viernes, 3 de abril de 2009

ALADA LIBERTAD.

En un castillo muy lejano, hace muchos muchos años vivía una princesa,
Joven y hermosa, sumamente atractiva, con un espíritu aniñado y ávido de libertad.
Su condición de princesa la mantenía a las sombras del encierro de los altos muros.
Jamás bajo ningún concepto podía salir de allí y menos conocer el ámbito pueblerino ni sus alrededores.
Largamente anhelaba tomar su caballo más veloz y hacerse libre sobre sus ancas, romper aquellas cadenas que la mantenían cautiva.
No existía noche que no la sorprendiera al amparo de su pena y apresada por la angustia, era recurrente en ella pasar semanas enteras en su cuarto, sin querer ver, ni hablar con nadie.
La desolación y la tristeza reinaba en una vida tan corta y a pesar de resistir cada nuevo día que despertaba en su ventana estaba ya doblegando su capacidad, su resistencia.
Pensamientos sombríos atacaban su alma, ideas morbosas se apoderaban de su mente, buscaba una liberación.
Los numerosos intentos que había ensayado habían fracasado o las eventualidades los habían truncado.
El Rey, su padre, no tenía dos opiniones al respecto, la realeza debía tomar su privilegiado lugar y no andar mostrándose en público compartiendo la ciudad de la gente común.
Esta situación tan tensa había generado asperezas en la relación padre e hija y ocasionado alejamientos, el diálogo entre ambos era casi nulo.
Hasta los mensajes meramente protocolares eran tratados por emisarios del Rey y no personalmente como solía ser.
-"Debe asumir y respetar su condición de princesa y obrar en consecuencia", fueron prácticamente las últimas palabras de su padre, harto de los intentos de evasión de la joven.
Si estos incidentes reales llegaban a traspasar los muros al exterior, sería una vergüenza.
El Rey no quería exponerse a la humillación generalizada.
Dos guardias de la entera confianza real habían sido apostados en los pasillos que daban acceso al dormitorio de la princesa.
Los uniformados se habían convertido en la sombra de la niña mujer que ya había perdido hasta los derechos de caminar libremente por el interior de la impresionante edificación.
Tanto era el descontento del Rey que hasta había pensado en romper una tradición anual del Reino en la cual se ofrecía una gran fiesta de disfraces, a la que eran partícipes todos los nobles del Reino y los adyacentes.
Cuando el miembro encargado de las relaciones comerciales previno al Rey que era sumamente necesaria la fiesta anual para los vínculos, el soberano modificó su postura.
La fiesta se realizaría como todos los años, pero con atento cuidado en el accionar de la muchacha, pues sería el momento propicio para intentar una vez más escapar.
Todas o casi todas las miradas estarían fijas en la princesa, que por supuesto intentaría escabullirse por el primer rincón que pudiese.
La princesa decidió escapar esa misma noche, en medio de la fiesta, cuando los acordes musicales alegraran la madrugada y el baile hubiera seducido a los invitados.
Entonces sería el momento propicio para echan a andar su alocada aventura de fuga.
Desatendería una vez más los designios de su padre, pero esta vez, en medio de todos, ante la mirada de toda la concurrencia, se iría para siempre de aquella cárcel de piedra.
Pero sabía que no tenía chance de irse, no sin ser vista, fríamente decidió que para poder escaparse debía abandonar su cuerpo, sólo así burlaría a sus perseguidores.
El día llegó, lo que comenzó siendo una demencial idea, era un propósito concreto,
Cuando la noche era alta y la melodiosa armonía musical lograba liberar el espíritu danzante de la concurrencia, en el exterior, se vio en medio de la oscuridad el cuerpo de una hermosa joven, cubierta por blancas vestiduras, lanzarse al vacío desde lo alto de la última torre.
Descendía fugazmente, como pájaro herido, como alma desolada habitando el cuerpo de un ave sin alas, ansiando libertad.
La hermosa luna pareció volverse para no ser un testigo más de la tragedia, en el momento del impacto, todos cuantos estaban en tierra aún cautivos por la envolvente música, rompieron en grito desgarrador y generalizado.
Dejaron de lado los acordes y los disfraces, la sangre había enlutado el festejo.
La luz solar llegó hasta ella y despertó, miró su entorno reconociendo el interior de su habitación, se sintió rara, diferente, distinta.
Una apacible voz le habló y volvió la vista a la ventana. Era un hombre de muy delicadas facciones y cuerpo rozando la perfección, con una mirada cálida y contenedora.
De sus espaldas se desprendían un par de hermosas y grandes alas.
El ser resplandecía ante la luz solar.
-
Princesa, una vez más has desobedecido a tu padre.
- ¿Porqué sigo entre estos muros? Apresada.
- No son los humanos los que deciden cuando irse y volver. Debes quedarte aquí encerrada hasta que se decida que hacer contigo.
- No quiero estar acá, es injusto, yo decidí marcharme, por eso salté.
- No es a mi a quien debes darle explicaciones, ahora debo marcharme.
- No, explícame porque mi vida tuvo que ser un encierro. ¿Qué mal hice?

El ser alado se detuvo a pensar por un momento, luego marchó hacia la ventana y extendió sus alas, antes de iniciar el vuelo...
- Sígueme princesa, toma mi mano, te mostraré lo que quieres ver.
Ambos emprendieron el vuelo, bajo el cielo celeste, carente de nubes, nada para ella era diferente, todo se veía igual, solo que ahora si estaba volando.
Verdes prados se presentaron ante sus ojos y alcanzó a divisar una pequeña vivienda en madera, muy humilde y a las afueras, un anciano reposando sobre una mecedora, con ropajes raídos y sombrero de paja sobre su testa, descalzo.
- ¿Quién es? Preguntó la princesa.

Sabiéndolo un campesino común y añoso.
- Eres tú princesa, en tu historia anterior.
- Era pobre, pero libre, en mi vida pasada... Era libre.
- Tú si, pero... No necesitas mis alas, baja y entra en la posada, ahí están tus respuestas.
La princesa bajó suspendida en los aires, al ingresar a la precaria vivienda observó que en su interior no había sillas, ni mesas, ni camas...
Sólo pájaros, cientos de ellos, miles. Hermosos y coloridos, con diversos plumajes.
Las entristecidas aves parecieron observar el paso de la muchacha entre los barrotes de grueso alambre que conformaban la integridad, de las numerosas jaulas que los contenían.


Pablo Fagúndez.

4 comentarios:

  1. Como se suele decir, “lo que se da vuelve” o “Cosecharás tu siembra” …pero… no será demasiado para una simple princesa pagar sus deudas de vidas pasadas??? :´( …que tristeza… aún así hermosamente narrada…

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  2. Compenetrada en la lectura, avanzando estrepitosamente renglón por renglón hacia el final esperado!, pero...que hizo el autor? Nuevamente demostró con su arte la capacidad de crear un desenlace que, estructuralmente ensambla de manera perfecta en el relato, haciéndolo único.

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  3. impecablemene relatado con un final....para nada esperado...Fagùndez usted sabe como mantener la atencion de un lector lo felicito y le deseo exitos

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  4. CADA VEZ QUE NECESITO LEERTE ENCUENTRO EL CUENTO CORRECTO PARA MIS DIAS , REALMENTE ADM ME ATRAPAS CON CADA PALABRA , CON CADA RENGLON QUE LEO Y ME HACES PENSAR MUCHO . TE FELICITO , REALMENTE TE FELICITO POR TU ARTE , POR ESCRIBIR CON TANTO SENTIMIENTO CADA UNO DE TUS CUENTOS .GABY

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