jueves, 12 de febrero de 2009

Los muertos vivos.

Escapados de aquellas atrapantes y terroríficas películas que nacieron a la vida a mediados de los ochenta, en la oscuridad de la noche y en las insondables calles de nuestra ciudad los muertos vivos andan dejando su huella, caminan el mundo sin caminarlo.
Fantasmagóricas visiones que perpetúan el miedo creciente, miradas perdidas, de personas que aparentemente dejaron de serlo.
Figuras flacas, pálidos rostros cadavéricos trotando las calles, automatizados movimientos, desgastados y sucios ropajes que vieron pasar su útil tiempo de vida.
¿Caminan o levitan?
Sus mentes están apresadas, cautivas por ese ser tan inmundo que una vez ellos decidieron que gobernara sus realidades.
El no los libera, se alimenta de todos ellos, gobierna sus mentes y va destruyendo sus cuerpos.
Va consumiendo sus anatomías y destrozando sus mundos.
Pierden su vida terrenal, dejan de tener nombre e historia, ya no son miembros de una familia, han perdido sus hijos, sus padres, sus hermanos.
Ya no tienen amigos, ni conocidos, nadie los escucha, nadie los ayuda, nadie los quiere.
Han muerto y siguen estando en este plano, anclados en esta realidad, física y sociológicamente se van consumiendo.
Esa lucha encarnizada que han liberado contra esa sociedad que los repudia deja en claro que no son más que almas sumidas en la oscuridad peleando contra si mismas.
Con dolor y respeto recuerdo cuando Gervasio llegó hasta mi casa.
Buscaba asesoramiento para la realización de un trabajo, él pintaba frentes de negocios.
Era pintor de letras, con los pinceles sabía plasmar su arte, era sumamente crítico con su trabajo, el cual estaba muy bien conceptuado.
Largamente discutíamos sobre los diferentes tipos de letras, cuales de ellas tenían una impronta más comercial y atrayente.
Hablamos sobre colores, cual podría contrastar y resaltar mejor, estas o aquellas letras, cual lograría imantar más a la gente.
A este respecto él no se ajustaba a cánones y prefería por sí solo, aventurarse a nuevas cosas, esas visiones innovadoras con la cuales sólo cuentan los creadores, los artistas.
Podíamos estar de acuerdo o diferir, pero nunca pude perder de vista en él, esa predisposición a lo novedoso, lo atrayente.
Lo lograba desde sus pinceles, podía ver su tarea finalizada, antes de abrir el bote de pintura, por eso los acabados eran magníficos, cada línea y cada curva eran veracidad innegable de los trabajos impecables, de los cuales sólo se alcanza el éxito absoluto cuando son hechos desde el sentimiento.
Los detalles de terminación, impecablemente definidos.
Cuando llegaba sabía que perdería toda la tarde con èl porque no quedaría conforme con lo primero que viera, necesitaba tener muchas opciones frente a sus ojos para poder decidirse, generalmente necesitaba fusionarlas para quedar medianamente satisfecho, la plenitud la alcanzaría una vez que sus pinceles dieran vida a la obra.
Yo lograba asistirlo desde mi ojo de diseñador, es más fácil ver resultados sobre el monitor y modificarlos sobre la marcha, la letra, el color, las mezclas , las texturas.
Pero todo eso llevado al muro era diferente, ahí no había opción de corregir, una vez que el pincel comenzaba a abrir brecha ya no había vuelta atrás, entonces cuando el sublime momento de la estampada llegara, las culminaciones ya debían haber atravesado su mente.
Con el devenir del tiempo el amor llegó hasta él, sin quererlo y desconociéndolo cayó rendido a sus brazos, ávido por conocer nuevas sensaciones se dejó cautivar y conoció una nueva forma de sentir la vida.
Se enamoró perdidamente, amó a aquella mujer tanto, tanto que generó nuevas transformaciones en él, aquel sentimiento tan puro, tan enriquecedor logró despertar inspiración en él.
No mucho tiempo después la vida le regaló una hija, una preciosa muñequita para terminar de cerrar el círculo de nuevos sentimientos que arribaban a su vida, a la cual también amó.
Su vida era ideal, cargada de amor, de afectos y de trabajo.
Nos perdimos de vista por un tiempo, un largo período hasta que un día volví a saber de él.
Para ese entonces y desgraciadamente había otras prioridades en su vida, aquel mundo mágico que había levantado y el cual lo colmó de orgullo, ya no reinaba en su existir, por el contrario, en poco tiempo se había desmoronado.
La próxima vez que lo vi, lo hallé sentado sobre el cordón de la vereda, con su mirada perdida y una angustia creciente, un notorio desmejoramiento físico, temblores, sequedad en la boca y una palidez mortuoria, pronunciadas ojeras, maximizando de sobre manera el tamaño de sus cuencas oculares.
Su voz llegó hasta mis oídos como clamor de ultratumba, carente de vigor, de contenido, de cuerpo.
Miràndome sin verme, me dijo:
Nadie me cree que quiero salir, pero yo amo a mi hija y voy a salir por ella...
No se si me conoció, o si me habló sólo por que reconoció que una persona se acercaba.
Cuando pasó esto, estaba ya separado de su esposa, le habían prohibido ver a su hija, para ese entonces ya había vendido buena parte de las pertenencias que junto a su esposa les había demandado tanto esfuerzo conseguir.
Nunca supe a ciencia cierta que día murió Gervacio, tampoco nadie me avisó, solo sé que aún es posible verlo, en la perpetua y nocturna oscuridad, trotando las calles como alma en pena, es un eslabón más de la horda de muertos vivos que día a día increíblemente consigue nuevos adeptos.

Pablo Fagúndez.

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