lunes, 30 de marzo de 2009

Fútbol, pasión y fe.

Cuando Osvaldo Ruiz fue nombrado técnico de la selección, el grueso de la parcialidad celeste rebosaba de alegría y aprobación. El joven elemento directriz había realizado una más que destacada actuación en el extranjero y su exitoso trabajo por cierto, venía de la mano de los resultados deportivos.
Sus equipos, ganaban, gustaban y divertían, arrancaban aplausos y colmaban las parcialidades.
Pero como muchas veces el destino es esquivo a las realizaciones personales, cuando quiso lograr el mismo resultado en su seleccionado nacional, la realidad le era esquiva.
Sin la claridad de la cual hacían brillo los equipos de Osvaldo, fue perdiendo oportunidades de clasificar, hasta que llegó a su última parada, el partido definitorio.
En él se jugaba todo o nada, incluso su permanencia frente al primer equipo celeste.
La opinión pública para ese entonces se mostraba dividida en cuanto a opinión. Muchos sostenían que su trabajo como entrenador celeste había fracasado y debía dejar el cargo.
Otros por el contrario desbordaban en cuota de optimismo y estaban plenamente convencidos que al final del camino se suscitaría ese cambio de rumbo que llevara a nuestro equipo a la victoria.
Lo cierto era que Osvaldo había perdido el tino del timón, estaba inmerso en la desesperanza y lo peor que había perdido la fe en él y en sus dirigidos.
Los goles, los que mandaban en el fútbol, no llegaban. Parecía que las pelotas no querían entrar en las porterías como si un ensombrecido manto cubriera todo lo relacionado al seleccionado.
En un campeonato extenso, el entrenador había probado un sinfín de delanteros. A pesar de estar pasando por buenos momentos ninguno colmaba las expectativas, aquello parecía un embrujo.
Tanto tiempo repiqueteó esta idea en los pensamientos de Osvaldo, que finalmente se decidió a consultar a una vidente, en la más absoluta de las reservas.
La mujer que tenía el mágico don de ver el futuro, no era una "brujita" nueva, ni recién llegada.
Era una, plenamente consolidada y muy respetada dentro de su comunidad pues sus premoniciones en más de un noventa por ciento de los casos, eran certeras.
Breve y terminante fue la visión de la previsora mujer, quien con sus palabras devolvió la esperanza al desilusionado entrenador, que sentía sobre sus espaldas la presión de ganar ese último enfrentamiento, como yunque.
-"Tito" Acosta... Marcará un gol en ese partido final.
Fue la frase que se desprendió de los labios de la anciana mujer, como balbuceo, mientras permanecía en estado de vigilia.
Alberto "Tito" Costa, era un delantero uruguayo que había sabido llevarse muy bien con la pelota y en todas las redes estampaba su marca. Pero hacía más de dos años que no tenía equipo, su preparación no era la mejor para definir un partido de esta naturaleza, bajo el marco de alta competición deportiva, igualmente fue convocado por el técnico para sumarse a filas celestes.
Osvaldo abrazaba aquella esperanza y no iba a permanecer de brazos cruzados sin intentarlo.
El especializado núcleo de periodistas deportivos dispararon duramente contra el entrenador, con motivos más que elocuentes.
Era imposible que un goleador que hacía más de dos años que no participaba en eventos de esta naturaleza diera resultados, a un combinado con un presente deficitario.
El gran día llegó.
Las cuatro tribunas del estadio rugían a rabiar cuando la camiseta celeste hizo su ingreso por el verde césped, el majestuoso gigante de cemento pareció temblar, el pueblo entero daba recibimiento a su equipo que saludaba, brazos en alto en el centro de la cancha.
Equipo que estaba en deuda con su gente, pero el hincha celeste renovaba esperanzas a cada partido, a pesar del debe, se engendraba la comunión, la fe se recargaba, la gente esperaba a su equipo victorioso.
Como si lo persiguieran desde atrás dando latigazos, el tiempo corría veloz, presuroso, implacablemente.
No llegaba el gol, para un equipo que no tenía más esperanzas que ganar o ganar.
Se consumió el primer tiempo, pasó el descanso y los actores volvieron a escena.
El técnico no había perdido esperanzas, " Tito" tenía ganas, estaba entonado, marchaba sobre la cancha con paso victorioso, se mostraba como león aguardando el momento indicado para dar el golpe de suerte.
Faltaba muy poco para que expirara el tiempo reglamentario, cuando un envío cruzado desde la izquierda colapsó contra el pecho de "Tito" Acosta, la pelota pareció paralizarse en el aire una fracción de segundo.
El estadio se paró, cuando el balón comenzó el descenso esperando el latigazo del veterano jugador, el furibundo disparo, cargado de expectación se estrelló contra el palo izquierdo.
El hincha no podía creerlo, el grito fue generalizado, se tomaban las cabezas.
El juego colectivo del equipo había sido bastante mediocre, Tito estaba exhausto, los balones no le llegaban, tenía que retroceder a buscarlos y las corridas eran abrumadoras.
Dos minutos y la historia estaría cerrada, Osvaldo esperaba junto a la línea de cal, en silencio, atrapado por el nerviosismo generalizado que contagiaba la tribuna.
"Tito" retrocedió para iniciar una de las últimas jugadas de su equipo, estaba abandonado su área cuando vio venir como bólido un marcador enemigo rumbo a él.
Por unos instantes se sintió inseguro, temió perder la pelota en su zona defensiva, estaba muy cansado...
Entonces sin volver la vista, prefirió apoyarse en su arquero.
Tal vez no midió la potencia, o no le entró bien a ese balón.
El desesperado intento del portero par a evitar el gol en su propia puerta fue inútil, a pesar de que se estirara sobre el césped cuan largo era.
Todos los ojos del estadio, incluyendo los de Osvaldo vieron la pelota, casi en cámara lenta ingresar contra el palo derecho.

Pablo Fagúndez



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