martes, 19 de enero de 2016

Una mañana cualquiera de Enero de 2016, en mi Montevideo.

En esos días que te acompaña la soledad, el termo y el mate los sentidos parecen estar más alertas.
Playa, aún no hay demasiada temperatura,  parado desde donde yo estoy puedo contar unas treinta personas, entre los que deambulan y los que reposan sobre la arena.
El aroma que viene del mar y a esa hora en particular es sumamente especial, al menos para mí, y sé que un par de horas más tarde ya no se percibe, por eso me gusta llegar justo en ese momento, apenas pasaron unos quince minutos de las ocho.
Apacible se ve el manso oleaje, humeantes mates conforman la escenografía playera, no podemos divorciarnos de ellos, vienen insertos en nuestra piel.
A lo lejos, logré verla… Una chica cualquiera, tirada en la arena leyendo, un libro bastante generoso, de plateada portada, se dibujaba un rostro a lo lejos.
A ella no le importaba el lugar donde estaba, es decir podría estar en una plaza, en un parque, en su dormitorio, o tirada en un sillón, lo que primaba era lo que se desprendía de aquellas páginas.
Mientras la gente caminaba, trotaba, algunos escribían desde sus celulares, ella estaba ahí, como suspendida en el tiempo sin que nada lograra atraerla.
Era como un desesperado grito revolucionario en medio de un mundo tecnológico, sin razón, ni sentido, ni destino. Observarla era viajar al pasado con los pies en el presente.
Era la realidad declarada, opositora militante a un mundo vacío, heredera de las viejas costumbres.
La mañana se hizo grande y seguía ahí imantada por aquel relato.
Vaya hermosa manera de aprovechar el día, pensé… Vaya hermosa manera de aprovechar el día, pensé… Mientras le daba cuarto giro a la bombilla.



No hay comentarios:

Publicar un comentario