Entonces
se desnudó para mi, me contó que había amado y sufrido, dijo que lo hizo con
creciente intensidad, sin reparos ni medidas y con
alocado delirio.
Cuando le
pedí que se vistiese ya no existían prendas para cubrir su desnudez.
Me desperté
y ahí estaba, con cada palabra aun retumbando en mis oídos, de una historia que
había hecho amanecer y que me halló
inspirado con la primera luz.
Me dejo
una carta que decía:
Esta
historia que te regalé ya es tuya, tratala bien, querela, mirala con ojos de
alocado soñador, como yo la viví.
Compartila,
enseñala, cargala de emotividad con tu impronta, que se conozca, merece ser
contada. No escatimes ni una lagrima, ni una carcajada, en definitiva, así esta
entramado el camino de la felicidad. Jamás aprendí a poner a resguardo mi corazón
y eso me paso factura.
transmitila
desde mi piel, desde mis pensamientos, hacete cautivo de mis sentimientos para
narrarla, no dejes librada la interpretación, la confesión que lograste arrancarme supo justificarse por todos mis
sentidos.
Perdoná las lágrimas, a caso sea tu pago por haberme
hecho viajar al pasado, lo haría mil veces y lo volvería a vivir, con la misma
intensidad, con la misma fuerza, poniendo todo mi corazón y toda mi alma.
De esa
manera ama una mujer.
Me dijo
que abrazó la cordura, solo cuando ya no pudo más, soportar el peso de la
locura y cuando la noche, la más oscura y penetrante se convirtió en su
contenedora.
Se acercó
hasta mí, tomó mis mejillas, me dio un beso tibio en la frente y se marchó.
Me dejó el
recuerdo de sus pupilas mirándome tras los húmedos vidrios, aquellos ojos que
me suplicaban que hiciese justicia con la terrible historia que me arrojó, me
pedía auxilio desesperado, que fuese yo quien inclinara la balanza a su favor.
En el aire
quedó una fragancia de azahares, un boleto arrugado sobre la mesa de luz y un cenicero
desbordado de colillas que habían visto consumirse la noche, hasta el alba.
Se fue
abandonándome a mi suerte, con un sinfín de interrogantes, con más dudas que
certezas y con la tarea a cuestas de documentar sus vivencias.
Nunca más
la volví a ver, ya ni la recuerdo, tampoco su nombre, pero cada vez que llega
hasta mi ese perfume de azahares vuelvo a revivir aquella noche y es entonces
que logro vivenciar su relato.