En esos días que te acompaña la soledad, el termo y el mate
los sentidos parecen estar más alertas.
Playa, aún no hay demasiada temperatura, parado desde donde yo estoy puedo contar unas
treinta personas, entre los que deambulan y los que reposan sobre la arena.
El aroma que viene del mar y a esa hora en particular es
sumamente especial, al menos para mí, y sé que un par de horas más tarde ya no
se percibe, por eso me gusta llegar justo en ese momento, apenas pasaron unos quince
minutos de las ocho.
Apacible se ve el manso oleaje, humeantes mates conforman la
escenografía playera, no podemos divorciarnos de ellos, vienen insertos en
nuestra piel.
A lo lejos, logré verla… Una chica cualquiera, tirada en la
arena leyendo, un libro bastante generoso, de plateada portada, se dibujaba un
rostro a lo lejos.
A ella no le importaba el lugar donde estaba, es decir
podría estar en una plaza, en un parque, en su dormitorio, o tirada en un
sillón, lo que primaba era lo que se desprendía de aquellas páginas.
Mientras la gente caminaba, trotaba, algunos escribían desde
sus celulares, ella estaba ahí, como suspendida en el tiempo sin que nada
lograra atraerla.
Era como un desesperado grito revolucionario en medio de un
mundo tecnológico, sin razón, ni sentido, ni destino. Observarla era viajar al
pasado con los pies en el presente.
Era la realidad declarada, opositora militante a un mundo
vacío, heredera de las viejas costumbres.
La mañana se hizo grande y seguía ahí imantada por aquel
relato.
Vaya hermosa manera de aprovechar el día, pensé… Vaya
hermosa manera de aprovechar el día, pensé… Mientras le daba cuarto giro a la bombilla.
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