jueves, 19 de febrero de 2009

Veinte minutos para las ocho.

En la soledad de su habitación Irma reposaba sobre el cómodo lecho, en la superficie del cubrecama rojo púrpura, fue depositando una a una las amarillentas cartas de su amado que blandían una letra legible y una delicada escritura.
Podría adivinarse en ella un aire ceremonioso, sus ojos comenzaron a girar en círculos sobre los papeles sin saber en cual detenerse, todas las hojas lograban imantarla y parecían exigirle que fueran leídas, optó por la última.
Todas y cada una de ellas, cobraban relevancia frente a las otras.
Fuera acaso que el motivo inspirador para la conformación de todas ellas estuviera pautado por el amor.
El más puro y cristalino que el alma humana fuera capaz de llegar a sentir, ése, que despierta sensaciones inimaginables.
La pintoresca y acogedora ciudad de San Juan que gentilmente supo alojarme, me verá partir mañana en horas de la tarde próximo a las seis.
He sido muy feliz aquí, con tu recuerdo latente, de modo que marcharé triste y contento, por abandonar estas tierras y por volver a tus brazos.
Viajaré con premura, con la única esperanza del pronto reencuentro, los dolores de mi alma son ineludibles y permanecen sangrantes, causados por tu lejanía.
La bella joven consultó el reloj que reposaba sobre el aparador, faltaban veinte minutos para las ocho...
De inmediato se dispuso a preparase para el mágico encuentro.
De un salto alcanzó la vertical, para sumergirse en su guarda ropa, el tiempo la apremiaba y debía estar perfecta, la hermosa chica de grandes ojos verdes y delicada piel blanquecina no lograba decidir cual sería el mejor atuendo.
Fina, larga y lacia cabellera rubia, cubría buena parte de la desnudez de su espalda que culminaba en una espléndida figura.
Propicio para la ocasión, sería un vestido de fiesta verde, adornado con flores, acompasando las mismas tonalidades, con lazo blanco a la cintura.
Contaba con un elegante y alto cuello, ideal para su figura, con detalles en tul, arriba utilizaría una chaqueta de terciopelo adornado.
Largos guantes blancos, que morían a la altura del codo, sobre ellos usaría finos anillos de brillantes y broche de esmeralda.
El detalle final que delinearía su fresca hermosura incomparable, sería el sombrero, adornado por pequeñas plumas.
Los últimos retoques casi finalizaban, estaba sensacional.
Pensó que aquello más que un reencuentro sería un nuevo amanecer en aquella relación que por sí sola era capaz de fusionar tantos sentimientos insospechados.
Cuando hubo calzado sus zapatos puntiagudos y estrechos fue rumbo al aparador de los sombreros a seleccionar el apropiado.
Lo giró cuarenta grados sobre sus sienes y se detuvo frente al espejo...
Pero... Algo no estaba bien, con él.
La imagen que devolvía no era real, el rostro de Irma palideció, al ver la implacable realidad que atestiguaban sus ojos.
La hermosa cabellera rubia se había teñido de gris, su suave y delicado rostro había sido atacado por incipientes arrugas que argumentaban inequívocas el deterioro temporal.
Arrancó sus guantes para ver unas manos avejentadas y manchadas, volvió su mirada al cruel delator de vidrio enmarcado en roble, que le continuó mostrando el añejado espectáculo.
Pareció enloquecer y tomó la carta, desesperadamente comenzó a leer, volvió a posarse ante el espejo, ahora con el amarillento papel en sus manos.
Bajó la cabeza, deslizando una tenue sonrisa que acentuaron las arrugas.
Él llegará en noviembre, aquí lo dice, aún estamos en agosto, tengo algunos meses para recobrar mi belleza.
Irma avizoró esperanzas, su alma se reconfortó y se sintió feliz.
Volvió a reír, esta vez con estridencia y con su delicado vestido de fiesta volvió a dejarse caer sobre el mullido lecho, para leer otra carta de su amado, aguardando su noviembre.
Mes que nunca llegaría, tampoco volvería su belleza, como nunca más volvería a la vida el fallecido despertador, que había dejado de existir un día, cuando faltaban veinte minutos para las ocho.

Pablo Fagúndez.

3 comentarios:

  1. Que bello, que tierno y que triste a la vez… pensar que hay gente que se pierde de vivir su vida, que se le van pasando los días, los meses, los años mientras siguen mirando su pasado desaprovechando oportunidades, muchas veces, mejores que las que rememoran y ni si quiera llegan a percatarse de ello...
    Pato

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  2. Pablo¡hermoso relato!El pasado que te ata,el presente que amordaza...nuestras vidas muchas veces se enlazan con esas historias.
    Desde un punto cosmico de encuentro,un abrazo entrerriano!!
    Emerice

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  3. CUANTA VERDAD ENCIERRA ESTE CUENTO , CUANTOS DE NOSOTROS DECIDIMOS OLVIDARNOS QUE VIVIMOS ,O CREEMOS HABER VIVIDO TODO YA NO? HERMOSO CUENTO ADM , :)

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