miércoles, 5 de mayo de 2010

SOLEDAD

El viejo Anselmo vivía solo y aunque no era lo que él había elegido, tuvo que acostumbrarse a los avatares del destino.
Había enviudado hacía ya unos largos años, sus hijos habían emigrado y hecho nido muy lejos de allí.
El veterano de rostro cansino y arrugado, de prominente barba blanca y cabello gris y descuidado veía pendular su vida entre la mañana y la noche sin mucho por hacer.
Atendía su pequeña quinta, alimentaba un manojo de gallinas, fumaba en pipa a la caída del sol y tomaba mate, mucho mate.
Cuando el calor agobiaba en aquellas tardecitas de Enero, sacaba una reposera al portal de su humilde rancho, se desprendía los dos primeros botones de su camisa y se resguardaba bajo el alero.
Vivía cercano a la ruta y cada tanto en esas tardes de hermética soledad veía pasar algún auto, acaso no fuera un descomunal acontecimiento, pero era el contacto que Anselmo tenía con la vida social, aquella realidad más humanizada que sus gallinas.
Claro que para un añoso de aquellas características, con tantas historias de vida, vividas y vistas existían bastantes recuerdos para hurgar en la memoria y matar el tiempo evocando pasados.
La proximidad con los vecinos no era distante, aún así él era un hombre de poco diálogo y relacionamiento casi nulo.
- Más vale solo... – decía y en esas llevaba su presente sin demasiados sobresaltos.
Una de esas tardes cuando el sol ya amenazaba para marcharse desde lo lejos vio arrimarse un perro, afinó la vista para no perder detalle y le pudo observar sin dificultad, el animal venía rumbo a él.
El pobre perro era un costal de huesos, flaco y descarnado. Blanco con manchas negras, o negro con manchas blancas, ambas descripciones lo definían fidedignamente.
Orejas erguidas, patas con manchas, blanca corbata, hocico afinado y largo, ojos tristes, inquietos y penetrantes. Evidenciaba unas cuantas primaveras.
Se sentó a pocos metros a esperar la reacción del dueño de casa que pipa en mano, no dejaba de observarle.
El viejo se paró, tan a prisa como su físico se lo permitió, tomó un cuchillo de su cintura y se acercó al animal. Alertó al perro, el filo de aquel cuchillo que se arrimaba a él.
Anselmo cortó la soga que rodeaba el cuello del recién llegado, liberándolo.
Después lo alimentó con sobrantes del almuerzo y leche. Aquel visitante si que estaba hambriento, logró sacar brillo en el fondo del metálico cuenco.
Y en el piso, sobre la tierra cuando la noche se hizo grande el viejo prendió unos leños y sobre una parrilla casera colocó unas tiras de asado. Ambos comieron.
Después de la cena, el animal que aún no había otorgado confianza se aproximó hasta Anselmo e inclinó la cabeza esperando que el viejo deslizara la mano sobre ella.
Aquella comunión que parecía dar inicio a una nueva amistad se había consumado.
La felicidad de los dos era evidente, la cola del perro viajaba en vaivén de un lado a otro como si tuviera vida propia.
- Rabito, así te voy a llamar.
Y así fue, aquel bautismo atestiguado por la luz lunar. Al rato Rabito, el perro que había sido recibido con honores de rey se marchó, tal y como vino desapareció entre las sombras.
A la mañana siguiente regresó, ya con otra actitud, moviendo la cola desde lo lejos y al caer la noche, como una Cenicienta con el tiempo finito, una vez más se marchó.
Después de esa noche, estuvo un par de días sin regresar Anselmo ya no le esperaba y finalmente al caer la tarde apareció, estuvo con su amigo comió y bebió y nuevamente cuando devino el tiempo noctámbulo, como en religiosa procesión se marchó.
- Ni los perros son como los antes- Pensó el viejo triste y deprimido, pues la soledad en horas de la noche era cuando más lo cautivaba.
- Antes eran fieles a sus amos, bastaba con alimentarlos y palmearles la cabeza.
A los dos días cuando Rabito volvió decidió que esa noche lo seguiría, sin que el animal se diera cuenta y así aconteció. Compartieron el día y la tarde y cuando la oscuridad reinó y el perro inició la marcha, Anselmo sigilosamente como ladrón escondido comenzó la caminata tras la ruta de Rabito.
Aquel perro descarnado viejo y solo que había llegado hasta Anselmo, acaso por saberlo en iguales condiciones, con mucho tiempo para matar y un gran pasado para añorar,
pernoctaba durante las largas noches de soledad, a la sombra de la tumba de su verdadero amo, lejos de Anselmo, en el cementerio.

2 comentarios:

  1. Que liiiindo!!! Volviste!!! Como perro fiel al pie de su blog… :D Extrañaba mucho leerte… Como siempre, fabuloso!!!
    Besitos

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  2. HERMOSA HITORIA ADM ,ME ENCANTOOOOOOOOOOOOOOOO!!!!!!

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