jueves, 19 de febrero de 2009

Desencuentro.

Podría decirse que el señor Andrade era una persona muy distinguida, serio, muy culto, había acunado sus modales muy finamente y ante la escala social, se destacaba.
Gustaba vestirse elegantemente y paseaba su aire señorial donde fuera que estuviese, incluso al ir a la tienda a hacer las compras.
Nunca faltaban su impecable camisa blanca, sus zapatos negros perfectamente lustrados, ni su traje de elección que siempre era óptimo para el momento.
Mirada serena y calma, rostro desgastado con algunas arrugas, canas prominentes y un delgado bigote perfectamente cuidado que acentuaba aún más su aire aristocrático.
Era una de esas personas que tienen la imperiosa necesidad de estar siempre en permanente actividad, incluso una vez finalizadas sus obligaciones diarias.
Extranjero, había venido hacía muchos años en un buque desde Europa, llegó hasta América para nunca más volver.
Su estadía en tierras sudamericanas ya llevaba más de cuarenta años y había abandonado su juventud cuando decidió partir de su continente natal.
Buen esposo, buen padre, buen vecino, todos cuanto le rodeaban coincidían en la gran persona que sabia ser y nadie perdía oportunidad para ponerlo de manifiesto.
Aquel fin de semana era fuera de lo convencional en cuanto para actividades para él, pues había cancelado todas las obligaciones de trabajo para tomarse un descanso, de solamente tres días.
Los culpables de aquel hecho eran sus hijos y su esposa que largamente habían venido insistiendo para que ese tiempo fuera de él y los disfrutara de la manera que más le gustara.
Entonces cansado de nadar contra la corriente decidió tomar una reservación en un hotel de la campaña nuestra para estar un fin de semana en contacto con la naturaleza, lo que más añoraba.
La realidad de la ciudad no le permitía esas libertades.
No preparó mucha ropa, por si acaso unas mudas, se despidió y marchó.
La idea que le parecía descabellada al comienzo ahora le estimulaba, despertando el ansia por llegar.
Acaso por hacer aquel viaje más evocativo de otras épocas decidió hacerlo en tren y ahí estaba....Feliz.
Junto a la ventana observando cuanto había frente a sus ojos a medida que avanzaba la máquina con su constante traqueteo, sonido que no le molestaba en lo mas mínimo.
Prefería aquello al sonar de las bocinas o de los celulares o los teléfonos.
Tal vez poco ambicionaba o quizás mucho, aquella mañana del 17 de enero el señor Andrade estaba en la gloria.
Y fue ahí en ese marco tan celosamente secreto a su realidad y como contenido por aquel entorno que se quedó profundamente dormido divisando aquel horizonte que iba uniendo celeste y verde.
Lucho tanto contra aquel sueño que no pensaba abandonarlo, él intentaba no perder detalle de aquel maravilloso espectáculo natural.
Pero fue inútil, el cansancio estaba profundamente arraigado y termino dominándole.
Despertó en plena ruta muy sorprendido, el tren no estaba, tampoco su equipaje, no lograba comprender aquella situación tan extraña.
La tarde ya caída prácticamente a las puertas del anochecer, estaba solo.
Con la interrogante sobre sus hombros, se puso en pie e inicio la caminata.
A lo lejos divisó unas luces y comenzó a dirigirse hacia ellas, aun cuando se veían muy lejos, a kilómetros.
Intentó buscar respuestas en su mente aturdida, algo que cerrara el círculo y le diera una explicación coherente de lo que pudo haber sucedido en el tren.
Hablaba para tratar de calmarse y de algún modo acompañar su soledad.
-¿Y si nunca tomé el tren?...
Si pensé tomarlo y en realidad no lo hice.
Pero... ¿Cómo llegue hasta acá?.
En medio de la ruta sin un auto que pase, ningún vehículo que sea capaz de sacarme de este páramo desolado.
Luego sonrió, pero aquel gesto estaba cargado de nerviosismo y de medio, la implacable negrura de la noche ya se adueñaba de todo, avanzaba presurosa y no había señales de vida en el entorno.
Su esperanza que se mostraba ya quebrada volvió a recomponerse cuando alcanzó a ver que desde el norte un camión transitaba rumbo a él, alegre admiró luces que serian la liberación.
Sus brazos comenzaron a sacudirse de un lado a otro desesperadamente.
El vehículo estaba ya próximo a él, pero no mostraba indicios de que fuera a detenerse, entonces gritó a viva voz.
- Socorro, pare!!! Ayúdeme, necesito auxilio.
Fugazmente el pesado coche pasó por su lado y el grosero conductor, que tenia una frondosa barba y una camisa a cuadros, ni realizó un esfuerzo pisar el pedal del freno.
Inclinó la cabeza, inspiró y volvió a mirar la inmensidad de la noche con sus miles de estrellas como única luz.
Prosiguió camino pensando que había gente capaz de ver a un sexagenario caminando sobre una ruta en plena noche y abandonarlo a su suerte.
Pensaba que cuanto más avanzaba, las luces también lo hacían porque la distancia era constante o de lo contrario estaban alejadas de lo que su óptica era capaz de calcular.
- Esto debe haber sido producto de un robo.
Eso es, asaltaron el tren y se llevaron todo, eso explica la falta del equipaje, me han pegado en la cabeza, por eso me duele tanto.
Imaginó que la policía estaría tras su rastro y que sería cuestión de tiempo hasta que le dieran alcance.
No obstante continuaba aún preso por el pánico, sin detenerse.
A su izquierda la ruta y a la derecha la oscuridad de los montes, eso le obligaba a seguir caminando.
Sin prisa y sin pausa, avanzaba.
De pronto entre los árboles pudo divisar que un animal se asomaba, a la distancia podría ser una vaca o un ternero, no podía decir con exactitud lo que era, pero era muy grande.
Se volvió intranquilo y atemorizado, valla si era grande, era un perro, pero de esos que dan escalofríos, se acercaron cada vez más, las estrellas titilantes reflejaban su luz en los ojos del perro, lo mostraban mas fantasmagórico aun.
Venían por el mismo sendero, uno frente al otro.
El perro lo miraba como queriendo hipnotizarlo con aquellos enormes ojos, penetrantes.
Andrade no emitió sonido al pasar junto a la fiera que lo observaba sigilosamente, ambos siguieron por el mismo camino sin interceptar, el animal pareció acelerar la marcha.
El hombre era sabedor de que si corría tendría al animal tras sus espaldas, a unos instantes el terror pasó.
Luego de unas horas de caminata divisó luz, una posada se levantaba junto a la ruta, continua hasta ingresas en ella.
Aparatosamente se dejo caer sobre una silla cercana a la puerta que permanecía abierta.
Al instante vio acercarse al propietario del local rumbo a su mesa con una bandeja en las manos, no llegó hasta él, si no que se dispuso a cerrar la puerta y se dirigió a la mesa ubicada en la entrada pero en el otro sector del lugar, donde unos parroquianos disputaban una partida de naipes.
De golpe la puerta se abrió, en ella un hombre surgió, de extrañas facciones y un color blancuzco casi cadavérico en su rostro, vestido de negro.
Andrade se halló sorprendido y de inmediato comenzó a escrutarlo.
Uno de los jugadores nocturnos pidió silencio popular para poder escuchar la radio, potenciando el volumen.
- Silencio !!!
- Volvemos a reiterar la noticia del trágico accidente del tren descarrilado esta mañana en nuestra ciudad.
A esta hora ya no hay dudas, desgraciadamente no hubo sobrevivientes en el infortunado suceso.
Valla desde nuestra redacción nuestro más sentido pésame a los familiares de las víctimas que ya han sido reconocidas.
El dueño de la posada se arrimó nuevamente hacia la puerta para cerrarla, seguramente el viento la había abierto.

Pablo Fagúndez.

Cultura Nacional... ¿Verdad o utopía?

Anoche tuve la suerte de compartir una reunión con el espacio Mixtura y junto a él, quienes dirigen el grupo cultural Tertulia.
La señora Julia Galemire. Licenciada en enfermería. Escritora. Poeta, Presidente del grupo cultural Tertulia.
Dirige la revista Homónima. Es gestora cultural, premiada por el M.E.C.
Y la señora María del Carmen Aguado, profesora de inglés, narradora, poeta.
Premiada en concursos( Radio Sarandí, Mate amargo), integrante del grupo cultural la Tertulia.
Durante el encuentro nos fue distribuida la revista, la cual cuenta con una edición anual, de excelente encuadernación, una presentación editorial destacada, argumentadora de un gran trabajo para la obtención de un producto de tan exquisita terminación.
Una publicación digna de orgullo, no solamente por su contenido que involucra autores nacionales sino por la soledad y anonimato con los cuales sus directoras trabajan.
Lo increíble de esto es que no existe ningún tipo de publicidad que de alguna manera apuntale el denodado esfuerzo en pos de la instrucción que realiza dicho movimiento.
Ni un solo medio de comunicación, televisivo, radial o escrito se hacen eco a la hora de divulgar una tarea de tamaña envergadura. Esta publicación realiza no solamente la tarea de proyección de contemporáneos artistas uruguayos sino que además va consolidando la permanencia de muchos de ellos, inmortalizando sus creaciones.
Cuantos de estos anónimos gestores de formación se verían extintos sin su participación en ésta o en otras revistas similares que trabajan desde la soledad dentro de las mismas condiciones.
Nuestro mercado de comunicación se ve seducido por programas acaparadores de masas, que no demandan mayor inversión por ser importados y que además reditúan espléndidamente a sus intereses.
Está bien que así sea, creo que es el fin de toda empresa, su crecimiento, más para las nuestras que están condicionadas por la enormidad vecina.
Pero pienso cuantos ingresos dejarían de entrar a sus arcas si dedicaran un mínimo espacio a hacer público este tipo de manifestaciones culturales.
Acaso el servilismo de la dependencia nos obliga a echar por tierra cosas que son parte de nuestra formación educacional, que han nacido arraigándose en nosotros y son la columna vertebral de nuestra idiosincrasia, la cual nos ha dado un lugar de privilegio en cualquier parte del mundo.
En un momento social tan particular, en el cual la violencia parece cobrar un papel protagónico, acentuando aún más la falta de valores de nuestra juventud, que parece estar muy distante a la educación que nosotros afortunadamente tuvimos.
Monopolizan el área televisiva, comunicadora por excelencia, con productos que nada tienen que ver con nuestra cultura vernácula.
Esa extranjerización sin contemplaciones degenera y deforma de manera sistemática, una sociedad uruguaya que ya está en penumbras.
¿Habremos terminado vendiendo el rico patrimonio?
Bienvenida sea entonces esta sacrificada lucha, y que esa publicación como tantas otras que desde la oscuridad continúan su marcha sean no solamente testimonio de cultura viva y tangible, sino también unificadoras de conciencia.

Pablo Fagúndez.

Veinte minutos para las ocho.

En la soledad de su habitación Irma reposaba sobre el cómodo lecho, en la superficie del cubrecama rojo púrpura, fue depositando una a una las amarillentas cartas de su amado que blandían una letra legible y una delicada escritura.
Podría adivinarse en ella un aire ceremonioso, sus ojos comenzaron a girar en círculos sobre los papeles sin saber en cual detenerse, todas las hojas lograban imantarla y parecían exigirle que fueran leídas, optó por la última.
Todas y cada una de ellas, cobraban relevancia frente a las otras.
Fuera acaso que el motivo inspirador para la conformación de todas ellas estuviera pautado por el amor.
El más puro y cristalino que el alma humana fuera capaz de llegar a sentir, ése, que despierta sensaciones inimaginables.
La pintoresca y acogedora ciudad de San Juan que gentilmente supo alojarme, me verá partir mañana en horas de la tarde próximo a las seis.
He sido muy feliz aquí, con tu recuerdo latente, de modo que marcharé triste y contento, por abandonar estas tierras y por volver a tus brazos.
Viajaré con premura, con la única esperanza del pronto reencuentro, los dolores de mi alma son ineludibles y permanecen sangrantes, causados por tu lejanía.
La bella joven consultó el reloj que reposaba sobre el aparador, faltaban veinte minutos para las ocho...
De inmediato se dispuso a preparase para el mágico encuentro.
De un salto alcanzó la vertical, para sumergirse en su guarda ropa, el tiempo la apremiaba y debía estar perfecta, la hermosa chica de grandes ojos verdes y delicada piel blanquecina no lograba decidir cual sería el mejor atuendo.
Fina, larga y lacia cabellera rubia, cubría buena parte de la desnudez de su espalda que culminaba en una espléndida figura.
Propicio para la ocasión, sería un vestido de fiesta verde, adornado con flores, acompasando las mismas tonalidades, con lazo blanco a la cintura.
Contaba con un elegante y alto cuello, ideal para su figura, con detalles en tul, arriba utilizaría una chaqueta de terciopelo adornado.
Largos guantes blancos, que morían a la altura del codo, sobre ellos usaría finos anillos de brillantes y broche de esmeralda.
El detalle final que delinearía su fresca hermosura incomparable, sería el sombrero, adornado por pequeñas plumas.
Los últimos retoques casi finalizaban, estaba sensacional.
Pensó que aquello más que un reencuentro sería un nuevo amanecer en aquella relación que por sí sola era capaz de fusionar tantos sentimientos insospechados.
Cuando hubo calzado sus zapatos puntiagudos y estrechos fue rumbo al aparador de los sombreros a seleccionar el apropiado.
Lo giró cuarenta grados sobre sus sienes y se detuvo frente al espejo...
Pero... Algo no estaba bien, con él.
La imagen que devolvía no era real, el rostro de Irma palideció, al ver la implacable realidad que atestiguaban sus ojos.
La hermosa cabellera rubia se había teñido de gris, su suave y delicado rostro había sido atacado por incipientes arrugas que argumentaban inequívocas el deterioro temporal.
Arrancó sus guantes para ver unas manos avejentadas y manchadas, volvió su mirada al cruel delator de vidrio enmarcado en roble, que le continuó mostrando el añejado espectáculo.
Pareció enloquecer y tomó la carta, desesperadamente comenzó a leer, volvió a posarse ante el espejo, ahora con el amarillento papel en sus manos.
Bajó la cabeza, deslizando una tenue sonrisa que acentuaron las arrugas.
Él llegará en noviembre, aquí lo dice, aún estamos en agosto, tengo algunos meses para recobrar mi belleza.
Irma avizoró esperanzas, su alma se reconfortó y se sintió feliz.
Volvió a reír, esta vez con estridencia y con su delicado vestido de fiesta volvió a dejarse caer sobre el mullido lecho, para leer otra carta de su amado, aguardando su noviembre.
Mes que nunca llegaría, tampoco volvería su belleza, como nunca más volvería a la vida el fallecido despertador, que había dejado de existir un día, cuando faltaban veinte minutos para las ocho.

Pablo Fagúndez.

jueves, 12 de febrero de 2009

Armonizado atardecer.

Acaso por el intenso calor agobiante que reinaba implacablemente, o por los densos nubarrones que lentamente venían agolpándose desde el este, presagiantes de tormenta, la tranquilidad y la paz en esta porción de la costa era única.
El sol con toda su magnificencia, sigiloso, desde lo alto hurgaba cuanto acontecía en la vasta zona.
Alcanzó a divisarla como si fuera un minúsculo punto, llegó a envidiar aquella figura, no era posible que solamente una persona disfrutara aquel marco tan esplendoroso.
Ahí estaba, reposando sobre una lona, acompañada por el sonido del mar y los rayos solares que caían sobre su piel.
Nada parecía capaz de quebrantar aquel místico entorno, el fresco de la brisa que comenzaba a generarse desde la costa, traía alivio a un cuerpo tostado.
Para comprometer aún más los sentidos, llegaban hasta ella los intensos y particulares aromas del mar.
Si era posible trasladar el paraíso hasta la tierra, ella lo había logrado, en aquel pequeño micro clima que comprometía la naturaleza con la belleza femenina, las obras mejor logradas por toda la creación, estaban pintadas sobre aquel lienzo, que se dibujaba amarillento desde lo alto.
No muy lejos de ella, como un susurro casi imperceptible se hizo oír.
Cuando la tarde estaba ya cargada con toda la hermosura que fuera capaz de contener, una apacible melodía comenzó a desprenderse de las cuerdas de una guitarra, el mar sin quererlo se hizo cómplice y amigo del reposado sonido que despedía el instrumento y al mezclarse generaban una melodiosa mixtura.
Ella entreabrió los ojos, logro divisar una figura masculina, sentada sobre la arena, sosteniendo su guitarra y observándola, detenidamente.
Entonces comenzó a cantar, intentando llamar la atención de la chica que sin gesticular su rostro, podía presentirse extasiada, aún con los aportes del misterioso trovador.
El enigmático musiquero que se había permitido corromper aquel marco natural era sabedor de que sus sonidos llegaban hasta la joven colmados de mensajes insinuantes, que cobraban vigor al amparo de la natural belleza, donde ningún alma puede mostrarse reticente al romanticismo.
Aquellas armoniosas y dulces canciones despertaban en ella sentimientos inenarrables y ocultos, habían atravesado todas las líneas de defensa, dejándola desnuda y desprotejida a merced del juglar, que no cesaba en sus esfuerzos por conquistar terreno.
El alto sol perdía fuerzas, se mostraba cansino, su tiempo de vida estaba extinguiéndose, había comenzado a decaer y luchaba por ganarle a la oscura noche que religiosamente, siempre llegaba a su cita.
Tras largas horas de música y canciones el cantante decidió arrimarse para admirar de cerca de la inspiradora que había atestiguado su repertorio.
Cuando estuvo próximo se inclinó, ella abrió los ojos, lo esperaba, lo presentía.
Su fibra más íntima, lo añoraba, lo deseaba.
El había llegado hasta un privilegiado lugar, con arte, regalando más que música, atravesando horizontes prohibidos, de los cuales no se lograba salir sin ver el rostro oculto de quien moraba aquellos insondables lugares.
El efímero ropaje que los cubría pasó a ser parte del arenoso suelo, calor sobre el calor, aquellos cuerpos que habían resistido el asedio solar, estaban ahora cautivos por otro fuego que se expandía internamente.
Aquella sed que había provocado la fusión de temperaturas, solo podía ser saciada en el fresco manantial del éxtasis amatorio.
Al cual se entregaron sin miramientos y echando por tierra cualquier consecuencia o prejuicio.
El sol se sumergía ya en las aguas tejiendo un manto dorado sobre la superficie acuática.
El rojizo cielo comenzaba a velar el día, sobre el suelo el sol ya no impactaba sus rayos, mas en la arena el calor habìa quedado impregnado.
Cuando la noche, el viento y la lluvia pasaran, se llevarían consigo las huellas de las dos figuras anexadas, que quedaran en la arena, siendo prueba tangible del alocado e impulsivo encuentro.

Pablo Fagúndez.

Los muertos vivos.

Escapados de aquellas atrapantes y terroríficas películas que nacieron a la vida a mediados de los ochenta, en la oscuridad de la noche y en las insondables calles de nuestra ciudad los muertos vivos andan dejando su huella, caminan el mundo sin caminarlo.
Fantasmagóricas visiones que perpetúan el miedo creciente, miradas perdidas, de personas que aparentemente dejaron de serlo.
Figuras flacas, pálidos rostros cadavéricos trotando las calles, automatizados movimientos, desgastados y sucios ropajes que vieron pasar su útil tiempo de vida.
¿Caminan o levitan?
Sus mentes están apresadas, cautivas por ese ser tan inmundo que una vez ellos decidieron que gobernara sus realidades.
El no los libera, se alimenta de todos ellos, gobierna sus mentes y va destruyendo sus cuerpos.
Va consumiendo sus anatomías y destrozando sus mundos.
Pierden su vida terrenal, dejan de tener nombre e historia, ya no son miembros de una familia, han perdido sus hijos, sus padres, sus hermanos.
Ya no tienen amigos, ni conocidos, nadie los escucha, nadie los ayuda, nadie los quiere.
Han muerto y siguen estando en este plano, anclados en esta realidad, física y sociológicamente se van consumiendo.
Esa lucha encarnizada que han liberado contra esa sociedad que los repudia deja en claro que no son más que almas sumidas en la oscuridad peleando contra si mismas.
Con dolor y respeto recuerdo cuando Gervasio llegó hasta mi casa.
Buscaba asesoramiento para la realización de un trabajo, él pintaba frentes de negocios.
Era pintor de letras, con los pinceles sabía plasmar su arte, era sumamente crítico con su trabajo, el cual estaba muy bien conceptuado.
Largamente discutíamos sobre los diferentes tipos de letras, cuales de ellas tenían una impronta más comercial y atrayente.
Hablamos sobre colores, cual podría contrastar y resaltar mejor, estas o aquellas letras, cual lograría imantar más a la gente.
A este respecto él no se ajustaba a cánones y prefería por sí solo, aventurarse a nuevas cosas, esas visiones innovadoras con la cuales sólo cuentan los creadores, los artistas.
Podíamos estar de acuerdo o diferir, pero nunca pude perder de vista en él, esa predisposición a lo novedoso, lo atrayente.
Lo lograba desde sus pinceles, podía ver su tarea finalizada, antes de abrir el bote de pintura, por eso los acabados eran magníficos, cada línea y cada curva eran veracidad innegable de los trabajos impecables, de los cuales sólo se alcanza el éxito absoluto cuando son hechos desde el sentimiento.
Los detalles de terminación, impecablemente definidos.
Cuando llegaba sabía que perdería toda la tarde con èl porque no quedaría conforme con lo primero que viera, necesitaba tener muchas opciones frente a sus ojos para poder decidirse, generalmente necesitaba fusionarlas para quedar medianamente satisfecho, la plenitud la alcanzaría una vez que sus pinceles dieran vida a la obra.
Yo lograba asistirlo desde mi ojo de diseñador, es más fácil ver resultados sobre el monitor y modificarlos sobre la marcha, la letra, el color, las mezclas , las texturas.
Pero todo eso llevado al muro era diferente, ahí no había opción de corregir, una vez que el pincel comenzaba a abrir brecha ya no había vuelta atrás, entonces cuando el sublime momento de la estampada llegara, las culminaciones ya debían haber atravesado su mente.
Con el devenir del tiempo el amor llegó hasta él, sin quererlo y desconociéndolo cayó rendido a sus brazos, ávido por conocer nuevas sensaciones se dejó cautivar y conoció una nueva forma de sentir la vida.
Se enamoró perdidamente, amó a aquella mujer tanto, tanto que generó nuevas transformaciones en él, aquel sentimiento tan puro, tan enriquecedor logró despertar inspiración en él.
No mucho tiempo después la vida le regaló una hija, una preciosa muñequita para terminar de cerrar el círculo de nuevos sentimientos que arribaban a su vida, a la cual también amó.
Su vida era ideal, cargada de amor, de afectos y de trabajo.
Nos perdimos de vista por un tiempo, un largo período hasta que un día volví a saber de él.
Para ese entonces y desgraciadamente había otras prioridades en su vida, aquel mundo mágico que había levantado y el cual lo colmó de orgullo, ya no reinaba en su existir, por el contrario, en poco tiempo se había desmoronado.
La próxima vez que lo vi, lo hallé sentado sobre el cordón de la vereda, con su mirada perdida y una angustia creciente, un notorio desmejoramiento físico, temblores, sequedad en la boca y una palidez mortuoria, pronunciadas ojeras, maximizando de sobre manera el tamaño de sus cuencas oculares.
Su voz llegó hasta mis oídos como clamor de ultratumba, carente de vigor, de contenido, de cuerpo.
Miràndome sin verme, me dijo:
Nadie me cree que quiero salir, pero yo amo a mi hija y voy a salir por ella...
No se si me conoció, o si me habló sólo por que reconoció que una persona se acercaba.
Cuando pasó esto, estaba ya separado de su esposa, le habían prohibido ver a su hija, para ese entonces ya había vendido buena parte de las pertenencias que junto a su esposa les había demandado tanto esfuerzo conseguir.
Nunca supe a ciencia cierta que día murió Gervacio, tampoco nadie me avisó, solo sé que aún es posible verlo, en la perpetua y nocturna oscuridad, trotando las calles como alma en pena, es un eslabón más de la horda de muertos vivos que día a día increíblemente consigue nuevos adeptos.

Pablo Fagúndez.