miércoles, 25 de marzo de 2009

UN SEGUNDO DE IRA.

La porción de cielo que lograba divisarse entre los barrotes mostraba una luna muy grande y luminosa.
Variando el ángulo de observación podía ver estrellas que encapotaban el cielo, solía pasar horas contemplando los astros titilantes.
Claro que estando en cautiverio no hay demasiadas cosas para hacer y aquello que llegue al alma para reconfortarla debe ser bienvenido.
Ricardo estaba apresado bajo cargo de homicidio, había pasado largos años contemplando aquel desolador escenario, escuchando por las noches el deambular de las ratas y oliendo aquellos hedores nauseabundos que traía consigo la corriente ventosa, cuando una puerta era abierta hacia el exterior.
Escuchaba risotadas cada tanto, del resto de los presos, casi siempre lamentos y llantos, gritos cargados de desolación que clamaban libertad.
Él ya se había adaptado a formar parte de aquel entorno, era una cosa más dentro de todas las cosas, no contrastaba, su aspecto era tan tétrico y espantoso como todo lo que podía verse en el interior de aquellas celdas.
Poco le importaba el medio, a un espíritu que vivía apresado por la culpa, reviviendo a cada instante aquel trágico momento que había devenido con la confinación carcelaria.
Atormentado en todo momento por el dolor sin equivalente, de haber cegado una vida y cuyo arrepentimiento fue casi automático.
¿Qué cosa le habría llevado a disparar aquel fusil? Nunca logró saberlo. Se conformaba pensando que las armas las carga el diablo, y es él mismo el que induce a utilizarlas, te inyecta la furia en el cuerpo y es en ese maldito segundo que se pierde la razón y se hipotecan dos vidas.
Una al descanso eterno y otra a la soledad del encierro.
Muchas veces quiso morir antes de seguir con aquel castigo tan inhumano, ahora le reconfortaba pensar que la libertad estaba próxima y ese estímulo le ayudaba a continuar.
La vida social de Ricardo dentro del sistema carcelario era prácticamente inexistente.
Quién venía todas las noches a verle, sin faltar nunca a la cita era su víctima.
Aprovechaba las horas de sueño de su matador para presentarse frente a él, con sus grandes ojos reclamando por su vida.
Exigiendo a su asesino una respuesta coherente y convincente de porque había decidido acabar con todo lo que tenía y con lo que pudo haber conseguido.
Ricardo clamaba, que le dejara tranquilo, que el hecho desgraciado no había sido programado, que el destino había querido aquel desenlace...
Despertando brusca y aterradamente, envuelto en sudor y rompiendo en llanto, clamando que le dejara dormir, que ya no lo molestara, que no volviera a sus sueños.
Los reclusos de las celdas contiguas escuchaban todas las noches sus ataques de llanto y dolor, al borde de la locura, e intentaban calmarle.
- Ricardo, es sólo un sueño.
- Cálmate.
- Falta muy poco para que seas libre.
Estaba sumamente desmejorado y débil, apenas si comía, no tenía otras actividades más que ver por la ventana durante los largos anocheceres de insomnio la blancura lunar y cuestionarse porque la vida se le había tornado tan injusta y desoladora.
Añoraba una mujer, aún respiraba su recuerdo a pesar de la lejanía temporal, hasta su memoria llegaban nostalgias de noches acaloradas al amparo de sus brazos, desnudos amaneceres, acompañados de caricias y besos desmedidos.
Promesas de amor, que nunca pudieron cumplirse, planes de futuro común, sueños mal edificados, que colapsaron cuando el destino sin miramientos se expidió.
El tiempo se hace más lento cuando se está privado de libertad, luego de muchos años, la noche final de encarcelamiento había llegado y Ricardo estaba feliz.
Durmió apaciblemente sin visitas esa madrugada, tal vez había encontrado la paz al saber que al otro día sería libre.
Aún así logró dormirse pensando.
¿Por qué un segundo de ira hipotecaba una vida?
La noche estaba ya marchándose, la claridad ganaba terreno cuando Ricardo despertó, al ver la luz, saboreando el primer sorbo de libertad en su boca.
Adiós al encierro, a su tortura, a sus visitas de ultratumba.
Mientras pensaba que había agotado todos los recursos para convencer a su víctima de su profundo arrepentimiento, la llave accionó la cerradura de su celda, casi sin darse cuenta, estaba abierta.
La libertad estaba al alcance de su mano.
Cuando la filosa y pesada hoja del hacha, cayó pesadamente sobre el cuello de Ricardo, la muchedumbre aplaudió victoriosa, otro asesino había sido ajusticiado y ejecutado.

2 comentarios:

  1. Definiría éste relato en una sola palabra "INIMAGINABLE", pero no sería suficiente porque además es: ATRAPANTE, IMPREDECIBLE y SORPRENDE al que lo lee, como a mí.

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  2. Ups...
    Espectacular como siempre.

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