jueves, 26 de marzo de 2009

CASITA DE MUÑECAS.

Era sumamente dificultoso poder entrar a la habitación de Florencia, porque el sinfín de muñecas que tenía estaban dispersas por todo el lugar.
Pero no se hallaban tiradas ni mal tratadas, por el contrario, el sub mundo de cada una de ellas era imperturbable y respetado a rajatabla.
Tal vez faltaba lugar para la ocupante humana, pero no para ellas. Con sus vestidos impecablemente presentados y sus cabellos lavados, inmaculados rostros de aquellas chicas de fantasía que compartían su vida con Florencia.
Pues ellas vivían eso era innegable.
La inmensa casa de las muñecas que estaba ubicada de manera céntrica al cuarto, había sido creada con su estructura en madera y estaba recubierta impecablemente desde el exterior.
Tan espaciosa era que la niña de trece años podía hasta dormir en su interior sin problemas de espacio reducido.
Pero cada una de las muñecas tenían personalidad propia, no todas gustaban del encierro.
Celeste era muy retraída, por tanto le gustaba la tranquilidad del interior, pocas veces salía,
Cinthia por el contrario era la más reacia al encierro, ella gustaba de la libertad y rara vez se la veía en cautiverio.
Ceci era la más chica, acaso por eso sumamente desprotegida, tenía la necesidad imperiosa de siempre encontrar refugio en los brazos de su dueña, y eventualmente por las noches compartir la cama de Florencia.
A las demás muñecas no les molestaba que esto pasara, pues reconocían en Ceci que estaba carente de afecto.
Florencia la protegía y la cuidaba. Pero cada una de ellas era especial e importante.
Cuando alguna se encontraba triste o deprimida, tal vez enferma, la niña permanecía toda la noche al amparo de ellas, podía pasar sin dormir, pero el cuidado de las muñecas era lo medular.
-Te digo que no es normal que la niña viva para sus muñecas.
Solo existe para ellas, su vida gira en torno a eso, cree que esas cosas tienen vida.
-Es natural en una niña.

-Niña que no es tal, es adolescente, no tiene los gustos de las chicas de su edad, no mira televisión, no escucha música, no sale. Siempre está ahí atrapada con esa estúpida ilusión de sus muñecas.
-
Es cierto, le dedica más tiempo que otras niñas, pero no hay nada de anormal en eso.
-Es mi hija, cuando yo era pequeña también me dedicaba a mis muñecas, lo heredó de su madre.

-No alimentes más la fantasía de un mundo inexistente, ha generado una burbuja entorno a esa casa y no piensa abrir los ojos al mundo exterior. Debería verla un profesional.
-Estás loco, nuestra hija es normal, solo adora sus muñecas.
Los días y los meses avanzaban sin cambios, la postura de la pequeña era cada vez más firme en sostener que las muñecas tenían vida.
Cuando su tía, hermana de su madre, retornó de un prolongado viaje por tierras Europeas, conocedora del gusto de la pequeña, trajo una hermosa muñequilla para su sobrina.
Era extremadamente bella, cabello rizado rubio, grandes ojos celestes, parpadeantes, delicadas manos, arropada dentro de un hermoso vestido rosado, con cinta a la cintura y lustrados zapatitos negros.
Hasta su rostro parecía ser real, gesticulador, se veía real.
La pequeña no demoró en integrarla a su sociedad de muñecas, pronto tenía su lugar dentro de la comunidad y para que la bienvenida fuese completa, la cobijó en su cama las primeras noches.
Princesa, la llamó. El nombre era el apropiado para la muñeca más hermosa.
El preocupado padre de Florencia continuaba escrutando a su hija, el denodado interés por su ejército inanimado crispaba sus nervios, la decisión de ver un sicólogo cada vez cobraba más vigor.
Cuando Florencia y su madre regresaban de las compras vespertinas la pequeña rompió en llanto al ingresar a su dormitorio.
La madre alertada por los desesperados llantos de la pequeña se apresuró hasta llegar al dormitorio.
Hallaron a la muñeca nueva, con su cabello desprolijamente cortado, su vestido manchado, estaba maltratada y arrojada a un rincón.
-Fueron ellas mamá, están celosas de Princesa. Dijo la pequeña ahogada por el llanto.
-Siempre me preocupo por ellas. ¿Porqué son así? ¿Porqué?.
La madre abrazó a la pequeña, intentando contener su llanto. Pero no encontraba las palabras para aplacar la angustia de Florencia.
Cuando regresó su padre y estuvo al tanto de las cosas, reaccionó de manera hostil contra su esposa por alimentar las fantásticas historias de su hija.
Entonces decidió que era ya hora...
Al día siguiente tomó a Florencia y marchó rumbo al sanatorio. El silencio reinó durante el viaje. Ni un solo comentario se hizo respecto a la descabellada idea de que las muñecas arremetieran contra Princesa.
El padre pensó que su pobre hija tenía serios problemas mentales y se culpaba por no haberlo notado antes, imaginó que la pequeña en manos de uno de los mejores médicos de la ciudad, tendría alguna esperanza.
Una vez finalizada la primera cita entre Florencia y el afamado médico, el padre sumamente preocupado y expectante se acercó para conocer la primera visión del facultativo.
Deseaba con todas sus fuerzas equivocarse y que la niña tuviera un tratamiento que lograra normalizarla.
-Doctor... Le escucho atentamente.
-He tenido una profunda charla con Florencia...
Su hija está perfectamente bien, lo que debe hacer usted prontamente, es enseñar a las muñecas a compartir y respetar la vida social y a no agredir a los nuevos integrantes.


Pablo Fagúndez.

3 comentarios:

  1. Es un bello relato, escrito con ternura. El autor me transporta durante la lectura a un final inesperado.

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  2. Es un bello relato escrito con ternura. El autor me transporta con la lectura hacia un final inesperado.

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