lunes, 10 de agosto de 2009

EL PARQUE DE LOS ROSALES.

Él rubio, con ojos claros y una límpida mirada, con mejillas rozagantes, aparejadas a dos grandes manzanas, de las jugosas, esas que se tornan irresistibles al tacto.
Ella, morocha blanca, grandes ojos color café, cejas y pestañas bien definidas, de hermosa y larga cabellera negra,.
Lacia, en ocasiones trenzada para evitar los indeseables bichitos, que su madre combatía sin descanso.
Habían cruzado un par de veces la mirada, solo ese contacto, el único. Aún así el solo hecho de acariciarse las miradas, desprendía sonrisas en ellos convirtiéndolo en miradas cómplices, de dos pequeños que permanecían alejados.
El parque de los rosales estaba muy cercano a la escuela, apenas tres cuadras, al sur. Era este el lugar dónde los niños soltaban la alegría que habían contenido dentro de las aulas.
Era el punto del encuentro a la hora de finalizar la jornada. Adornadas con juegos que hacían el divertimento de los pequeños, espacioso y verde, cargado de árboles que rebozaban sus copas de pájaros, amenizando la estadía.
Jugaban, saltaban, reían, corrían, era el premio después de la tarea diaria y eran ellos privilegiados al tener aquel hermoso espacio que los mancomunaba con la naturaleza.
También distendía a los acompañantes de los pequeños, mateando, charlando, o simplemente compartiendo un paseo.
El árbol más grande, el más frondoso y de grueso tronco se erguía impresionante a los ojos de los niños a escasos metros de la jaula de los monos, que no era otra cosa que fierros soldados cual cubos donde los niños trepaban, agilizando sus dotes de primates. Los más atrevidos lograban llegar a la cima.
La parte trasera del enorme gigante natural contenía un hueco, muy profundo, hacía las veces de escondite a la hora de los juegos, pues solo los pequeños podían acceder en él.
Una de esas tardes cuando la primavera comienza a abrir sus ojos y a llenar de vida el entorno natural, luego del letargo invernal, volvió a tomar vida el hermoso parque.
Él notó que ella lo miraba y comenzó a caminar rodeando la plaza, a los instantes volvía a verla y lograba ver la mirada de la pequeña, entonces se escondió en el interior del hueco y allí permaneció un buen rato.
Hurgó en su bolsillo hasta encontrar una navaja que utilizaba para pelar manzanas y decididamente escribió en aquel tronco... " Me gustas mucho..."
Como para sensibilizar aún más las miradas adultas y que no quedaran dudas que la frase tan cargada de afecto había salido de una manito muy pequeña, tenía faltas de ortografía.
Abandonó el árbol mirando hacia donde unos instantes se encontraba la pequeña... Pero ya no estaba. Rodeó todo el parque, buscándola, pero se había ido y decidió regresar.
A los pocos días el chico volvió, la tarde estaba gris, el parque desolado y como esperando respuesta a aquel mensaje lanzado al vacío, se internó en el árbol y bajo su escritura encontró otra como respuesta... " Y tú también".
La vergüenza que invadió su cuerpo fue tal, que decidió evitar intercambiar miradas, al menos hasta que el terror lo abandonara.
Sobrevinieron las estaciones, pasaron los días, los meses, los años, pasó la vida...
Hasta que una tarde cargada con aroma a primavera recién amanecida, él volvió, regresó con su espíritu cargado con bagajes de lindos recuerdos.
Se había aventurado a volver al árbol del mensaje, cuando observó el interior pudo ver el mensaje y la respuesta, aún permanecían impresos a pesar del paso del tiempo.
Aún recuerdo el dolor que me causó tu escritura al abrir mi corteza.
Resonó una voz como de ultratumba. Es el árbol pensó... Me está hablando.
¿Puede ser qué me esté hablando a mí?
- El paso del tiempo y las historias que he presenciado a la sobra de mis frondosas ramas, me han humanizado.
Si, soy yo quien te habla.
Sin buscarle demasiada explicación a lo sucedido, presuroso se animó a preguntar...
- ¿Ella ha venido?
- Todas las primaveras, sin faltar, ha venido y ha entonado hermosas canciones de niños bajo mi copa... Esperándote.
- ¿Vendrá?
- Siempre vuelve.
- ¿Pero como podré reconocerla ahora?
- Podrás reconocerla cuando se acerque, porque la has conocido con tus ojos más puros.
No alcanzaba a caer la tarde cuando el árbol vio desprenderse hacia lo alto dos fugaces estelas de luz, que giraban una entorno a la otra, parecían danzar mientras cobraban altura...
El viejo y cansino añoso de madera pareció sonreírse bajo el último destello de sol primaveral mientras pensaba...
Valió la pena, tanto tiempo de espera...

2 comentarios:

  1. Hermoso final, hermoso relato, hermoso encuentro… hermoosoo…!!! y como si fuera poco decir, además de todo, tieeerno…
    Besitos

    ResponderEliminar
  2. Se describen dos personas de belleza poco común, física y espiritualmente que se traslada en el tiempo y sobrevive a él, con una historia que pocas veces comparte el final que soñamos. Donde los sentimientos abruman, tanto...que aqui interviene la naturaleza. Ese título me habla de ello y ubica delante de mí un tercer alma que tambien tiene vida y quizás mucho corazón, porque sintió tanto como nosotros, por su contextura pasaron y quedaron impregnadas historias pasadas, alguien pensó en él? Yo creo que sí, lo hizo el autor, pero dejo librada a nuestra imaginación su intervención, para que no sólo nos fijemos en el final del relato,y lo disfrutemos, sino la inclusión en él de un personaje que lo hace posible, y también vive.

    ResponderEliminar