lunes, 30 de marzo de 2009

ACCIDENTE.

El departamento de Loreto, esta inserto en el americano país sureño de Perú, en el pueblo de Belén, el pequeño Santiago atravesaba la noche a caballo, abriendo sendero en la oscuridad.
El noble animal, sabía y podía dar respuestas a los requerimientos del joven jinete que cual rayo avanzaba.
Su rostro esgrimía gestos de preocupación y desconsuelo.
La visión a pocos metros era precaria, peligroso continuar a aquella velocidad, aún así la rauda cabalgata no cesaba en intensidad.
Mirada seria, vista al frente, cara de hombrecito pequeño que había visto pasar recientemente su séptimo cumpleaños.
Continuando el oscuro sendero desprendió cristalinas lágrimas de sus ojos, la tristeza se había aliado a él.
Acicateado por el miedo tomó su caballo en plena noche para salir disparado en busca de su madre, que por motivos de trabajo estaba a unos cuantos kilómetros de su hogar.
El motivo de la improvista partida de Santiago, era preocupante y urgente.
Mientras mantenían juegos con su hermana, un par de años mayor que él, tuvo la desgracia de no medir un golpe y su hermana cayó al piso.
Cuando el pequeño se arrimó para disculparse y asistirla, logró ver la sangre y pareció enloquecer.
Iba cargado de culpas, llorando la indescriptible angustia de haber lastimado a su hermana mientras compartían juegos.
No le preocupaba la soberana paliza que le daría su madre, ni el interminable sermón, sólo pensaba en su hermana, caída y sangrando y su sangre se helaba.
Pensó que podía haberla matado, o tal vez si lo había hecho.
Pero él no quería aquel desenlace terrible, nunca pensó que la situación generara la incertidumbre que corría por sus venas, muriendo en sus pensamientos, aterrando al pequeño.
Si estaba muerta nadie le creería, que el accidente había sido circunstancial, si se moría como el viejo Venancio, ya nunca más volvería a verla, ni a compartir juegos.
Ya no podría rezar con ella antes de dormir, ni compartir los desayunos.
¿Qué haría solo con su madre tan lejos?
El instante del desafortunado accidente volvían recurrente a su mente, entonces parecía que el caballo no avanzaba, su madre estaba cada vez más lejos.
El frío de la noche se hacía sentir en su pequeña figura carente de abrigo pues la salida había sido presurosa.
El frío, el miedo, la angustia y la culpa de pensar a su hermana muerta calaron hondo en el pequeño, que se desmayó casi llegando a la localidad donde estaba su madre...
Santiago despertó, con calor en su cuerpo, estaba en su casa.
Observó la cama de su hermana y la halló vacía, entonces recordó todo, nuevamente se ensombreció su espíritu y saltó de su lecho, cuando ingresó a la habitación de su madre, la halló dormida, abrazada a la pequeña.
La mujer presintiendo a Santiago despertó, le miró y extendió los brazos invitándole a compartir la cama.
El pequeño con el llanto creciente se abalanzó hacia ella.
Mamá yo no quise lastimarla, te lo juro...
No lo has hecho pequeño.
Con la infinita paz que solo las madres son capaces de transitar y transmitir, besó y abrazó fuertemente a su Santiago.
Se sintió muy orgullosa de él y con sus ojos también lagrimeantes de alegría y felicidad, buscó las palabras adecuadas para que comprendiera su hijo, que naturalmente su hermana se había convertido en señorita.

Pablo Fagúndez

2 comentarios:

  1. Tierno, dulce e impensable.

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  2. Hermosa historia, es una de esas que hasta no leer la última oración no te imaginas el final. Buenísima!!!
    “Con la infinita paz que solo las madres son capaces de transitar y transmitir, besó y abrazó fuertemente a su Santiago” …esta oración me conmovió y no por el hecho de ser mamá, tuve la sensación de encontrarme cobijada en los brazos de mi madre …me fascina esa magia que sabe transmitir el autor a través de cada una de las palabras que sabiamente escoge.
    Besos...

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