaba el medio, a un espíritu que vivía apresado por la culpa, reviviendo a cada instante aquel trágico momento que había devenido con la confinación carcelaria.
Atormentado en todo momento por el dolor sin equivalente, de haber cegado una vida y cuyo arrepentimiento fue casi automático.
¿Qué cosa le habría llevado a disparar aquel fusil? Nunca logró saberlo. Se conformaba pensando que las armas las carga el diablo, y es él mismo el que induce a utilizarlas, te inyecta la furia en el cuerpo y es en ese maldito segundo que se pierde la razón y se hipotecan dos vidas.
Una al descanso eterno y otra a la soledad del encierro.
Muchas veces quiso morir antes de seguir con aquel castigo tan inhumano, ahora le reconfortaba pensar que la libertad estaba próxima y ese estímulo le ayudaba a continuar.
La vida social de Ricardo dentro del sistema carcelario era prácticamente inexistente.
Quién venía todas las noches a verle, sin faltar nunca a la cita era su víctima.
Aprovechaba las horas de sueño de su matador para presentarse frente a él, con sus grandes ojos reclamando por su vida.
Exigiendo a su asesino una respuesta coherente y convincente de porque había decidido acabar con todo lo que tenía y con lo que pudo haber conseguido.
Ricardo clamaba, que le dejara tranquilo, que el hecho desgraciado no había sido programado, que el destino había querido aquel desenlace...
Despertando brusca y aterradamente, envuelto en sudor y rompiendo en llanto, clamando que le dejara dormir, que ya no lo molestara, que no volviera a sus sueños.
Los reclusos de las celdas contiguas escuchaban todas las noches sus ataques de llanto y dolor, al borde de la locura, e intentaban calmarle.
- Ricardo, es sólo un sueño.
- Cálmate.
- Falta muy poco para que seas libre.
Estaba sumamente desmejorado y débil, apenas si comía, no tenía otras actividades más que ver por la ventana durante los largos anocheceres de insomnio la blancura lunar y cuestionarse porque la vida se le había tornado tan injusta y desoladora.
Añoraba una mujer, aún respiraba su recuerdo a pesar de la lejanía temporal, hasta su memoria llegaban nostalgias de noches acaloradas al amparo de sus brazos, desnudos amaneceres, acompañados de caricias y besos desmedidos.
Promesas de amor, que nunca pudieron cumplirse, planes de futuro común, sueños mal edificados, que colapsaron cuando el destino sin miramientos se expidió.
El tiempo se hace más lento cuando se está privado de libertad, luego de muchos años, la noche final de encarcelamiento había llegado y Ricardo estaba feliz.
Durmió apaciblemente sin visitas esa madrugada, tal vez había encontrado la paz al saber que al otro día sería libre.
Aún así logró dormirse pensando.
¿Por qué un segundo de ira hipotecaba una vida?
La noche estaba ya marchándose, la claridad ganaba terreno cuando Ricardo despertó, al ver la luz, saboreando el primer sorbo de libertad en su boca.
Adiós al encierro, a su tortura, a sus visitas de ultratumba.
Mientras pensaba que había agotado todos los recursos para convencer a su víctima de su profundo arrepentimiento, la llave accionó la cerradura de su celda, casi sin darse cuenta, estaba abierta.
La libertad estaba al alcance de su mano.
Cuando la filosa y pesada hoja del hacha, cayó pesadamente sobre el cuello de Ricardo, la muchedumbre aplaudió victoriosa, otro asesino había sido ajusticiado y ejecutado.

martes, 10 de marzo de 2009

COLORES

- ¿Qué color es el más lindo, abuela?
- Todos los colores son hermosos, cada uno tiene su encanto, los hay opacos y atenuados, pero también vivos y bien definidos, esos que inyectan luminosidad, son festivos, capaces de cambiarte el ánimo.
- ¿Y a vos, cuál te gusta más?
- El verde, a mi me gusta, el verde, es de los más vivos.
Es el que más utiliza la naturaleza, está presente en los árboles, las plantas, las flores.
Es ese color, el de la esperanza. Te aseguro que es distantemente, el más bello.
Pero ya falta muy poco para que puedas descubrirlo por ti misma...

La señora Anunciación, con sus ochenta y siete años a cuestas, avizoraba en un futuro bastante cercano una sola certidumbre, estar con vida para presenciar que su pequeña nieta de tan solo catorce años fuera capaz de ver, acción que desde su nacimiento, estaba trunca.
Para que esta loca y esperanzadora aventura se echara andar, su abuela había realizado hasta lo imposible porque su nieta viajara al extranjero a fin de conseguir la tan anhelada visión.
Cautivos por un endeble pasar económico, la señora además de empeñar todo cuanto tenía de valor, había organizado festivales benéficos, bailes, rifas y hasta se había atrevido a presentarse en alguna radio, que le permitiera difundir, el testimonio vivo, de su desesperado emprendimiento.
Muchas puertas se cerraron, otras jamás se abrieron, a pesar de todo, nunca quebrantó su esperanzada fe.
Conseguir aquella suma de dinero, se lo había fijado como un propósito concreto y así fue, aún con más esfuerzo, trabajo, dedicación y tiempo.
El fin justificaría toda la entrega, cuando tuviera los boletos en sus manos.
Los médicos de la pequeña Andrea, no fueron esperanzadores, por el contrario, lapidaron cualquier amanecer venturoso, no había remedio, no para la pequeña.
La única esperanza era operarse en el extranjero.
La partida inició, lágrimas mediante, Andrea y su madre dijeron adiós antes de marcharse, prometiendo un retorno exitoso.
Anunciación, aguardó largos meses esa carta que le transmitiera la certeza de que la intervención había sido favorable, que su nieta finalmente podía ver.
Pero cuando el destino se muestra tozudo y los tiempos se acortan, poco importan los designios de los mortales.
Una apacible y hermosa noche de enero, la muerte entró por la ventana entre abierta de Anunciación, llevándose con ella su último suspiro de vida.
Cuando la tardía carta llegó, el padre de la joven se animó a abrir el sobre, a pesar de no ser su destinatario.

Abuelita:
Nada ha sido en vano, gracias por tu esfuerzo, tu entrega, tu amor y esa denodada lucha.
Ahora que estoy aquí, al final del camino, voy a confesarte que ya no me importa conocer los otros colores, me quedo con el que me regalaste, el que me hiciste entender que era el más hermoso,
No necesito los ojos, puedo sentir, el viento matinal, el sonido del mar, el canto de los pájaros y saber que indefectiblemente es tu hermoso verde el que está impreso en cada uno de ellos.
Ese verde que lograste plasmar en mi corazón, que fue el motor para que hoy esté acá diciéndote,
me quedo con ese verde que me hiciste conocer a través de tus palabras.

martes, 3 de marzo de 2009

MIS ATREVIDAS ALMAS

No las busques, no las llames. No intentes contactarlas.
Se han ido, se han marchado de una vez y para siempre.
De un tirón lo han hecho, como el amanecer que desborda de luz, quebrantando la oscuridad nocturna, que se ve vencida y derrotada ante la majestuosa claridad y a pesar de los intentos de supervivencia, cuando llega la hora, desaparece, se pierde, se muere.
Pero no quiero hablar de muerte ahora, sería redundar en una palabra tan hermética, tan lapidaria, carente de esperanzas.
En esta hora en que la tristeza me acompaña, se ha aliado a mí y pretende no abandonarme.
Ha decidido revolotear sobre mis sienes y susurrarme al oído de tiempos perdidos, frases inconclusas, momentos que nunca llegaron.
Tiempo que les debo y me debo y que vuelven a mi memoria como oleadas de recuerdos, ahora que escucho una dulce melodía y siento la necesidad imperiosa de mis almas queridas.
Esos espíritus que han rubricado heroísmo, porque se han animado a dar el gran paso, han embarcado en dirección a la inmortalidad de otros puertos, seguramente a su llegada habría una muchedumbre de almas aguardándolos.
Anoche mientras intentaba explicar lo inexplicable y por otro lado me consolaba con palabras de aliento, historiaba en mí aquellos años gloriosos.
Entonces no pensas en lo efímero de todo, vivís la vida como viene, sin muchos planteamientos profundos.
Un día te das cuenta que cada minuto compartido es un regalo divino, que cuando el tiempo se acorta y querés retenerlo, vivís en carne propia la impotencia humana de ver como la llama se va apagando día a día.
Ahora no voy a escribir ningún cuento, no tengo ganas, prefiero quedarme al amparo de mis recuerdos, retrotraerme a esas vívidas historias, volar en el tiempo a aquellos lugares donde fui feliz y no lo sabía.
Ahí donde quisiera volver y sin embargo no puedo, si intentara ir, encontraría todas las luces apagadas.
Prefiero cerrar los ojos y volver, con el pensamiento a cuando esos luceros, que tanto amé y hoy están en oscuridad, eran llamarada que sabía contenerme, hacerme sentir querido.
Quisiera volver, un veinticuatro de diciembre a la tarde, a mi querida ciudad de "Las Piedras" a la cual hace tanto que no voy y a la que no creo volver porque me niego a matar estos recuerdos.
Esas Navidades que lograron arraigarse en mi alma, donde nos juntábamos todos y las vivíamos a pleno, entonces era una fiesta familiar y no tenía más preocupaciones que asegurarme la pirotecnia para después de las doce y ubicarme en un buen lugar cercano al arbolito a la hora de recibir los regalos.
Porque en aquellas mágicas noches nadie quedaba zapatero, había regalos para todos.
El viejito barbón de rojas vestiduras, a pesar de las carencias, albergaba en su costal los chiches envueltos con tanto amor e ilusión, que con tanta facilidad destruíamos por no poder cegar la sed de impaciencia de los niños.
Los chicos éramos los mas privilegiados, aún recuerdo llegar a aquel amplio comedor de la casita humilde de mi tío abuelo y ver aquel árbol inmenso, rebosante de luces y adornos, más grande aún a mis ojos, porque entonces lo veía desde abajo, aún no levantaba mucho del piso.
El reloj se disparaba y comenzaba la cuenta regresiva rumbo a las doce.
Entre el humo de la fogata roja que veía consumirse los brasas y el perfumado aroma de las carnes que reposaban sobre la parrilla, se armaba la ronda... Si me parece estar ahí, viendo aquellos rostros felices, ahora mismo, que el llanto intenta escaparse de mis ojos vidriosos.
Me veo correteando a la sombra de mi hermana Susana, junto con Marcelo y Juan Carlos y los hijos de los vecinos que se hacían yunta junto a nosotros esperando las doce campanadas.
Y corríamos y jugábamos y planeábamos y hacíamos... Cada tanto me dispersaba del grupo y me iba corriendo dónde estaba mi madre, para preguntarle la hora.
Todavía falta mucho... Me decía, llevando la vista a la muñeca, entonces volvía al grupo para continuar jugando.
Puedo ver a mi viejo con un sombrero de ala ancha, simulando un payador con tonada mejicana, haciendo chistes... Creo que nunca más lo vi montando semejante parodia para tanta gente, pero era feliz.
El tiempo había devenido, estabamos próximos al nacimiento, la Navidad llegaba a nuestras puertas, yo lo vivía como real, en algún lugar el lucero brillaba aunque no lograba verlo, porque solamente el nacimiento de un Dios podría lograr algo de tamaña magnitud, reunirnos a todos.
Entonces mi tío Amaro, el abuelo que me dio la vida, porque no conocí a los míos, con sus lentes de gruesas armazones negras, comenzaba a nombrar uno a uno, para que fuéramos bajo el árbol a retirar el regalito.
Y los rostros colmaban de expectación, aún el de los grandes que esperaban ansiosos su presente navideño.
Mamá, mi adorada Estrellita, te amo, adonde sea que estés, mi tío Amaro, Inés, Tona, el Nene, mi tío Orestes, mi primo Marcelo, mi abuelita Felicia, todos los primos, tíos, sus familias, aquel grupo festivo que daba inicio al tiempo navideño.
Este recuerdo debe ser, así lo decidí, un mensaje emocionado y cargado de agradecimiento a todas mis almas queridas que se atrevieron a cruzar el sendero, esa ciudadela imaginaria y luminosa que algún día me verá traspasarla con mi bagaje de sueños y frustraciones y despedidas, pero espero que feliz.
Esas brújulas que hoy desprenden lágrimas, van a estar aguardándome cuando mi barco toque puerto y celebraremos juntos, una vez más, las Navidades, los años nuevos o simplemente el tan anhelado reencuentro.
A mi hermano Juan, mi madre Estrellita, mi abuela Felicia, mi primo Marcelo, Mi tía Tona y mi tío Nene, por todos esos años de felicidad, por todo este tiempo, por todos los momentos hermosos que atesoro, que van a acompañarme durante toda mi vida y por ese reencuentro.
Gracias, solo pido que me esperen, a pesar del tiempo y la distancia,
Cuando concluya mi tarea partiré presuroso a su encuentro.